domingo, 10 de febrero de 2013

Capítulo 36: Ruptura


Capítulo XXXVI
RUPTURA
Para mayor y desagradable sorpresa, cuando el grupo abandonó la mansión rasca cielo de Alejandro y se dirigió al aeropuerto de Vildenor, descubrieron que allí ya no quedaban aviones. Tras la mega evolución tecnológica de Metroya, el gobierno político de dicha ciudad decretó que el único punto de destino para la aviación en el continente este sería la propia capital.
Hacía ya un par de años que dicha ley se había aprobado, y desde entonces el servicio aéreo de Vildenor se había suspendido y llevado sus aviones para siempre. El aeropuerto de la localidad se había convertido en un complejo de edificación abandonado, sin uso desde hacía años.

Con esta terrible noticia, y tras informarse mejor sobre los medios de transporte, se enteraron de que las únicas formas de entrar y salir de Vildenor eran por tierra y por mar. Viendo que tenían que llegar al otro lado del mundo, no les quedaba más remedio que cruzar nuevamente el ancho mar.
Gracias a la información de un ciudadano de a pie, Eduardo y los demás descubrieron que su único destino se encontraba al norte, en un puerto situado a las afueras de la ciudad. Sin embargo era el único punto de navegación más cercano del que disponían en aquellos momentos.

Para llegar primero tendrían que atravesar el denso bosque que rodeaba toda la ciudad, y a juzgar por su amplia extensión seguramente les llevarían dos o tres días cruzarlo. Como siempre, acudieron a varias de las tiendas de Vildenor para gastar parte de sus ahorros en pociones, éteres y elixires, con el fin de tener provisiones médicas para evitar posibles desgracias. Cuando lo tuvieron todo preparado y las fuerzas recuperadas, finalmente salieron de la ciudad rumbo al norte, internándose de lleno en la espesura de los árboles.

Este bosque, a diferencia de los demás que habían visitado, tenía algo horriblemente especial. Según había leído Jack en los diarios de Alejandro sobre ese lugar, las plantas y la gran mayoría de seres vivos en general que formaban el ecosistema de aquel bosque se alimentaban de los restos descompuestos del medio que los rodeaba, es decir, de materia muerta.
Por esta razón, para sobrevivir, los seres vivos habían ideado con el paso del tiempo diferentes especies de trampas para hacer caer a sus presas. Sin embargo, para poder alimentarse primero tenían que matarlas. Incluso las plantas se habían desarrollado de tal forma que podían mover las ramas.
A este lugar se le conocía como el “bosque de la muerte” debido a que muy pocos eran los que conseguían salir con vida, y a que a la gran mayoría que entraba no se volvía a saber nada de ellos.

Este bosque servía de protección a Vildenor frente a las temibles criaturas del desierto y, obviamente, los ciudadanos tenían sus propios medios para atravesarlo y no estar aislados en la ciudad. Existían tres caminos seguros por el bosque que conectaban el desierto con el interior de Vildenor, asfaltado y con vallas metálicas a ambos lados para protegerse de los monstruos del bosque.
Mediante esos caminos, los ciudadanos de Vildenor podían cruzar el lugar sin peligro a ser atacados por las criaturas que lo habitaban.

Sin embargo, el problema se encontraba en que los tres caminos estaban situados de cara al sur, a Metroya, y que en aquellos momentos se estaban llevando a cabo los preparativos para comenzar la construcción en dirección al norte, al puerto. El grupo sabía que aquello tardaría como mínimo un par de meses, y no tenían tiempo que perder.
A pesar de las advertencias de algunos ciudadanos de Vildenor ante la locura que iban a hacer, Eduardo y los demás decidieron atravesar directamente el bosque de la muerte por la cara norte, que algunos decían era la zona más peligrosa del lugar. No podían permitirse perder más tiempo, ya que a cada minuto que pasaba Ludmort se acercaba más al planeta.
Debían recuperar cuanto antes la piedra angular y llevarla rápidamente al templo sagrado.

El bosque de la muerte tenía un ambiente tétrico y siniestro. Incluso por el día, bajo los rayos del sol, en el interior del lugar parecía que estaba anocheciendo. Todo a su paso era oscuro, la hierba y el suelo que pisaban era tierra muerta, los árboles parecían tener ojos que los observaban, y los seres vivos del bosque acechaban desde las sombras, esperando a que sus presas cayeran en alguna trampa.

Habían pasado dos días, en los cuales el grupo se había perdido en numerosas ocasiones y también luchado contra criaturas de toda clase. Sin duda aquel lugar era demasiado peligroso para cualquiera que no dominara algún arte de combate ni tampoco técnicas de autodefensa. No tardaron en descubrir que, estando allí, no podían bajar la guardia ni un solo instante.

Al tercer día, mientras caminaban con precaución por una senda oscura, Eduardo se sobresaltó al notar que una rama empezaba a enrollarse alrededor de su brazo, seguramente con malas intenciones. Se apartó rápidamente mientras dejaba escapar una pequeña exclamación de sorpresa:
- Tened cuidado- advirtió Jack al volverse- hasta las cosas más pequeñas pueden ser peligrosas. No debéis fiaros de nada y estar siempre alerta.
Los demás asintieron y siguieron caminando, con cuidadosa precaución de no acercarse demasiado a los árboles. Erika notó que Eduardo caminaba sin apenas prestar atención a lo que le rodeaba, y no era la primera vez que lo veía. Desde que se adentraron en el bosque, el joven estaba perdido en sus pensamientos y bastante ido. No parecía ser el mismo desde la conversación con Alejandro, días atrás.

La chica reaccionó cuando vio que se abría una mandíbula en un árbol cercano a Eduardo y de ella salía repentinamente una especie de lengua viscosa en dirección al chico. Nadie más parecía darse cuenta de la amenaza, y justo en el momento en que la lengua se lanzó a atacar al joven, Erika conjuró la magia ofensiva Piro.
De la vara mágica salió disparada una pequeña bola de fuego que acertó en el objetivo y abrasó la lengua, se partió y cayó envuelta en llamas al suelo.
Durante todo aquello Eduardo se sorprendió con el ataque mágico, que perdió el equilibrio y cayó de espaldas sobre la hierba muerta. Los demás se volvieron y corrieron hacia ellos, preocupados:
- ¿¡Qué ha pasado!? ¿¡Estáis todos bien!?- preguntó jack.
- Si…- dijo Eduardo inconscientemente- solo…sólo ha sido…un pequeño susto…no es nada…

Con el rostro serio, Erika se acercó, se agachó junto a él y le soltó un tortazo en toda la mejilla, que dejó impactados a todos. El chico, todavía sorprendido, se llevó la mano a la cara y levantó la mirada hacia ella:
- ¿¡Se puede saber qué te pasa!? ¡¡Llevas varios días deprimido, con la mirada perdida y sin decir ni una sola palabra!!- le gritó la chica, enfadada- ¡¡De no ser por mí seguramente ahora no lo contarías!!
Eduardo la miraba perplejo, sorprendido y sin saber qué decir:
- ¡¡Qué sepas que no siempre estaré cerca de ti para salvarte!!
Erika se levantó y siguió caminando al frente. Jack y Alana le tendieron la mano a Eduardo para ayudarlo a levantarse, y éste agradeció su ayuda.
Después de este último suceso, los pensamientos negativos que nublaban la mente del chico se disiparon casi por completo y volvió a ser el que era. Sin embargo, desde entonces Erika no le dirigió la palabra durante el resto del día, y eso lo deprimía un poco. Con la cabeza firme, se prometió a sí mismo que estaría más atento a los peligros que le rodeaban.

Aquella misma noche el grupo acampó en un espacioso claro del bosque, lejos de los árboles que trataban inútilmente de alcanzarlos con sus ramas. Para mayor seguridad, Jack y Erika creaban por las noches un escudo mágico de protección que rodeaba todo el campamento y hacía imposible que intrusos no deseados los atacaran.
Encendieron una hoguera en el centro y, después de cenar carne asada, todos se echaron a dormir junto al calor que desprendía el fuego protector.

Sin embargo, Eduardo no podía dormir. Estaba despierto y tumbado boca arriba, contemplando las apenas visibles estrellas del cielo nocturno.
Un ruido cercano lo sobresaltó y se levantó mirando en todas direcciones, alerta. Todavía sentado en la hierba, se tranquilizó al girarse y ver que se trataba de Erika, quien se levantaba perezosamente mientras estiraba los brazos.
El chico se apresuró a tumbarse rápidamente y aparentar que seguía durmiendo, deseando que no lo hubiera visto. Se maldijo a sí mismo por no saber mentir delante de ella, cuando oyó a sus espaldas su voz delatora diciendo:
- Te he visto…parece que tú tampoco puedes dormir, ¿verdad?
Eduardo suspiró y, tras un momento sin respuesta, se levantó y sentó en la hierba. Se limitó a decir:
- No he podido conciliar el sueño.

Hubo un incómodo silencio prolongado, en el que ninguno de los dos miraba al otro a los ojos. El incidente de ese mismo día aún permanecía muy reciente en su memoria, pero fue el semblante melancólico de la chica lo que acabó rompiendo el silencio:
- Siento lo de hoy.
Aquella disculpa sorprendió tanto al joven que volvió la mirada a ella: Escuchó atentamente las siguientes palabras:
- Quería que reaccionaras…y que volvieras a ser tú.
El chico desvió la vista al fuego, que ardía con una intensa llama cálida y acogedora delante de ellos. Tardó un poco en responder:
- En realidad la culpa fue mía…caí en un agujero oscuro de pensamientos del que no podía salir…hasta que tú me despertaste.
Erika se sorprendió al oír esas palabras, y miró a su compañero. Aunque al principio no se dio cuenta, al cabo de pocos segundos creyó adivinar en lo que estaba pensando. Tardó un poco en preguntar:
- ¿Sigues pensando en lo que nos contó Alejandro?
Eduardo asintió con la cabeza y sus ojos se encontraron, sin apartar la mirada. Fue él el que sacó el tema que a ambos les preocupaba:
- ¿Crees que Mirto realmente mató a la primera elegida?
- No lo sé…- respondió ella- pero de lo que sí estoy segura es que tiene que haber alguna razón importante…y por eso se lo preguntaremos al propio Mirto cuando regresemos con la piedra angular.

Eduardo asintió débilmente con la cabeza, y la chica se dio cuenta enseguida que algo malo le rondaba por la cabeza, algo que dejaba inquieta su conciencia, algo que reflejaba claramente su cara triste:
- ¿Hay algo más que te preocupa?
- En realidad…- empezó el chico, con inseguridad en sus palabras- lo que más me preocupa es…lo que hizo Mirto…el hecho de que…
Eduardo no pudo continuar con la frase, lo que dejó todavía más intrigada a Erika. La sola idea de imaginarse a él mismo matándola a ella le helaba la sangre hasta el punto de temblar como una hoja. Sin duda sabía que, si llegaba a hacerle algo a Erika, se odiaría profundamente a sí mismo el resto de su vida.
El chico se mordió los labios, respiró hondo y levantó la cabeza hacia ella diciendo:
- Tengo miedo de que…algún día pueda hacerte daño.

Aquella respuesta pilló por sorpresa a la chica, y fue en ese entonces cuando supo a lo que se refería. Al cabo de unos segundos de asombro, su rostro sonrió dulcemente:
- No te preocupes, Edu…te conozco y sé que nunca le harías daño a nadie, al menos por voluntad propia…porque confío en ti.
Al joven le sorprendió esas palabras por parte de su amiga, que lo dejaron sin voz de repente. Durante unos segundos reinó el silencio entre ambos, y justo cuando el chico iba a pronunciar algo, ella bostezó de repente en ese momento, enérgicamente. Se tumbó de nuevo en el suelo, de espaldas a él, y le dijo, cansada:
- Bueno…hasta mañana, Edu.
El chico también se echó en la hierba, en dirección opuesta a ella. Tras unos segundos en los que parecía que la conversación había terminado, Eduardo pronunció dulcemente:
- Erika…gracias.
La sinceridad que emanaba de sus palabras conmovió a la joven, que sonrió a su vez de igual forma antes de cerrar los ojos y caer de lleno en un profundo sueño.

Eduardo despertó abriendo poco a poco los ojos, y descubrió que estaba en una cama. Palpitó con las manos las sábanas y la almohada, y de repente entendió que algo no cuadraba. Sobresaltado, y a la vez confuso, se levantó y observó a su alrededor la estancia en la que se encontraba. Sabía perfectamente dónde estaba:
- ¡Ésta…esta es mi habitación!- exclamó, perplejo y asombrado.
Sin duda era aquella. Reconocía de sobra sus cuatro paredes pintadas con colores cálidos, el mobiliario que la formaba, la mesa de noche con su lámpara, la cama típica sin hacer y la ventana abierta de par en par por la que se filtraba la luz del sol:
- Pero… ¿cómo he llegado aquí?- se preguntó a sí mismo, atónito- He vuelto a casa, pero… ¿realmente estoy en La Tierra? ¿He dejado Limaria atrás?
Le sorprendió ver mucha ropa tirada en el suelo. Además de eso, los armarios se encontraban curiosamente revueltos y todo en general estaba patas arriba, como si alguien hubiera estado preparando las maletas. Y al hablar de maletas recordó en ese momento su mochila.
Se sorprendió escalofriantemente al descubrir que su mochila, la que solía llevar todos los días y cada mañana al instituto, la que únicamente él cogía, no estaba en su sitio. Le pareció extraño ya que nadie más que él la usaba. A juzgar por el estado de la habitación desordenada, no le extrañaba que alguien hubiera entrado en su casa a robar.

Cuando miró el calendario que tenía colgado en la pared, sus ojos se abrieron como platos al igual que su boca, perplejo. El cuerpo empezó a temblarle y su rostro perdió el color natural, volviéndose repentinamente pálido:
- No…no puede ser…
No se lo creía. Lo que estaba viendo con sus propios ojos era práctica, o al menos teóricamente imposible. Pensó que estaba loco, y para asegurarse de que no veía visiones consultó también el calendario de un folleto, de una tarjeta, del móvil e incluso de su propio reloj. Cada vez temblaba más al darse cuenta de la extraña y, por supuesto,  anormal realidad:
- Hoy…hoy es el día…el día de la excursión de acampada del instituto…
Parecía imposible, pero lo era. Aquello sólo podía significar una cosa. Se dijo a sí mismo, confuso y preocupado:
- Pero, entonces…eso quiere decir que…he vuelto desde el mismo día en que me fui a Limaria…no ha cambiado nada.
En ese momento desvió la mirada al reloj de su mesa de noche, y un tremendo apuro le invadió de repente, al observar la hora. Pegó un salto de sorpresa y exclamó, diciendo:
- ¡Oh no, llego tarde a clase para ir a la excursión!
Cogió rápidamente lo necesario menos la ropa que tenía preparada para el viaje, que curiosamente no estaba donde debía estar. Lo mismo pasaba con su mochila y su maleta de viaje, y todo aquello empezaba a asustarle. Parecía como si alguien hubiera estado allí antes y se hubiera llevado el equipaje para hacer la misma excursión que él.
Como de costumbre y nunca se le olvidaba, inconscientemente fue a coger el colgante que siempre llevaba en el cuello. Sin embargo, sintió un tremendo y duro golpe en el corazón de repente al darse cuenta de que tampoco estaba en su lugar. Comenzó a buscarlo por la mesa de noche, por entre las sábanas de su cama, e incluso debajo de la montaña de ropa del suelo, sin resultados.

Entristeció cuando por fin asimiló que su colgante no estaba en aquella habitación, y muy probablemente tampoco en el resto de la casa. Aquel objeto era uno de sus bienes más preciados y queridos, y le tenía muchísimo cariño. Tenía un enorme valor sentimental para él, y lo guardaba con mimo en un único lugar que sólo Eduardo conocía. Al parecer, había otra persona que también conocía el particular escondite del colgante.
Con mucha tristeza y gran desilusión, tuvo que dejar de buscar su más preciado tesoro. Se le acababa el tiempo, y como siguiera así llegaría tarde a la excursión. Salió corriendo de la habitación y del domicilio sin cerrar la puerta, todavía con la duda de que aquella fuera su casa.

Corría a toda prisa por el lugar. Todo era exactamente igual, no había ninguna duda. Aquella era Eleanor, su ciudad. Corría por todas sus calles en dirección al instituto, como cualquier otro día normal, y no hacía más que sorprenderse a cada paso que daba.
Seguía la misma gente, las mismas tiendas, los mismos lugares, el mismo tráfico y el mismo movimiento. Todo permanecía tal cual lo recordaba aquel mismo día, y tenía la sensación de que algo no iba bien.
Un mal presentimiento rondaba su encogido y asustado corazón, el cual le advertía de que iba a encontrar una desagradable sorpresa al final del camino. No se imaginaba ni por un momento lo que estab a punto de ver con sus propios ojos.

Tras una acelerada carrera que lo hizo pararse en seco y apoyar las manos en las rodillas mientras jadeaba del cansancio, por fin llegó a las puertas del instituto de enseñanza secundaria de Eleanor. Tal y como esperaba, todo estaba exactamente igual a aquel día.
Los autobuses se encontraban en la entrada, los profesores en las puertas de los transportes gritando y tratando de poner orden, y los jóvenes alumnos guardando sus maletas en los compartimentos inferiores y subiendo en fila al interior de los autobuses.
Muchos padres estaban un poco más lejos, de pie y observando partir a sus hijos, mientras los despedían a gritos y agitando las manos. Más de uno montaba un espectáculo con lágrimas en los ojos, como si aquella fuera la última vez que iban a ver a sus hijos, mientras éstos se morían de vergüenza.

Eduardo buscó con la mirada en todas direcciones y sonrió al ver a sus amigos reunidos en el lugar de siempre, agrupados en el mismo sitio y de la misma forma. Corrió hacia ellos con una gran sonrisa en la cara mientras gritaba:
- ¡Chicos ya estoy aquí, he vuelto!
Al llegar al grupo, notó algo raro. Hablaban y se relacionaban entre ellos, pero nadie pareció haberse dado cuenta de su presencia. Ninguno le miraba ni le dirigía la palabra. Eduardo se dirigió a una de sus amigas diciendo:
- ¡Mandy, he tenido un sueño rarísimo!- exclamó el joven- ¡soñé que viajaba a otro mundo, conocía a personas con poderes mágicos, e incluso blandía una extraña espada con forma de llave…no te lo vas a creer!
Sin embargo, se sorprendió al darse cuenta de que la chica no le hacía caso. Se estaba riendo por una anécdota graciosa que le contaba Lionel y hacía oídos sordos a las palabras de Eduardo. Él insistió y preguntó, confuso:
- ¿Mandy?

Lo que ocurrió a continuación dejó sin palabras al joven estudiante. El chico estiró el brazo para tocarla y, con el rostro pálido y la boca abierta, la atravesó como si fuera aire. Pegó un grito de sorpresa y dio un salto atrás, completamente asustado:
- ¿¡Pe…pero qué…qué es lo que…ha pasado!?
Eduardo se miró la mano intacta con la que atravesó a Mandy, temblándola. Volvió la vista a la chica, y se sorprendió aún más al ver que ella seguía hablando y riéndose. No le afectó que una mano atravesara su hombro y tampoco parecía haber notado algo al respecto ni siquiera mínimamente. Era como si no hubiera sentido nada:
- No…no puede ser…- dijo Eduardo, aterrado.
El chico, todavía sin creérselo, no se rindió tan fácilmente. Intentó tocar al resto de sus amigos, y sorprendentemente obtuvo los mismos resultados. El miedo y la desesperación crecían a enorme y gran velocidad en su interior, atravesando a sus amigos como si fueran aire y llamándolos por sus nombres mientras éstos se divertían y reían entre ellos:
- ¡¡Laura, Bruno…!!- gritaba el chico, cada vez alzando más la voz y mientras se le llenaban los ojos de lágrimas.
- ¡¡Mandy, Lionel…!!- seguía gritando Eduardo, al tiempo que atravesaba con sus manos los cuerpos de sus amigos- ¡¡Chicos!! ¿¡Es que no me veis…no me oís!? ¡¡Estoy aquí!!

Todos sus esfuerzos por tratar de llamar la atención fueron inútilmente en vano, y muy pronto se dio cuenta de ello. En ese sintió una tremenda y horrible tristeza, que invadió todo su corazón y su ser de una forma tan repentina que perdió el color natural de su rostro.
Al ver que no podía hacer nada retrocedió unos pasos, temblando y con el semblante pálido. Estaba completamente sólo, como si fuera alguien invisible:
- ¿¡Qué…qué está pasando!? ¿¡Por qué…por qué nadie puede verme ni oírme!?- se decía a sí mismo, asustado- ¡Es como si yo…fuera un fantasma…como si…no existiera…!
En ese momento se sorprendió al levantar la vista y ver que el grupo había fijado sus miradas en él, con una media sonrisa. Por un momento Eduardo sonrió al creer que no estaba sólo, que sus amigos por fin se habían dado cuenta de su presencia. Casi estuvo a punto de llorar cuando pronunció a medias palabras:
- Chicos, yo…

Tan pronto como se reflejó su sonrisa en la cara ésta desapareció fugazmente al comprobar que sus miradas no se dirigían a él, sino a otra persona a sus espaldas, que venía corriendo por el camino y se acercaba rápidamente hacia ellos:
- ¡Gabriel, llegas tarde como de costumbre!- exclamó Bruno, en cuanto el nuevo individuo llegó junto al grupo.
- ¡Perdonad, chicos!- se disculpó éste, jadeando y con una sonrisa jovial- ¡tardé…un poco en prepararme…y…se me fue el tiempo volando!

Al dar media vuelta y observar al nuevo individuo, Eduardo ahogó una exclamación de sorpresa. Lo que estaba viendo lo dejó tan pálido que sintió que le faltaba la respiración. Un siniestro escalofrío recoriió todo su cuerpo, acompañado de un miedo y terror que nunca antes había sentido por dentro. Aquella aparición lo dejó con la boca abierta mientras temblaba como una hoja, como si hubiera visto un fantasma.
Ese chico era idéntico a él, sólo que rubio y de ojos azules. De la misma altura, con igual forma de cuerpo, cara, nariz y orejas, lo único que los diferenciaba era el color del pelo, de los ojos y de la ropa. También llevaba una chaqueta de manga corta, unos pantalones vaqueros cortos y unos tenis deportivos. Aparte de la diferencia de colores, por lo demás se podía decir perfectamente que eran clones.

Para mayor asombro de Eduardo, el chico que se hacía llamar Gabriel llevaba a la espalda la mochila del primero, y supo entonces que fue él que estuvo en su habitación esa misma mañana.
Sin embargo, lo que realmente le dolió y supuso un brutal golpe para su corazón fue ver su querido colgante en el cuello del nuevo chico rubio. No podía creer que fuera él el que tuviera uno de sus más preciados tesoros, y aunque trató de cogerlo con la mano, también lo atravesó igual que a los demás.
Miró con tristeza y resignación cómo de repente alguien desconocido aparecía y le robaba todo cuanto le pertenecía en su antigua vida de estudiante.

El recuerdo de una persona especial le hizo acordarse de algo importante que ocurrió aquel día, en aquel mismo momento. En medio de la confusión del grupo, Eduardo miró rápidamente en la dirección de la que había venido su otro “yo”, y su corazón se aceleró a una velocidad increíble.
Erika también se encontraba allí, un poco más lejos, caminando con la mochila a la espalda y cargando con sus maletas de viaje. Iba a pasar por un lado del grupo en cuestión de segundos, y el chico recordaba con claridad lo que iba a pasar después.
Sin embargo, con lo que no contaba era con su otro “yo”, Gabriel. Descubrió, completamente pálido y sorprendido, que el joven rubio clavado a él también dirigió la mirada a Erika, y a quien realmente miraba ella era a su doble.
Aquello fue un tremendo golpe para el corazón de Eduardo, y el dolor aumentó más cuando la chica sonrió dulcemente y el rubio volvió la vista al grupo, completamente colorado. Su amigo Lionel le vio y notó algo raro. Preguntó, confuso:
- Gabriel, ¿qué te pasa? Estás totalmente colorado.
El chico, un poco paralizado, tardó en responder:
- ¡Nada, nada, cosas mías…!- contestó, con un nudo en la garganta.
En ese momento señaló con el dedo, para cambiar de tema, exclamando:
- ¡Mira, ya estamos listos, vamos corriendo al autobús!
Agarró a su amigo por el brazo y ambos corrieron a la cola de gente que se formaba para guardar las maletas y subir al medio de transporte.

Eduardo temblaba como una hoja, horrorizado por todo lo que veía. Aquel chico rubio llamado Gabriel, el que en aquel momento estaba ocupando su lugar en La Tierra, en su mundo, le estaba robando su vida:
- No…no puede ser…- decía el joven, asustado y con el corazón encogido, mientras temblaba- esto…esto tiene que ser una pesadilla… ¿¡por qué ese chico…se parece tanto a mí!? ¿¡Por qué…por qué ocupa mi lugar en mi mundo…en mi vida!? ¿¡Qué…qué significa todo esto!?

Entonces ocurrió algo que Eduardo no recordaba que sucediera ese día. Sintió un escalofrío a sus espaldas, que lo hizo dar media vuelta, y allí estaban. Dos personas que el chico conocía y que había visto en muchísimas ocasiones, sobre todo a la salida del  horario escolar.
Los padres de Erika, que se encontraban un poco más lejos, lo observanam fijamente como estatuas y sin pestañear. El joven se dio cuenta de que lo miraban realmente a él porque al moverse sus ojos seguían cada uno de sus pasos, y supo de alguna forma que sólo ellos podían verle.

Sin embargo, había algo diferente en ellos, que a Eduardo le inquietaba y no le gustaba nada. A pesar de no conocerlos personalmente, sí que los había visto en muchas ocasiones, cada vez que su amiga se reencontraba con sus progenitores, a la salida de cada jornada escolar.
Al igual que Erika, sus padres también eran personas alegres y simpáticas, y cada vez que veían a su hija se lanzaban a abrazarla, con cariño y fuerza. A primera vista cualquiera diría que son unos padres encantadores y cariñosos.

Pero por alguna extraña razón, en aquellos momentos estaban mostrando la faceta más seria que el chico había visto nunca en un ser humano. Llegaban hasta un punto tan extremo que incluso no parecían mostrar signos de vida, y eso daba mucho miedo.
Era precisamente ese rostro y ese semblante tan serio, duro y frío como el hielo, lo que más confundía e inquietaba a Eduardo. Esa faceta suya no era propia de ellos, y menos en aquel momento de despedida con su hija que se supone debería ser emotivo. Permanecían tan quietos y callados, con unas miradas asesinas, que hasta Eduardo creyó que esas personas no eran los auténticos padres de Erika, que no eran ellos mismos.

Lo que dijo entonces la madre de la chica, en tono de indiferencia, le dio a entender al joven que se refería a él. No miraba a nadie más:
- Pobre e iluso necio… ¿te das cuenta ahora de la triste y cruda realidad?
Aquellas palabras cargadas de arrogancia y con una sonrisa maliciosa hicieron hervir la sangre a Eduardo, que apretó los puños y dientes mientras exclamaba:
- ¿¡Qué!?
- Todo cuanto creías…todo cuanto querías…todo cuanto amabas…toda tu vida…no es más que una ilusión…un sueño…y ya va siendo hora de despertar…
El chico estalló de rabia acumulada, y alzó la voz diciendo:
- ¿¡De qué estás hablando!? ¡¡Esta…esta es mi vida!!- gritó Eduardo, furioso- ¡¡Siempre lo ha sido…no podéis venir y arrebatarme todo cuanto me pertenece!!

El padre de la chica sonrió de la misma forma, e intervino en ese momento hablando con arrogancia:
- ¿Realmente eso crees? ¿Cómo puedes explicar entonces que seas un fantasma inexistente para tus amigos y todas las personas a tu alrededor?
El joven calló de repente, asustado y aterrado. Temblaba de miedo y no quería asumir la triste y amarga realidad. Apretó los puños con más fuerza, alzó la cabeza con decisión y gritó firmemente:
- ¡¡Sé que no sois los auténticos padres de Erika!!- afirmó el  chico, que luego añadió- ¡¡Decidme la verdad!! ¿¡Quiénes sois vosotros!?

Ambos rieron de malicia, para mayor furia del joven. Lo que dijeron ellos a continuación terminó de enfadar a Eduardo, que apretó los puños y dientes con rabia e ira:
- Nuestra identidad no importa…al menos somos reales…- y luego añadieron, para terminar de rematar al chico- pero tú…al contrario que nosotros…no eres más que despojos, restos, basura inútil e inservible…nada de lo que aquí conocías te pertenece, simplemente porque se lo robaste a otra persona…tu vida no era la tuya…porque nunca debiste haber existido…
Las palabras repetidas con una sonrisa maléfica y en tono de indiferencia resonaron nuevamente en la cabeza del chico, como una especie de eco que escuchaba una y otra vez:
- Nunca debiste haber existido…

Aquellas cuatro palabras bastaron para hacer que Eduardo se enfureciera de verdad y perdiera toda noción de su conciencia.
De repente empezó a latirle violentamente el corazón, mientras sus latidos se aceleraban cada vez más rápido. Se llevó las manos a la cabeza mientras caía de rodillas al suelo. Le dolía la cabeza y comenzó a gritar al notar que aumentaba la intensidad del dolor. Sentía un odio, una rabia e ira que nunca antes había sentido en toda su vida.
Al mirarse las manos, contempló horrorizado cómo sus venas se le marcaban más de lo normal y sus uñas crecían hasta afilarse. En su mandíbula sintió que sus incisivos caninos se convertían en colmillos, y sus ojos sufrían un cambio radical. Sus pupilas humanas se transformaban en los ojos de un animal salvaje:
- ¡¡No…ahora no…!!- gritaba Eduardo de dolor.

El chico ya había experimentado antes esa sensación, pero nunca con tanta fuerza e intensidad como en aquel momento. Sabía lo que le estaba pasando y no quería seguir, no quería continuar la transformación y acabar convertido en un horrible monstruo.
Sin embargo ya era demasiado tarde, y por mucho que intentaba resistirse, ya no lograba controlar el rebosante odio que se adueñaba de sí mismo. Sentía que poco a poco iba perdiendo la conciencia y lo que quedaba de su parte humana, casi no discernía lo que era real y lo que no.

Una desagradable y terrible aura oscura invadía rápidamente todos y cada uno de los rincones más profundos de su corazón. Cuando por fin Eduardo se quedó sin fuerzas y no pudo aguantar mucho tiempo más, el último destello de luz que quedaba en su conciencia desapareció inevitablemente. Lo último que vio el joven fue una misteriosa aura roja a su alrededor, envolviéndole el cuerpo, antes de perder totalmente el control de su ser.

Eduardo abrió de repente los ojos. Se despertó y levantó rápidamente mientras jadeaba, con el sudor corriendo por su cara. Temblaba de miedo y tardó un poco en tranquilizarse.
Sentía que había liberado todo el odio y la rabia que llevaba acumulada en su interior durante mucho tiempo. Por otra parte, gracias a eso se había quitado un enorme peso de encima, y no podía evitar sentir un gran alivio. Suspiró y dijo:
- Es extraño…aunque fuera un sueño…creí que era real…sentía que era real…- comprobó que aún era de noche y que los demás seguían durmiendo. Se dispuso a dormir de nuevo- sólo ha sido un sueño…
Sin embargo, su rostro palideció de terror en un instante. Al mirarse las manos descubrió que éstas estaban ensangrentadas, al igual que el resto de la ropa que llevaba puesta. Se preguntó a sí mismo sin entender nada, temblando y como si hubiera visto un fantasma:
- “¿¡Pero qué…qué ha pasado!? ¿¡Por qué…por qué mis manos están ensangrentadas!? ¿¡Qué…qué es lo que he hecho!?”

En aquel momento Erika despertó, bostezando. Se giró y no tardó en darse cuenta, por la mirada de él, que algo malo ocurría. No fue hasta el momento de observar, con sus propios ojos la sangre del chico, que se enteró y dio cuenta de la gravedad de la situación:
- ¿Edu, qué…?- luego vio sus manos y su ropa ensangrentadas y exclamó, perpleja- ¿¡Qué ha pasado!?
- ¡¡No…no lo sé!!- respondió el joven, nervioso y rápidamente- ¡¡Desperté y me encontré así!! ¡¡No he hecho nada!!
Los demás despertaron en ese momento, un poco aturdidos, pero recuperándose con el frío de la noche. La llama de la hoguera se había apagado, y la barrera mágica que los rodeaba destruida. Muy pronto se dieron cuenta de lo que ocurría cuando, horrorizados, vieron a Eduardo manchado de sangre:
- ¿¡Qué ha pasado aquí!?- preguntó Jack, perplejo y sorprendido- ¿¡Cómo es que…!?
El chico se apresuró a declarar en su defensa, nervioso e inseguro de sus propias palabras:
- ¡¡Jack, te juro que no he hecho nada, no sé lo que ha pasado, de verdad, yo…!!

Todos volvieron la vista de repente a un punto fijo cuando observaron, sorprendidos, cómo aparecía un agujero oscuro de entre la espesura del bosque. De la brecha oscura surgió un misterioso hombre de negro encapuchado, el cual reconocieron los demás al instante y supieron a qué siniestra organización pertenecía:
- Parece que, después de tantos años, el monstruo por fin está despertando…
El tipo de negro se quitó la capucha y sonrió maléficamente, dejando su rostro al descubierto. Todos exclamaron a la vez, sorprendidos:
- ¡¡Helio!!
A Jack le invadió la rabia y la furia, y apretó los dientes mientras se adelantaba un paso al frente diciendo:
- ¡¡Devuélvenos la piedra angular!!
- Todo a su tiempo, Jack, ahora mismo no la llevo encima…- respondió el hombre de negro- está en la cima de un lugar lejano, mucho más allá del mar…al otro lado del mundo.
El mago gruñó de rabia, entre dientes:
- ¡Maldito…!

- Además…- añadió Helio tranquilamente, al ver que todos desenfundaban sus armas y se ponían en guardia- no he venido hasta aquí para luchar…todavía no ha llegado la hora de que recibáis vuestra muerte.
- ¿Entonces a qué se debe esta desagradable visita?
- He venido a comunicarle un mensaje a la elegida de la vara mágica- dijo el hombre de negro, mientras miraba maliciosamente a Erika- que supongo, debería interesarle.
La chica lo miró fijamente y le preguntó desafiante:
- ¿De qué se trata?
Helio rió maléficamente y luego volvió a hablar:
- ¿Sabéis que existe una habilidad secreta para viajar de un mundo a otro…a través de los sueños?
A Eduardo le empezó a palpitar rápidamente el corazón. Un mal presentimiento lo invadía, y sus temores le hacían imaginarse lo peor. Sabía que nada bueno saldría de aquella conversación.
Ajena a lo que estaba sintiendo Eduardo en su interior, Erika permanecía firme y enfadada ante Helio. La chica le respondió, apretando los puños:
- ¿Así que sólo querías hablarme de una ridícula habilidad secreta? ¿Eso es lo que debería interesarme?
El miembro de la organización Muerte sonrió sarcásticamente:
- En ningún momento he dicho que ése fuera el mensaje, querida.
Erika empezaba a perder la paciencia. Helio se estaba burlando de ella:
- ¿Entonces por qué me hablas de ella?
El tipo de negro rió nuevamente y, tras unos segundos de intriga entre risitas malvadas, al fin dijo:
- Porque ése es el método que usó…para matar a tus padres.

Aquellas últimas palabras pillaron por sorpresa a Erika, mientras su rostro pasaba de ser y duro y enfadado a débil e inseguro. Preguntó, todavía confusa:
- ¿Qué has dicho?
- Lo que has oído…tus padres han muerto…los han asesinado…
Erika empezó a temblar, agarrando fuertemente su arma mientras ésta temblaba en sus manos. El pilar de la seguridad y la confianza en sí misma comenzó a tambalear con riesgo de caerse:
- Mientes…no te creo…

Helio la miró enigmáticamente, como si supiera de antemano lo que iba a ocurrir. Dijo, tranquilo y sereno:
- Sabía que pasaría esto, así que te he traído una prueba que demuestra la veracidad de mis palabras.
Tratándose de un miembro de la organización Muerte, el resto del grupo intuía que guardaba un as bajo la manga. Mientras el hombre de negro buscaba algo en sus bolsillos, todos aguantaron con fuerza sus armas en las manos, preparados para un posible ataque inesperado.
Sin embargo, lejos de lo que esperaban, Helio extrajo de su bolsillo negro una especie de collar reluciente, el cual lo lanzó justo a los pies de Erika. La chica se agachó a recogerlo y el color de su rostro desapareció en el mismo instante en que sostuvo el objeto en su mano:
- No…no puede ser…- dijo ella, completamente pálida.

El resto del grupo se acercó a mirar el objeto, que no resultaba ser otro que un collar de plata ensangrentado. Eduardo y Erika lo reconocieron inmediatamente, pues lo habían visto muchísimas veces, pero la chica en especial sabía muy bien a quién pertenecía ese objeto. Los ojos de la joven comenzaron a llenarse de lágrimas:
- Es…el collar de mi madre…- dijo ella, casi a punto de llorar- siempre lo lleva puesto…
Helio sonrió irónicamente diciendo:
- ¿Me crees ahora?
Erika no pudo evitar que le saltaran las lágrimas, y éstas rodaron por sus mejillas cayendo al suelo. La chica perdió de repente el equilibrio de sus piernas y cayó de rodillas al suelo, con las manos apoyadas en la hierba muerta.
Lloró desconsoladamente frente a las miradas apenadas de sus amigos, y mientras la tristeza lo invadía todo a su alrededor. Tan sólo los llantos de dolor y sufrimiento de la joven se oían en el lugar.

Al cabo de unos minutos de descarga de llantos y lloros, el corazón de Erika empezó a consumirse de odio y rabia. Llegó un momento en que dejó de llorar y, apretando los puños y los dientes con fuerza, se levantó y se puso en pie. Miró al miembro de la organización Muerte con unos sorprendentes ojos asesinos:
- Tú…maldito asesino…juro que acabaré contigo…
Eduardo se encogía de miedo y de terror con aquella faceta furiosa de la chica. En sus ojos se percibía claramente un profundo dolor, enmascarado por un odio y una rabia nunca antes vista en ella. No parecía ser la misma:
- Siento decirte que te estás equivocando de persona- respondió Helio, impasible- en realidad no he sido yo el que ha matado a tus padres, sino…
- ¡¡NO DIGAS TONTERÍAS!!- gritó Erika, interrumpiéndole y llena de rabia- ¡¡ESTÁ CLARO QUE HAS SIDO TÚ…Y NADIE MÁS!!

Sin previo aviso, y cegada por la ira y el odio, corrió a atacar al enemigo empuñando su arma. El resto del grupo no pudo detener a tiempo la repentina reacción ofensiva de la joven, y contemplaron sorprendidos y aterrados cómo la chica se acercaba corriendo a su oponente:
- ¡¡Erika, no!!- gritó Jack.
Con un grito de furia, Erika llegó hasta Helio e intentó golpearlo con la vara mágica. Sin embargo, antes de que el arma lo alcanzara, el hombre de negro se protegió con un escudo de hielo que bloqueó el ataque de la joven. Ambos se encontraron cara a cara, y él sonrió irónicamente diciendo:
- Pobre necia ilusa…ya va siendo hora de que te enteres y conozcas lo triste que puede llegar a ser la cruda y amarga realidad.
Con un gesto de Helio, el escudo de hielo que apareció en su brazo a voluntad se rompió en mil pedazos de cristales. Estos cristales salieron disparados y atacaron a la chica, lanzándola por los aires mientras ésta gritaba de dolor:
- ¡¡Erika!!- gritó Eduardo.

La joven cayó y rodó por el suelo un poco más lejos, y el grupo entero corrió a ayudarla. Tras aplicarle la magia Cura y restablecer un poco sus heridas, la chica se levantó torpemente mientras Helio decía:
- El verdadero asesino que buscas se encuentra dónde menos te lo esperas…- dirigió una mirada rápida a una persona del grupo- y está mucho más cerca de ti de lo que imaginas.

De forma instintiva, todos siguieron la mirada de Helio, que sorprendentemente acabó en Eduardo. De repente el joven se sintió intimidado ante tantos ojos puestos en él, y las miradas atónitas de sus amigos aumentaban aún más sus nervios:
- ¿¡Edu!?- preguntó Erika, mucho más perpleja y confusa que antes- ¿¡Has sido tú!?
El chico se quedó sin palabras, al notar las desconcertantes sospechas de sus compañeros sorprendidos, y la seguridad con la que Helio lo acusaba. Justo cuando iba a decir algo, el hombre de negro volvió a hablar. Sus tranquilas y confiadas palabras parecían indicar que estaba en lo cierto:
- ¿Acaso niegas lo evidente?- preguntó, dirigiéndose a la joven- ¿Cómo si no explicas toda esa sangre manchada en su ropa y en sus manos?
Erika volvió la vista a Helio, con la mirada firme y decidida:
- No volveré a caer en tus mentiras… ¡él nunca haría algo así!
El enemigo volvió a reír maliciosamente, y después dijo con una siniestra sonrisa maléfica:
- En el fondo sabes que lo que digo es verdad, pero como estás cegada por tus sentimientos deniegas mis palabras.
- ¡¡No es verdad!!- estalló la chica- ¡¡Yo confío en él y sé que nunca le haría daño a nadie!!
En ese momento Helio se mostró mucho más frío y duro de lo que el grupo recordaba. Alzó la voz y le dijo seriamente:
- ¡¡ESTÚPIDA NIÑA INMADURA!!- gritó el hombre de negro, con fuerza- ¡¡DEJA DE CREER EN FANTASÍAS IRREALES Y APRENDE A ACEPTAR LA REALIDAD!!

Aquellas duras y frías palabras dejaron sin habla a Erika, que de repente se quedó pálida. Los últimos pilares de seguridad y confianza que quedaban en ella se derrumbaron tras lo que ocurrió a continuación.

El miembro de la organización Muerte extrajo nuevamente un objeto de su bolsillo y lo lanzó de modo que cayera justo a los pies de Erika. La chica se agachó a recogerlo y perdió el color del rostro, con los ojos muy abiertos y el corazón palpitándole entre dos latidos. No podía creer lo que veía.
Los demás se acercaron a mirar el objeto, del que Eduardo fue el único que se quedó sin habla. Sus propios reflejos actuaron de manera instintiva cuando su mano fue a parar a su pecho. Una terrorífica sensación de miedo le invadió al darse cuenta de que lo que buscaba no estaba ahí. Aquel colgante ensangrentado era realmente el suyo, porque no lo llevaba encima:
- No…no puede ser…- dijo Erika, atónita y sin palabras.
No había ninguna duda. Era el colgante que Eduardo siempre llevaba puesto, envuelto en sangre.

El silencio que vino a continuación fue tan sepulcral y escalofriante que se respiraba la tensión en el ambiente. La chica bajó la cabeza y se quedó en silencio, sin saber qué pensar. Después de un largo período de segundos sin respuesta, finalmente pareció tomar una decisión.
Apretó con fuerza el colgante de su compañero en una mano, se levantó y dirigió la mirada hacia él:
- Edu… ¿por qué?
El joven respondió a medias, nervioso, asustado y sin saber qué decir:
- Erika, yo…yo no…
Al volver la vista al frente, comprobó sorprendido y perplejo que Helio ya no estaba allí. Había desaparecido y parecía que nadie se había dado cuenta.
Sin embargo, eso no era lo que más le preocupaba en aquel momento. Se giró de nuevo a la chica, y se sorprendió  al encontrarse con unos ojos tristes y llenos de lágrimas:
- ¿Cómo has podido? Después de todo lo que hemos pasado juntos…
- Erika, te digo que de verdad yo…
- ¡¡Yo confiaba en ti!!- gritó ella, sin dejarle hablar.
Su rostro se volvía cada vez más duro, y las lágrimas caían por sus mejillas. Un tremendo dolor y tristeza albergaba su herido y destrozado corazón:
- Creía que eras mi amigo…una persona en la que podía creer y confiar…pero me equivoqué…
El chico estiró el brazo y la mano hacia ella, pero ella la apartó de un manotazo. Dijo, completamente enfadada:
- ¡¡No me toques…apártate de mí!!
La joven lo empujó fuertemente y lo hizo retroceder. Lo que escuchó Eduardo a continuación le dejó pálido. Nunca creyó oír esas palabras de la chica dirigidas a él:
- ¡¡Vete…no quiero volver a verte nunca más!!
Aquellas últimas palabras, pronunciadas con tanto odio y rabia, golpearon tan fuerte al chico que su corazón acabó roto y destrozado en mil pedazos. El joven bajó la cabeza, ocultando su rostro y tratando de asimilar la idea.

Tras unos segundos de silencio sin respuesta finalmente Eduardo, sin levantar la mirada, dio media vuelta y corrió tan rápido como le permitían sus piernas. Su silueta se entremezcló con los árboles hasta desaparecer en la espesura del bosque, mientras las lágrimas caían por sus mejillas:
- ¡¡Eduardo, espera!!- gritaron los demás, preocupados desde la lejanía.
Ni siquiera los gritos de sus amigos llamándolo por su nombre consiguieron detenerlo.

Cuando el chico desapareció de la vista, Erika cayó de rodillas al suelo y apoyó las manos en la hierba. Bajó la cabeza, ocultando su rostro, y rompió a llorar desconsoladamente, mucho más que antes.
Mientras tanto, oculto entre la maleza de los árboles, Helio contemplaba satisfecho los acontecimientos, y una expresiva sonrisa maléfica se le dibujó en la cara.

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