jueves, 19 de julio de 2012

Capítulo 23: Airdreve, la ciudad de altos vuelos


Capítulo XXIII
AIRDREVE, LA CIUDAD DE ALTOS VUELOS
El grupo de aventuras continuaba su camino rumbo al norte. Su nuevo objetivo era llegar a la región fría de Limaria, el continente norte, y alcanzar la cima de la montaña helada de Conaga. Allí les esperaba Helio, e imaginaban que probablemente tendrían que enfrentarse a él, que su enemigo no les dejaría sin más el objeto que buscaban. Siendo un miembro de la organización Muerte, sabían que el combate por la piedra angular no sería nada fácil.

Durante el recorrido por los sendos caminos de pradera, varios estruendos repentinos llamaron la atención del grupo. Aquellos sonidos los habían escuchado desde kilómetros más atrás, pero a medida que se iban acercando, resonaban con más fuerza e intensidad. Eduardo conocía de sobra aquel sonido de motores y hélices, tantas veces oído en La Tierra, y que parecía no sufrir ningún cambio en el mundo de Limaria.
Al levantar la vista al cielo, observaron sorprendidos todo un escuadrón de pequeños aviones sobrevolando a kilómetros de altura sobre sus cabezas. Tras ellos, los seguía un enorme Boeing 747 moderno, lleno de pasajeros. Su gran sombra  encima de ellos y la sensación de asombro los dejaron con la boca abierta.
Corrieron hasta la cima de la colina en la que se encontraban, y se sorprendieron al contemplar a lo lejos una pequeña ciudad situada cerca de la costa, junto a una larga pista de aterrizaje. Parecía ser un aeropuerto, pues tenía la pista para despegues y aterrizajes, las pistas de carretero, los hangares y las zonas de aparcamiento de aviones. También contaba con una torre de control, un aeródromo, la terminal de pasajeros, y las zonas de comercio y servicio.

- ¿Qué es eso, Jack?- preguntó Marina, asombrada.
El mago le echó un vistazo rápido al mapa del mundo que siempre llevaba encima. No tardó en encontrar lo que buscaba:
- Según el mapa, es Airdreve, la ciudad de los aviones. Está bastante claro por qué le pusieron ese nombre- comentó Jack- también es una de las ciudades de Limaria que se encarga de formar pilotos y de construir aeronaves. Se puede decir que el oficio tradicional y profesional de este lugar es la aviación.
Al oír aquello se dibujó una sonrisa pícara en el rostro de Cristal. Como de costumbre, a la chica con coletas se le ocurrió otra de sus geniales ideas:
- ¡Ya está, gente!- exclamó la princesa- ¡tengo la solución a todos nuestros problemas!
Los demás la miraron, con un brillo desconcertante en sus ojos:
- ¿Ah, sí? ¿Y cuál es?- preguntó Jack.
- Podemos usar un avión para volar directamente a la montaña de Conaga- explicó Cristal- además, se encuentra al otro lado del gran charco, y por mar tardaremos mucho más tiempo.
- ¡Qué buena idea!- exclamó Marina- ¿Cómo no se nos había ocurrido antes?
- Hay un pequeño problema…- interrumpió Rex- ¿alguien de aquí se ha preguntado si alguno de nosotros sabe pilotar un avión?
El perro dio en el clavo con una importante cuestión que hasta entonces los demás habían pasado por alto. De repente hubo un incómodo silencio, que representó la clara respuesta a lo evidente:
- Lo suponía…
- ¡Podemos apuntarnos en la escuela de pilotos de Airdreve! ¡Así seríamos todos unos ases al mando de aeronaves!- propuso Erika, con una sonrisa jovial- ¿qué os parece? ¿A qué no es mala idea?
Jack enseguida le recordó un factor importante:
- No es mala idea…pero te olvidas de que Ludmort se acerca cada vez más a nosotros, y no nos dejará una pausa para aprender a volar…además, teniendo en cuenta que somos 5 los que podemos pilotar, ello supone una gran inversión de dinero.
Los demás escuchaban con atención la reflexión de Jack. Podían apuntarse perfectamente a la escuela de pilotos gracias a la gran suma de platines que había conseguido Cristal apostando en las carreras de dragones. Sin embargo, eso no era lo que más les preocupaba:
- Aunque lo mejor sería que uno de nosotros aprendiera a hacerlo, eso significa pasar meses estudiando ingeniería aérea. Sabiendo que estamos a menos de nueve meses del fin del mundo, no tenemos tiempo que perder estudiando libros de aviones.
El mago tenía razón, y sus compañeros lo sabían. De nada serviría entonces comprar una aeronave que los llevara al continente norte. Cuando parecía que se habían agotado las ideas, el rostro de Eduardo brilló con una nueva propuesta:
- ¿Y si pedimos ayuda a un piloto? ¡Podríamos contratarle por una buena cantidad de dinero a cambio de que nos llevara a la montaña Conaga!
Aquella opción resultó de mayor agrado al resto de sus amigos, que sonrieron satisfechos mientras asentían con la cabeza:
- Esa idea me gusta- comentó Rex- parece más fácil.
- ¿Y a qué estamos esperando?- exclamó Cristal, alejándose por el camino- ¡vamos, tortugas!
De esa forma, el grupo corrió detrás de la princesa, camino de Airdreve. Sonreían pensando que allí encontrarían a alguien dispuesto a llevarlos al continente norte, y gracias a sus treinta mil platines, seguro que tenían un piloto asegurado.

Aparte de los frecuentes ruidos de motores y hélices que se escuchaban por todo el lugar, la ciudad parecía tranquila y pacífica. A pesar de los estruendosos sonidos de despegue y de motores de las aeronaves, la gente de la ciudad actuaba con total normalidad en su vida cotidiana, como si aquello fuera algo normal. Eduardo no entendía cómo los habitantes de Airdreve podían convivir con semejante ruido durante casi las veinticuatro horas del día. Él ya se ponía nervioso desde que se acercaron a la ciudad, y le desquiciaba oír a cada cinco minutos los mismos ruidos de motores. En algunas ocasiones incluso sentía una pequeña molestia en los oídos, bastante incómoda. Veía a los aldeanos con grandes orejeras puestas, seguramente para protegerse de quedarse sordos.

Sus calles, a diferencia de Nautigh, eran aparentemente más normales. No estaban tan abarrotadas de gente, seguramente porque aquel lugar no era un destino turístico atractivo como la ciudad portuaria. Entre las razones por no considerarse de tal forma, Eduardo intuyó una muy importante, y que oía a cada varios minutos. Desde luego, tenía claro que no se iría a vivir a esa ciudad ni aunque le regalaran una casa en ella.

Caminando por una de sus calles, el grupo se fijó en un curioso puesto adornado con colores llamativos y que resaltaba en toda la avenida. Se acercaron a la tienda y observaron con sorpresa las ofertas baratas de pociones y éteres que ofrecían en el escaparate. Registraron en ese momento las mochilas y se dieron cuenta de que no les quedaban provisiones para los combates contra monstruos salvajes, de modo que decidieron invertir un poco de sus ahorros en ello:
- Disculpe, señora- dijo Jack- ¿podría dejarnos un par de pociones y éteres, por favor?
La mujer, una persona bastante mayor, estaba de espaldas a ellos. Tardó un poco de darse cuenta de que tenía clientes esperando en su tienda:
- ¡Oh, qué agradable sorpresa!- exclamó la tendedera- ¡clientes!
La mujer pareció no oír las palabras de Jack. El mago volvió a repetir:
- ¿Podría dejarnos unas cuantas pociones y éteres, por favor?
La señora se llevó una mano a la oreja, como si no le hubiera entendido. Preguntó, un tanto confusa:
- ¿¡Qué si tengo jabón para comer!? ¿¡Pero qué cosas dices, joven!?
- ¡No, necesitamos pociones y éteres para el viaje!
- ¿¡Carne y pescado para meter en la lavadora!?- repitió perpleja y confusa la tendedera- ¿¡a quién se le ocurre esa barbaridad!?
- ¡Qué no, señora!- replicó Jack, molesto y cada vez más alzando la voz- ¡provisiones para viajar hoy mismo!
- ¿¡Qué si quiero cenar con usted hoy mismo!?- exclamó la anciana, ruborizada- ¿¡Cómo se atreve!? ¡¡Pero si estoy casada!!
La charla sin aclaraciones continuó de la misma forma durante unos minutos. Minutos que enfurecían al mago cada vez más, y le hacían gritar en los últimos segundos. Por más que trataba de hacerle entender a la señora lo que querían, ella preguntaba asombrada por otra cosa que no tenía nada que ver con el tema. Los demás reían en voz baja al ver la situación a espaldas de Jack, era imposible evitar no reírse.
Eduardo tardó en darse cuenta de lo que le pasaba a aquella persona mayor. Al contrario que el resto de habitantes de Airdreve, ella no llevaba las grandes orejeras puestas. Eso significaba que seguramente llevaba toda su vida viviendo en aquella ciudad sin protección para sus oídos. Como resultado a tantos años de oír durante todo el día los ruidos de motores y despegues de aviones, era muy probable que se hubiera quedado sorda. No resultaba algo increíble, teniendo en cuenta la contaminación acústica de aquella ciudad, en la que era una tortura permanecer en ella.
Finalmente el joven les explicó a sus amigos la situación, y acabaron entendiéndola. Tras señalar en el escaparate lo que querían, la tendera asintió con la cabeza y sonrió mientras decía:
- ¡Ah, vale, con que pociones y éteres!- exclamó riendo- ¿¡Por qué no lo habéis dicho antes!?
Aquel último comentario enfureció a Jack, y estuvo a punto de decirle unas palabras a la anciana. Pero en ese momento sus compañeros lo agarraron del brazo, alejándolo del puesto y evitando montar un espectáculo. Después de pagarle la cantidad de platines a la persona mayor, debían continuar con su búsqueda de encontrar a un piloto que aceptara a llevarlos a su destino, en el continente norte.

Siguieron caminando por las calles de Airdreve, aguantando el molesto y a aquellas alturas desagradable sonido de aviones. Recorrieron varios hangares cercanos al aeropuerto de la ciudad, preguntando por los mejores pilotos de la provincia. La mayoría accedía sin problemas y con una sonrisa a la petición de transportar a los miembros del grupo en una de sus aeronaves, sobretodo interesados por la gran suma de platines que ofrecían. Sin embargo, al comentarles a los voluntarios el destino de vuelo, curiosamente cambiaban de repente de expresión, adquiriendo sus rostros un semblante pálido y con el miedo reflejado en la cara.
Así fueron el resto de peticiones con los demás pilotos profesionales, que directamente negaban con la cabeza y nerviosos rechazaban la oferta de Jack y los demás. Cuando trataban de convencerles con una oferta mejor, éstos los ignoraban y hacían oídos sordos, mientras corrían para alejarse de ellos como si fueran un peligro.
Ya por último, corrió la voz por todos los hangares la noticia de que unos viajeros buscaban piloto para dirigirse a la montaña de Conaga. A partir de entonces, los lugares cerraban rápidamente sus puertas donde quiera que iban a su paso. Jack y los demás no podían creer lo que veían. Los pilotos se alejaban de ellos a sus casas corriendo  con miedo en sus caras y muchos se aislaban en los propios hangares, pero de forma asombrosamente descarada.
Aunque tocaban las puertas para tratar de comunicarse nuevamente con ellos, nadie respondía. Tras varios intentos inútiles, finalmente el grupo se dio por vencido, y con un suspiro de derrota, caminaron lentamente alejándose del centro de aviones, y de los pilotos profesionales que buscaban.

Deprimidos y abatidos por no encontrar a alguien que los llevara al continente norte, asimilaron la idea de que en esa ciudad nadie se ofrecería voluntario para transportarlos hasta su objetivo. Era bastante comprensible, pues los mitos y rumores que se oían de ese lugar eran cierto debido a los hechos relacionados con la montaña helada, nadie había vuelto con vida de ese lugar. Aunque seguía sin conocerse la verdadera causa de tal fenómeno paranormal, ninguno se atrevía a descubrir lo que entrañaba tal misterio, con tal de proteger sus vidas.

Continuaron caminando por las calles de Airdreve, hasta que pasaron por delante de lo que parecía ser un centro educativo, con una impresionante estatua dorada en el tejado con forma de avión hipersónico. Seguramente debía de ser la escuela de aviación oficial de Airdreve. El timbre del edificio que marcaba el final de la jornada escolar sorprendió a los miembros del grupo, que dirigieron sus miradas al edificio.
En ese momento despertó en la memoria de Eduardo los días en que iba al instituto, y oía el mismo timbre que señalaba el cambio de hora para las clases. Echaba de menos aquellos días en los que llevaba la vida de estudiante, en los que tenía que hacer los desagradables y cansinos deberes de cada día, aunque no le gustara, y los recreos en los que reía y vacilaba con sus amigos Lionel, Bruno, Laura y Mandy.
Hubo un tiempo en que odiaba la vida de ser estudiante, pero desde aquel día en la excursión que llegó a Limaria y cambió su vida para siempre, muchas veces deseaba volver atrás, a su instituto, a su ciudad de origen, Eleanor. Al menos en aquella vida aburrida, no estaba en peligro ni tenía una enorme responsabilidad, en la que estaba en juego la vida de dos mundos.  Era todo lo contrario a Limaria, ya que en La Tierra era una persona completamente normal, sin otra preocupación que la de su futuro profesional y laboral en la sociedad democrática. Cada vez que pensaba en sus amigos y profesores, en su instituto y su antigua vida de estudiante, le parecían lejanos recuerdos de hace muchos años que no volvería a revivir nunca más.

El chico volvió a la realidad cuando Rex avisó de la presencia de un numeroso grupo de personas saliendo por la puerta principal del centro. Iban todos vestidos con el mismo uniforme y el mismo escudo reluciendo en la ropa que el que tenía la fachada principal del edificio. Las mochilas cargadas a sus espaldas y los libros en sus manos confirmaban lo evidente. Se trataba de estudiantes saliendo de la jornada escolar, y curiosamente eran todos chicos de la misma edad, rondando los veinte años:
- ¿Por qué no veo a ninguna chica saliendo de la escuela?- preguntó Erika, pensativa por ese detalle- ¿Será acaso un colegio exclusivo para chicos?
En ese momento sus dudas se dispersaron cuando vieron salir de entre el grupo de estudiantes a una chica de la misma edad que sus compañeros. Era pelirroja y de ojos azules, que contrarrestaban con el uniforme verde de la escuela de aviación de Airdreve.
La chica corrió alejándose de la multitud, saliendo del grupo con los apuntes de clase en la mano. Un despiste por su parte la hizo tropezar de frente con otro de sus compañeros, y ambos cayeron al suelo de espaldas al igual que sus libros desperdigados a su alrededor. El otro se levantó y no se molestó en ayudarla:
- ¿¡Otra vez tú!?- exclamó el chico, molesto- ¿¡Cuándo dejarás de molestar!?
Ella levantó la vista al estudiante rubio, acompañado de su séquito de seguidores. Él la miraba con aire de superioridad mientras trataba de limpiarse el polvo de tierra que había ensuciado su uniforme:
- ¡Howard!- dijo la chica, perpleja.
- ¡Siempre andas de por medio!- comentó el estudiante, con arrogancia- ¿¡Por qué no te vas de este lugar y nos dejas a todos en paz!?
Jack y los demás contemplaron la escena con asombro y perplejidad. La chica recogía sus libros y apuntes mientras el resto de sus compañeros la torturaban con insultos y se burlaban de ella:
- ¡Eres una inútil!- comentaba uno- ¡no haces más que molestar!
- ¡Eso!- decía otro- ¡Lárgate de esta escuela y vuelve a tus tareas del hogar!
Ella lo escuchaba todo con la cabeza baja y los ojos cerrados, mientras apretaba los dientes. Howard dijo entonces con una sonrisa burlona y en tono de arrogancia:
- ¡Los aviones son cosa de hombres…las mujeres no tienen lugar en el mundo de la aviación!- exclamó con maldad- ¡Será mejor que te olvides de esto que te propones, porque nunca lo conseguirás!
La chica estuvo a punto de levantarse y salir corriendo. Quería gritar, tenía ganas de desaparecer y olvidar todo lo que había pasado, no quería seguir sufriendo lo mismo cada día en aquel lugar. Justo cuando iba a moverse, sintió una nueva presencia frente a ella, y unas voces desconocidas le hicieron abrir los ojos:
- ¡Ya basta!- gritó Erika.
Asombrada y perpleja, la estudiante observó con la boca abierta a las nuevas personas acompañadas de un perro, que salieron en su defensa. Howard y su séquito de seguidores también se sorprendieron con la aparición del grupo:
- ¿Qué es esto?- preguntó el estudiante, riendo en tono malévolo- ¿ahora eres tan débil que necesitas a la chusma para protegerte?
- ¿¡Por qué la torturas de esa manera!?- intervino Jack- ¿¡Quién te crees que eres!?
Howard volvió a reír, como si aquella pregunta le resultara tonta. Respondió con aire de superioridad:
- ¡Por favor! ¿No sabes con quién estás hablando?- sonrió irónicamente- ¡Soy el hijo del jefe superior de aviación de Airdreve…y del propio alcalde de este lugar! ¡Todos en esta ciudad me conocen!
A juzgar por su actitud y movimientos, además de su desagradable personalidad y el puesto privilegiado de su familia, el grupo intuyó que se trataba de alguien con riqueza y poder económico:
- ¡Me importa una mierda quien seas!- exclamó Erika, desafiante- ¡No tienes derecho a tratar a los demás como si fueran basura!
El estudiante rico volvió a soltar una carcajada burlona, y le respondió:
- ¿Basura, dices? ¡Pero si ni siquiera llega a eso!- señaló a la chica pelirroja.
Él y sus compañeros comenzaron a reírse descaradamente y sin piedad, mientras la estudiante del suelo bajaba la cabeza, deprimida, y cerraba los ojos. Estuvo a punto de llorar, pero en ese momento volvió a levantar la vista, y se sorprendió al ver aparecer en las manos de la chica una misteriosa vara que nunca antes había visto en su vida.
Todos los presentes se sorprendieron cuando Erika, enfurecida por el comentario del rubio, electrocutó sin dudarlo a Howard con una pequeña descarga eléctrica de su arma sagrada. El ataque mágico hizo gritar al estudiante y hacerlo caer de espaldas al suelo, frente a ella, completamente erizado y soltando leves chispas eléctricas:
- ¡¡Howard!!- gritaron sus compañeros de clase.
Intentaron ayudarle a levantarse, pero éste negó su ayuda a gritos y empujones. Se levantó furioso, y en tono de amenaza los miró a todos diciendo:
- ¡Esto no quedará así…nadie se ha atrevido nunca a atacar al grandioso Howard!- exclamó, apretando los dientes- ¡Juro que lo pagaréis muy caro…os arrepentiréis de esto!
Y de esa forma, el estudiante rico salió huyendo del lugar a toda prisa, seguido por sus otros, seguramente, falsos amigos interesados en sus bienes materiales. Por supuesto, el chico rubio no los esperó durante la huida.

Marina tendió la mano a la chica pelirroja, que ya había terminado de recoger sus libros, y la ayudó a levantarse. La estudiante, todavía asombrada por los hechos ocurridos, trataba de asimilar la situación:
- ¿Estás bien?- le preguntó la maga, amablemente.
La chica pelirroja se sacudió el polvo de tierra que había ensuciado su uniforme. Sorprendida al ver a aquel extraño grupo de personas y un perro, tardó un poco en responder:
- Sí…muchas gracias.
- ¿Le hemos dado su merecido a ese charlatán presumido, eh?- sonrió Cristal.
- Lo que habéis hecho ha sido increíble…- dijo la estudiante, perpleja- nunca antes nadie había hecho eso a Howard.
- ¿Por qué?- preguntó Rex, confuso- ¿Es que todos le tienen miedo?
- No es eso…es que, al ser su padre el alcalde de la ciudad, cualquiera que le hace algo malo, se lo dice a su viejo. El alcalde de Airdreve tiene todo el derecho de multar a sus ciudadanos, y por eso nadie trata de buscarse problemas ni con él ni con su hijo…- explicó la chica pelirroja- además de eso, en la escuela es el que recibe las mejores notas…seguramente porque es el heredero legítimo de la compañía de vuelos de su padre.
- Ahora lo entiendo- comentó Jack, pensativo- por eso se debe que tenga tantos seguidores.
La estudiante asintió con la cabeza. En ese momento, la joven elegida se dio cuenta de que aún no se habían presentado. Enseguida habló rápidamente diciendo con una sonrisa jovial:
- Me llamo Erika…- luego añadió señalando a sus compañeros- y estos son mis amigos Jack, Marina, Rex, Cristal y Edu.
Tras las presentaciones de todos los miembros del grupo de aventuras, la joven volvió a dirigirse a la estudiante de Airdreve:
-  ¿Y tú, cómo te llamas?- preguntó sonriente.
La chica pelirroja sintió, de alguna forma, que podía confiar en aquellas personas. La habían protegido del mayor abusador de la ciudad, y las sonrisas del todos los miembros del grupo desprendían calor y seguridad. Sonrió antes de responder:
- Me llamo Alana.

Como agradecimiento a su ayuda prestada, la chica pelirroja los invitó a su casa, situada a las afueras de la ciudad. Era un alivio comprobar que, al menos, las casas de Airdreve estaban insonorizadas. Sería una tortura oír incluso en sueños los sonidos y ruidos de motores y despegues de aviones, llevando a cualquiera a la falta de descanso y por consiguiente a la locura.
La casa de Alana era de tamaño normal, color exterior en tono amarillo claro y el tejado rojo. Tenía dos plantas y, aunque no fuera muy grande, era perfecta para vivir una persona, incluso dos. Detrás de ella tenía un enorme patio, con un pequeño hangar en el jardín.

Sentados en el salón, Alana los invitó a beber algo, y del cansancio que tenían pidieron agua fresca. Tras el primer trago, Rex comenzó diciendo:
- ¿Por qué vives aquí, tan lejos de la ciudad?
- Porque no soporto ese maldito ruido de motores. Hace ya bastante tiempo que me cansé de escucharlo, y probablemente de vivir en pleno Airdreve ya estaría sorda…- explicó la pelirroja- por eso prefiero más la tranquilidad de este lugar, aunque eso signifique levantarme más temprano para ir a la escuela por las mañanas.
- ¿Y a la gente?- intervino Marina- ¿no les molesta ese ruido?
- El alcade ya ha tomado la decisión de trasladar el aeropuerto de la ciudad a varios kilómetros al sur, para que los habitantes de Airdreve puedan vivir tranquilos y sin contaminación acústica- explicó la estudiante- sin embargo, hace poco que el proyecto se aprobó, de modo que todavía tardarán varios años en construir otro aeropuerto fuera de Airdreve.
- Entiendo…- comentó Jack, pensativo- entonces aún seguirás un tiempo con la misma rutina ¿verdad?
Alana asintió con la cabeza. En ese momento Eduardo recordó el incidente de antes con Howard, y con curiosidad le preguntó a la chica:
- Esa escuela a la que vas… ¿por qué sólo hay chicos?
La pelirroja suspiró, abatida. Dejó unos segundos de silencio antes de responder:
- Es la única escuela de aviación que hay en Airdreve y en el continente central, de ahí que decidiera instalarme en esta ciudad…al ser tema de aviones y aeronaves, la gente tiene mentalizada que esas cosas sólo las pueden estudiar los hombres…y las mujeres se quedan al margen de todo.
Los demás escucharon, sorprendidos, las palabras de Alana, que continuó diciendo:
- Es por eso mismo que me traten de mala manera, no sólo en clase por mis compañeros y profesores, sino también en la propia Airdreve por los vecinos…me miran con mala cara, como si lo que estuviera haciendo fuera algo ridículo y absurdo, como si fuera rara…no tengo muchos amigos en esta ciudad.
- ¡Eso es injusto!- exclamó Erika- ¡las mujeres también tenemos derecho a hacer y estudiar lo que nos dé la gana!
Eduardo comenzó a pensar. Las desigualdades entre los géneros tampoco se habían resuelto por completo en Limaria. En su mundo, en La Tierra, a pesar de los enormes pasos que había dado la mujer por igualarse al hombre, aún quedaban muchísimos cambios para que realmente eso sucediera. Desgraciadamente seguía habiendo injusticia en ese aspecto, algo que al chico le parecía horrible por parte de la dominación masculina. En ese sentido, ambos mundos compartían la misma situación:
- ¡Es por eso que mi mayor sueño es convertirme algún día en una piloto oficial, y demostrarle a los demás que las mujeres también podemos volar igual que los hombres!- pronunció Alana, firme y decidida- ¡Por un mundo socialmente más justo e igualitario!

La seguridad, decisión y firmeza de la aspirante a piloto deslumbraron a los miembros del grupo, que contemplaron asombrados a la chica pelirroja. Alana sufría cada día los insultos y rechazos de las personas que vivían en la comunidad, y a pesar de los obstáculos y dificultades que su objetivo suponía, ella seguía adelante, dispuesta a esforzarse a conseguir su sueño.
Todos la miraron, y enseguida una bombilla se encendió en sus cabezas. Sonrieron al pensar en que encontraron lo que tanto llevaban buscando desde que llegaron a la ciudad. Eduardo le preguntó, con una sonrisa eufórica:
- ¿Sabes pilotar un avión?
- ¡Claro que sí!- respondió ella- ¡tantos años estudiando libros  de ingeniera aérea tienen que servir de algo…incluso tengo mi propio avión en el jardín, guardado en el hangar!
Los rostros del mago y de los demás se iluminaron aún más, era demasiado perfecto para ser verdad:
- ¿Y crees que podrías llevarnos a cualquier sitio por los cielos?- inquirió Jack.
- ¡Faltaría más, os debo un favor por lo de antes…además, ahora tocan mini-vacaciones en la escuela de una semana!- sonrió la piloto, que luego añadió- ¿Y bien? ¿A dónde queréis que os lleve? ¿A Gold Saucer? ¿Idnia? ¿Nautigh? ¿Alguna ciudad cercana?
El rostro sonriente de Alana cambió radicalmente de expresión a sorpresa y terror cuando oyó decir a Cristal, con una sonrisa de oreja a oreja:
- ¡Queremos ir a la montaña de Conaga!

- ¿¡Qué!?- exclamó la pelirroja, horrorizada- ¿¡A la montaña de Conaga!? ¿¡Estáis locos o qué!?
- ¿¡Pero qué tiene ese lugar de peligroso!?- preguntó Eduardo, confuso- ¿¡Por qué nadie quiere ir!?
- ¿¡Es qué no conocéis los mitos y rumores que se dicen de ese lugar!? ¡Cualquiera con sentido lógico ni se atrevería a acercarse a ese infierno frío!
En ese momento Jack le suplicó, tratando de convencerla:
- ¡Por favor, nadie quiere llevarnos…tú eres nuestra única esperanza!
- ¿¡Por qué…por qué queréis ir a ese lugar!?- preguntó perpleja Alana- ¿¡Qué importante razón os lleva a ese sitio!?
El silencio hizo acto de presencia en ese mismo instante. Debían revelar el secreto de los dos jóvenes, y aún no sabían si podían confiar en la piloto que acababan de conocer. Después de pensarlo durante unos segundos, y tras recordar la seguridad que transmitía la pelirroja en su firme decisión, finalmente Erika empezó diciendo:
- Es cuestión de vida o muerte…
- ¿Qué quieres decir?- volvió a repetir la pelirroja, confusa.
Los dos jóvenes se miraron a los ojos, y asintieron con la cabeza. Tras eso, ambos estiraron los brazos, y en sus manos aparecieron respectivamente la llave espada y la vara mágica. El rostro, antes confuso de la piloto, ahora se tornó pálido. Con la boca abierta, la pelirroja exclamó, casi sin palabras:
- ¿¡Pero qué…qué es…eso!?
Eduardo continuó hablando. A juzgar por su cara y tono de voz, parecía no vacilar en sus palabras:
- Alana, nosotros…somos los elegidos de la profecía.

La chica pelirroja contemplaba asombrada las armas recién aparecidas en las manos de los dos jóvenes. Había oído que dichas armas sagradas eran especiales, y sólo podían llevarlas sus correspondientes portadores, nadie más podía controlarlas. Sin embargo, aquella demostración de Eduardo y Erika podía ser cualquier cosa, quizá un truco barato de magia. La piloto trató de mantener la calma:
- ¡Si esto se trata de una broma lo habéis hecho bien, me lo he creído!- rió irónicamente Alana- ¡Es imposible que unos críos como vosotros…!
Erika no estaba para bromas. Estaba dispuesta a demostrarle que decía la verdad, y sabía cómo. Se acercó a la piloto y le dijo:
- Compruébalo tú misma.
La joven le tendió a Alana la vara mágica en su mano, y se alejó unos pasos. La pelirroja descubrió con cara pálida cómo desaparecía el arma sagrada de su mano y reaparecía mágicamente en las de Erika. Temblaba al comprobar que lo que decía la chica era verdad:
- No…no puede ser…esto…debe de ser…un sueño…no es…verdad…
- Sí que lo es…- respondió Eduardo, que luego añadió- ¿entiendes ahora por qué debemos ir a la montaña Conaga? No es sólo por nosotros…el futuro del mundo, de Limaria, está en juego. Necesitamos a alguien que nos lleve en avión, porque no tenemos mucho tiempo…y tú eres la única esperanza que nos queda.
Alana tardó en responder. Trataba de asimilar que los elegidos de la profecía eran dos niños aparentemente normales, y que los tenía frente a ella. Nadie se imaginaba que fueran ellos, y probablemente muy pocos conocían su verdadera identidad. Los miró de nuevo, asombrada, y Marina le suplicó diciendo:
- Por favor…

Antes de responder, unos tremendos golpes tocaron la puerta de la casa de Alana, sorprendiendo a todos. Se oía movimiento fuera, acompañado de sirenas de policía. Segundos después, una voz por megáfono retumbó en toda la casa, a pesar de estar insonorizada:
- ¡Se pide a la estudiante Alana que salga inmediatamente sin oponer resistencia y nadie saldrá herido!- amenazó la voz- ¡Repito, se pide a la estudiante Alana que salga inmediatamente sin oponer resistencia y nadie saldrá herido!
Todos sabían lo que aquello significaba, y entendieron la causa. Alana se asomó por la ventana, y palideció al ver casi una docena de coches de policía aparcados delante de su casa, con los guardias armados. Al no conocer la identidad de los viajeros que lo habían atacado, seguramente Howard le había dicho a su padre que fue ella misma. Estaban en apuros:
- ¡Joder!- exclamó Cristal, también al mirar por la ventana- ¿¡Todo esto por una pequeña descarga al hijo del alcalde!?
- Seguramente vendrán a multarme, o en el peor de los casos…encerrarme en la cárcel de la ciudad- dijo la piloto, con indiferencia- a saber por cuánto tiempo.
Jack enseguida se disculpó, al darse cuenta de que habían llegado a aquella situación por lo que habían hecho antes:
- Lo siento, Alana…es culpa nuestra…no debimos…
- No tenéis por qué disculparos- cortó la piloto en seco- soy yo la que debo daros las gracias…por ayudarme…y darme la oportunidad de cumplir mi sueño.

Las últimas palabras de la pelirroja sorprendieron al grupo entero, que sorprendidos, observaron alucinados el cambio de mirada que tenía ahora la piloto. Parecía firme y segura de sí misma. Enseguida se apartó de la ventana y ando deprisa por toda la casa, recogiendo algunos objetos de los muebles. Rex le preguntó, perplejo:
- ¿Qué haces, Alana?
- ¿No queréis ir al continente norte?- preguntó ella, con una sonrisa.
Las caras de Jack y los demás sonrieron de repente. No creían que por fin tuvieran ya un piloto que los llevara a la montaña Conaga. Les resultaba difícil de creer, después de los tantos rechazos que recibieron aquel día por parte de los pilotos profesionales. Erika se dio cuenta de algo importante, y preguntó a su nueva aliada:
- ¡Espera! ¿¡Y la policía!?
- ¡No estoy dispuesta a permanecer en una celda mientras se acerca el fin del mundo…y menos si los elegidos dependen de mí para cruzar a toda velocidad los cielos de Limaria!
- ¡Entonces…! ¿¡Nos vas a ayudar!?- preguntó Eduardo, con una sonrisa radiante.
- ¡Claro que sí!- asintió Alana con otra sonrisa- ¡tengo que devolveros el favor que me habéis hecho!
Tras equiparse con los objetos necesarios, coger varias provisiones y agarrar unos pequeños palos azules con esferas del mismo color en ambos extremos, la chica pelirroja indicó al grupo que la siguieran rápidamente:
- ¡Vamos, al hangar del jardín!- exclamó Alana- ¡nos alejaremos volando de Airdreve!

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