martes, 29 de abril de 2014

Tiempo de exámenes + última pausa de la historia


¡Hola otra vez, bloggers! ¿Qué tal ese último capítulo estrenado la semana pasada? ¿Os ha gustado el final de la historia? ¿Era demasiado predecible, o por el contrario os ha sorprendido a todos? ¿Esperabais otra cosa?

¡Recordad que todavía queda el último capítulo, el epílogo de FF: MP!

La razón de esta entrada, tal y como menciona el título, es que debo daros otra mala noticia. De nuevo me veo obligado a forzar otro retraso con el siguiente y último capítulo del fanfic, por motivos de sobra conocidos para los que me conocen y llevan siguiendo el blog desde hace bastante tiempo. Estando a finales de Abril y casi a principios de Mayo, me quedan tan solo tres semanas de clase universitaria, para lo cual luego llegan los exámenes finales.
Esto significa tener que meterme de lleno a estudiar a partir de ahora, pero antes de eso acabar los cientos de trabajos grupales pendientes que nos quedan a mi grupo y a mí. Para que os hagáis una ligera idea de la situación os digo que incluso estamos quedando en horario no laboral (de clase) muy temprano por la mañana, antes de empezar, y a veces también tardes enteras dedicándolas precisamente a eso. 
Escribir este recién capítulo 53 me ha costado muchísimas horas de esfuerzo, de trabajo invisible, de labor independiente ajeno a mi rutina escolar, y con un horario tremendamente difícil para alguien que, además de estudiar, también hace deporte 3 días a la semana (4 si contamos los entrenamientos extra de los sábados a las 7 de la mañana) y se encarga de algunos de los habituales recados más sencillos de la casa.
Desde luego todo eso me ocupa bastante tiempo, y he tenido que sacrificar otras cosas que me hubieran gustado hacer por escribir este fanfic. He tenido que sacrificar incluso tardes de fines de semana y días libres para dedicárselo a esta historia, a este blog, y a vosotros.

Lo que quiero decir con esto es que he trabajado muchísimo, esforzándome en cada página escrita todos los días, aún cuando no me apetecía, pero me obligaba a mí mismo a hacerlo. Lo que quiero aclarar con esto es que he realizado un enorme esfuerzo y trabajo, quizá mucho más del que os imagináis, y que si no lo valoráis, al menos lo respetéis.

Pero alejándome de las ramas y volviendo al tema, os aviso de que el último capítulo que falta lo estrenaré pasados los exámenes finales. ¿Y cuándo será eso? Pues mi último examen lo termino a principios de Junio (si la cosa va bien y los apruebo todos, claro), así que alrededor se ese mes se publicará el epílogo de FF: MP.
A partir de ahora voy a hincar los codos, a terminar todo el trabajo pendiente y a ponerme a estudiar para los exámenes que me esperan, y que supongo a todos los estudiantes nos esperan, ya que estamos en la recta final del curso.
Pero tranquilos, que intentaré no dejar abandonado este website. En algún que otro rato libre quizá publique diversas entradas pendientes y que hace tiempo que no hago, como las curiosidades, el trivia, algún anexo más o las crónicas de un amor platónico, entre otras cosas.

En conclusión a todo lo demás, quiero decir que Final Fantasy: Memories of a Promise terminará este Junio, a las puertas del verano, con el último y sí ya definitivo capítulo, cuyo título desvelaré sobre el mes de Mayo o finales del mismo.

¡Hasta la próxima entrada! :D

miércoles, 23 de abril de 2014

¡Feliz Día del libro!

¡Así es, bloggers! ¡Hoy quiero felicitaros a todos por el tan fantástico día del libro, y sobretodo a aquellos y aquellas que tanto nos gusta leer y escribir! ¡Porque con un simple libro se puede llegar a infinitos mundos mágicos y alcanzar los inalcanzables límites de la imaginación!

Desde pequeño siempre me ha encantado leer, y devorar literalmente un libro que me guste se trata de uno mi mayores placeres de la vida, con el que disfruto y me relajo un montón. Y ahora, después de tantos años como lector, por fin estoy a punto de terminar mi primera historia como escritor, de la que me siento muy satisfecho y orgulloso. Esto es para mí uno de los mayores logros personales que he conseguido en mi vida.

¿Y qué mejor forma de celebrar el día del libro en este blog que estrenando el capítulo 53 de FF: MP? ¡Toca llorar con el tan ansiado y esperado final de este fanfic de la saga de videojuegos Final Fantasy! :D

Capítulo 53: Lágrimas

Capítulo LIII
LÁGRIMAS
Eduardo abrió poco a poco y lentamente los ojos, como si le pesaran los párpados. El dolor interno que hasta hace unos instantes lo torturaba sin piedad había cesado de repente, en un solo segundo, como si la enfermedad que tenía se hubiera curado espontáneamente.
El dolor se había esfumado así, sin más, y ni siquiera él mismo lo entendía. Nunca antes había sentido un sufrimiento así, y mucho menos el motivo o la razón del por qué de la desaparición de sus efectos. En cualquier caso, sentía un enorme alivio al dejar de sufrir de aquella manera, en el mirador exterior de Valor Alado.

Y justo en ese momento abrió de repente mucho más los ojos, al llegarle a la memoria todo lo relacionado con Derriper y Ludmort, durante la batalla final en la noche del fin del mundo. Después de haberse enfrentado al séptimo en un duro enfrentamiento y de haberlo derrotado con el poder de los seis en las armas sagradas, todo cuanto Eduardo alcanzaba a recordar era que se encontraban de nuevo en la cubierta exterior de la aeronave, después de haber salido del mundo onírico del enemigo.
Justo cuando Erika y él iban a acabar con el monstruo Ludmort, de repente el joven sintió el intenso dolor interior, acompañado de la siniestra voz del ser oscuro en su cabeza. Tras eso perdió el conocimiento y cerró los ojos, cuyos recuerdos terminaban ahí.

El chico de rojo levantó la mirada del suelo negro en el que estaba tumbado, y sus ojos palidecieron todavía más al descubrir el lugar en el que se encontraba.
Todo a sus alrededor era completa y absolutamente negro: no se vislumbraba ningún tipo de escenario. Por más que miraba en todas direcciones no se veía tierra, ni mar ni cielo: no había ningún otro color visible salvo el negro, desde cualquier lado o ángulo que se viera.
Se preguntaba a sí mismo, sorprendido y asustado, a qué horrible lugar había ido a parar:
- ¿Dónde…dónde estoy?- preguntó en voz alta, aún sabiendo que no había nadie allí con él.
Muy pronto descubrió que no estaba solo cuando, al girar la cabeza a sus espaldas y fijarse bien, encontró un poco más lejos el cuerpo también tumbado e inerte de otra persona. Su chaleco blanco, su camisa rosa, sus vaqueros azules y su pelo castaño eran inconfundibles, al menos para Eduardo:
- ¡¡Erika!!- exclamó el joven, asustado y preocupado.

El chico de rojo trató de levantarse, pero sus extremidades flaquearon de fuerza, y cuando apoyó sus brazos éstos se tambalearon, apenas un segundo antes de que cayera otra vez al suelo.
Por alguna extraña razón se sentía débil, bastante débil, e imaginó que no debía de ser sólo por el cansancio y por las muchas heridas a causa de las tres anteriores rondas de combate. No, aquel cansancio y aquella fatiga no eran producto de ningún rasguño físico externo, sino de otro tipo de daño mucho más profundo.
Pudo sentir, sin lugar a dudas, que el motivo de su exhausto estado de debilidad no procedía de sus rasguños y heridas externas, sino del interior de su propio cuerpo, y concretamente del corazón.
El joven apenas podía sentir el pálpito de su propio corazón, que latía débilmente y casi sin energía, como el de una pequeña llama de fuego a punto de extinguirse para siempre. Se trataba de una extraña y escalofriante sensación que nunca había sentido antes: parecía sentir como si la mitad de su corazón hubiera muerto por alguna causa, mientras que la otra mitad restante aún vivía débilmente y lo mantenía a duras penas, cargando con el peso del músculo entero.
Sentía que poco a poco la llama latente de su corazón se iba apagando y que, irremediablemente tarde o temprano, su propia vida terminaría de extinguirse con ella.

Sabía que no le quedaba mucho tiempo, y que tanto Erika como él debían volver al mundo real para acabar de una vez con Ludmort. De ellos dependía únicamente el destino de Limaria y de La Tierra: el destino de ambos mundos.

Con tremendo esfuerzo, y reuniendo todas las pocas fuerzas que le quedaban, Eduardo volvió a apoyar sus brazos y manos en el suelo, apretó los puños y dientes, cerró los ojos y trató de levantarse. Tardó unos largos segundos en hacerlo, pero finalmente logró ponerse en pie, esta vez reuniendo toda su fuerza de voluntad.
Abrió de nuevo los ojos, esta vez jadeando del cansancio y mientras le temblaba todo el cuerpo. Se giró de cara a la chica detrás de él y corrió hacia ella, débilmente y tambaleándose a lo largo del camino.

Cuando llegó junto a su amiga, Eduardo dejó caer el peso de cuerpo débil y sin aliento al lado del de ella, que seguía tumbada e inconsciente. De rodillas y muy exhausto, giró el cuerpo de su compañera boca arriba y con una mano le apartó el pelo castaño que le cubría la cara, mientras que con la otra le sujetaba la nuca, más levantada que el resto del cuerpo. No dejaba de preguntarse cómo había podido llegar la chica a aquel horrible lugar:
- ¡¡Erika!! ¡¡Erika, despierta!!- exclamó el joven, preocupado y mientras la sacudía para que reaccionara- ¡¡Erika, por favor…!!
Temió lo peor y pensaba que estaba muerta, pero enseguida una sonrisa de alivio se dibujó en su cara cuando ella comenzó a mover su expresión facial y todos los músculos de su rostro. Igual que él, abrió lentamente los ojos, y cuando sus pupilas descubrieron al chico que estaba a su lado, murmuró débilmente diciendo:
- E…Edu…
La joven iba a volver a cerrar los ojos, pero su amigo no se lo permitió, porque si lo hacía era muy probable que no volviera a abrirlos. Eduardo no sabía hasta qué punto de fatigada estaba su compañera, pero lo que sí resultaba claro era que parecía estar igual de débil y agotada que él:
- ¡¡No, Erika, no te duermas!!- la zarandeó él para que despertara- ¡¡No es hora de dormir!!

La agitación de su amigo terminó por devolverla a la realidad. Una vez que salió por completo del estado somnoliento el chico dejó de sacudirla, y Erika abrió los ojos, esta vez totalmente despierta. Miró a su compañero, confusa y extraña por los últimos acontecimientos que recordaba en el mirador exterior de Valor Alado:
- Edu… ¿qué ha…pasado?
- No…no lo sé…- respondió Eduardo, temblando y jadeando del cansancio- todo cuanto recuerdo es el dolor…y la voz de Derriper en mi cabeza…el resto, sólo oscuridad…
La chica observó entonces el panorama alrededor, intentado adivinar con los ojos dónde se encontraban. Sin embargo, nada aparte de negras tinieblas los rodeaba. No había nada en aquel siniestro y solitario lugar que pudiera indicarles dónde estaban: ni un trozo de tierra, ni un ínfimo espacio de agua y ni tan siquiera un pedazo de cielo al que mirar arriba.
Lo único que veían a su alrededor era puro y absoluto color negro, igual que el estar encerrados en una estancia oscura y sin luz. No se veía nada salvo ellos mismos, el uno al otro:
- ¿Dónde…dónde estamos?- preguntó Erika, asustada y aterrada.
Su amigo también estaba igual de asustado que ella, y temblaba de miedo al mirar a todas partes y no ver nada que les indicara, ni tan siquiera un pequeño detalle, del sitio en el que se encontraban. El espacio oscuro de aquel lugar parecía infinito e interminable, de tal forma que, aunque caminaran toda la vida, nunca llegarían a ninguna parte:
- No…no lo sé…no sé…qué es este lugar…- respondió Eduardo, pálido y atónito, con los ojos y la boca abierta de terror- parece…el mismísimo corazón de la oscuridad…

Con este siniestro y escalofriante pensamiento, el chico de rojo sacudió la cabeza y volvió a mantenerse alerta, para no sucumbir al miedo. Se dirigió a Erika y le dijo, seriamente y cambiando de tema:
- ¡Vamos, tenemos que salir de aquí y volver al mundo real para acabar con Ludmort!
La chica también recordó en ese instante lo que estaban a punto de realizar, antes de desmayarse y perder los dos el conocimiento. Supo entonces lo que debían hacer:
- ¡Tienes razón, no hay tiempo que perder!- afirmó ella de la misma forma, seriamente- ¡Debemos cumplir con nuestro cometido en la profecía!

Eduardo ayudó a levantar a su compañera, y los dos se incorporaron y pusieron en pie con sumo esfuerzo, mientras les temblaba todo el cuerpo. La joven apoyó uno de sus brazos en los hombros del chico, mientras éste la sujetaba con el brazo opuesto por la espalda, ayudándola a no caerse.
Agarró con su otra mano la muñeca de Erika apoyada en él, y ambos empezaron a caminar lentamente hacia adelante. Sus pasos aminorados y pesados, sumados a la dificultosa respiración con que jadeaban del cansancio, eran la clara prueba del débil estado en el que se encontraban.

No dieron más de diez pasos cuando se detuvieron de repente, al sentir una nueva y terrorífica aura mágica, y una nueva presencia.
Los dos jóvenes palidecieron y perdieron el color del rostro, cuando frente a ellos surgió del propio espacio negro que los rodeaba una extraña masa de materia oscura, de la cual provenía la nueva aura mágica. Dicha masa negra comenzó a agitarse lentamente, para luego empezar a cobrar forma.
Eduardo y Erika se separaron inmediatamente, a la vez que retrocedían y contemplaban horrorizados cómo la materia oscura cobraba la silueta de una reconocible forma humana:
- ¡¡No…no puede ser…!!- dijo Erika, aterrada y con los ojos y la boca abierta de terror.
El chico también estaba igual de asustado que ella, tenía la misma expresión en la cara que su amiga. La misma aura mágica que habían sentido en las anteriores rondas seguidas de combates la tenían justo ahora en frente, de nuevo formándose en una gran armadura oscura. Ambos jóvenes temblaban de miedo, cuando finalmente la transformación de la materia negra terminó de completarse.
Ante ellos se encontraba ahora un nuevo individuo perfectamente reconocible, cuyo cuerpo estaba en su absoluta e inmensa mayoría cubierto por una ancha armadura negra. Tanto él como ella sintieron palpitar débilmente sus corazones entre dos latidos, encogidos de puro miedo y terror al saber a quién tenían delante, y al que creían muerto:
- ¡¡Derriper!!- exclamó Eduardo, pálido y atónito.

Tal y como el chico de rojo había imaginado, el líder de la organización Muerte seguía vivo. Lo supo desde el instante en que la siniestra voz de ultratumba le habló en el interior de su cabeza, durante el ataque de dolor que lo invadió en el mirador exterior de Valor Alado.
Sin embargo, sorprendentemente el séptimo había vuelto a su primera forma, en cuya condición no tenía sus poderes avanzados de dios ni tampoco podía convertir su cuerpo en estado líquido o gaseoso. Ahora sólo podía transformar su extremidad izquierda con el poder de la oscuridad, mientras que en su mano derecha volvía a empuñar su enorme espada del mismo elemento. De igual manera Caos Bahamut había vuelto a convertirse en lo que era al principio del combate: en una capa negra que colgaba a la espalda de la armadura.
Erika y Eduardo sabían que su enemigo ya no podía volver a invocar al dragón negro del caos y la destrucción, lo cual suponía un gran alivio. En su exhausto y agotado estado ni siquiera los dos juntos habrían podido hacer frente a Caos Bahamut.

Pero por otro lado, y olvidando el hecho de que el poder oscuro de Derriper había disminuido considerablemente, lo que más impactó y llamó la atención de los dos jóvenes era observar a simple vista el nuevo estado del séptimo.
Contrastando con las anteriores rondas de combate, el ser oscuro se encontraba ahora en un nuevo masacrado y lamentable estado, con la mitad de la armadura de su cuerpo desgarrada y destrozada, igual que su capa.
Para mayor sorpresa, Eduardo y Erika observaron con horror que, bajo las partes donde no había armadura cubriéndole el cuerpo, su piel era completa y absolutamente negra y oscura como la noche. Sus extremidades, la mayor parte visibles, albergaban la piel más negra que habían visto en sus vidas, del mismo color que el de la materia oscura.
Sin embargo, la visión más escalofriante y siniestra de todas era sin duda la de su cara, cuyo casco también estaba medio destrozado y dejaba la mitad de su rostro al descubierto.

Su lado derecho de la cara, sin casco que lo ocultara, mostraba ahora bien claro uno de sus brillantes ojos rojos, resplandeciendo en medio de la piel negra, y una media boca abierta y jadeando, con colmillos afilados en vez de dientes.
La sola visión de aquel rostro y aquella mirada asesina, observándolos fijamente, ponía a los dos jóvenes los pelos de punta. Sentían el miedo y el terror con la sola presencia de su enemigo:
- Enhorabuena…Erika…Eduardo…- dijo lentamente el séptimo, sin dejar de mirar en ningún momento a sus dos oponentes frente a él- habéis conseguido lo que nunca nadie había logrado antes: acabar conmigo…de hecho, sois los primeros elegidos en toda la historia de Limaria en hacerlo…
Tanto el chico como la chica observaron, sorprendidos, un detalle del ser oscuro que no habían advertido antes. En el pecho de Derriper, semicubierto por la armadura destrozada, había un brillo de luz blanca que contrastaba con el negro de la materia oscura, y que resplandecía de forma permanente, sin apagarse.
Los dos se dieron cuenta enseguida de que se trataba de la misma luz blanca sagrada que la que tenían en sus armas en la anterior ronda de combate, cuando atravesaron con ella el corazón del séptimo. Justamente el brillo de luz blanca se situaba en el corazón de Derriper:
- Durante todo este tiempo…siempre había intentado no pensar en vosotros…siempre me había centrado en otros asuntos que creía de mayor importancia…aún sabiendo, desde luego, que erais los mismísimos elegidos de la profecía…los que, supuestamente, suponíais el único obstáculo en mi camino…- dijo Derriper, lento y tranquilo en el tono de su voz- imaginaba que tarde o temprano moriríais a manos de cualquiera de los miembros de la organización…que no debía preocuparme lo más mínimo por vosotros…- a lo que luego añadió, seco y frío como el hielo- después de todo, no erais más que dos niños débiles y endebles, con unos guardianes de iguales características…

Eduardo y Erika poco a poco dejaban de temblar, y la expresión asustada de sus rostros también cambiaba a otra valiente y decidida, a medida que el ser oscuro seguía hablando y pronunciando sus palabras, cargadas de despreocupada indiferencia:
- Sin embargo, y para mayor sorpresa, no resultó ser así…sino todo lo contrario…- dijo Derriper, tranquilo y manteniendo la calma- vosotros y vuestros guardianes…habéis matado, poco a poco, a todos y cada uno de mis subordinados…a los que habían dejado de ser humanos y gozaban del poder de la oscuridad, retenida en el sello maldito…- dijo el séptimo, que bajó la cabeza y ocultó su rostro mirando al suelo, cerrando los ojos rojos- y, aún a pesar de sus esfuerzos, todos han caído…uno tras otro…de forma lenta e inevitable…
Los dos jóvenes seguían observando y escuchando a su enemigo, mientras mantenían la distancia con él. Éste seguía hablando con total calma y tranquilidad, como si tuviera la situación bajo control, y aún sabiendo que iba a desaparecer con la luz blanca sagrada:
- Vosotros dos, y vuestros guardianes…habéis acabado con la organización Muerte…y habéis matado incluso a un dios…- afirmó el séptimo, con indiferencia- tales logros nunca antes los había alcanzado nadie hasta ahora…ni siquiera ninguno de los anteriores elegidos antes que vosotros…- que luego añadió, con cierto aire de respeto- y por ello ahora me doy cuenta…del fatídico error que cometí al subestimaros…por ser sólo simples niños…

Erika y Eduardo no bajaron ni un momento la guardia, cuando Derriper volvió a abrir los ojos y alzó la cabeza, para mirarlos de frente:
- Puede que todos estos hechos y acontecimientos…sean sólo parte del destino…y que desde el principio estuviéramos predestinados para este momento…para este combate…- dijo el ser oscuro- quizá, después de tantos milenios, por fin tocaba que me llegara la hora…mi hora de morir…
Lo que dijo el séptimo a continuación sorprendió a los dos jóvenes, que seguían alejados y sin bajar la guardia:
- Sin embargo, todavía sigo vivo…y estoy dispuesto a seguir luchando para acabar con este mundo podrido y exterminar para siempre a la raza humana…- afirmó seriamente Derriper- todavía me quedan fuerzas para mataros…y así evitar que se cumpla la profecía…
> Por eso, esta vez será diferente…ya no volveré a dejaros al margen…- declaró el enemigo, firme y seriamente- por esa misma razón, esta vez no volveré a cometer el error de subestimaros o de trataros como a inferiores…ni mucho menos el de veros como simples obstáculos en mi camino…
La armadura oscura dijo entonces, con una voluntad férrea:
- Por todo lo que habéis logrado…y por el simple hecho de haber llegado hasta aquí…esta vez no sólo os habéis ganado mis más sinceras felicitaciones…sino también mi más profundo respeto…- afirmó el séptimo, sin vacilar- por eso ya no os considero simples y débiles humanos, sino rivales a mi altura…y por eso mismo también, esta vez, lucharemos en igualdad de condiciones…combatiremos de igual a igual, como debe ser toda gran batalla…

El líder de la organización Muerte empuñó entonces con más fuerza su espada oscura en la mano derecha, y la alzó en el aire apuntando su filo directamente hacia ellos:
- Puesto que no voy a ser el dios del nuevo mundo, tampoco permitiré que este planeta siga sufriendo por las acciones del ser humano…- declaró el séptimo, seriamente- voy a hacer que muera conmigo, y con nosotros todos los humanos que habitan en él… ¡porque sólo así nacerá una nueva forma de vida, respetuosa con…!

El ser oscuro no terminó la frase. Tanto Eduardo como Erika se quedaron sorprendidos y atónitos, al ver delante de ellos, cómo Derriper sintió de repente un tremendo dolor en su corazón, que le hizo bajar el arma y caer apoyando una rodilla en el suelo. Se llevó su mano izquierda al pecho mientras jadeaba y respiraba con dificultad:
- Este dolor…- dijo, mirando al suelo y ocultando su rostro- parece…que no me queda mucho tiempo…

El séptimo logró controlar el dolor que lo atormentaba, y volvió a alzar la mirada hacia ellos mientras hacía un tremendo esfuerzo por levantarse, a la vez que le temblaba todo el cuerpo:
- Tal y como así lo ha querido el destino desde el principio…ha llegado la hora…de librar esta última batalla…- dijo el ser oscuro, mientras se levantaba lentamente y con dificultad- la que decidirá, por fin, el destino de Limaria y de su misma existencia…para siempre…
Cuando finalmente el líder de la organización Muerte logró ponerse en pie, éste miró a sus dos oponentes frente a él. En ese entonces Erika y Eduardo no dudaron en ponerse en guardia, sabiendo que era cuestión de segundos que empezara la última ronda del combate. Desenfundaron mágicamente en sus manos las armas sagradas, al mismo tiempo que el séptimo decía, en alta voz:
- ¡¡ESTE COMBATE…LA GUERRA QUE LOS DIOSES LLEVAMOS TANTO TIEMPO LIBRANDO…TERMINA AQUÍ!!

Tras estas últimas palabras, finalmente acabó la charla y dio comienzo a la acción; a la última etapa del combate.

Derriper tomó la iniciativa y atacó el primero, que apuntó con su extremidad izquierda hacia ellos y ésta se estiró gracias al poder de la oscuridad. Los dos jóvenes lograron esquivar rápidamente la garra negra apartándose ambos en direcciones opuestas, pero por desgracia la chica no pudo evitar el siguiente ataque, cuando el alargado brazo del enemigo se desplazó enseguida a su lado y la golpeó y empujó de tal manera que cayó al suelo:
- ¡¡Erika!!- exclamó el chico, preocupado.
Su sorpresa fue mayor cuando vio al séptimo echar a correr hacia ella, mientras su extremidad izquierda mutaba y volvía a su tamaño normal. Eduardo reaccionó enseguida  y, apuntando con la llave espada en ambas manos, conjuró y disparó un hechizo mágico elemental:
- ¡¡Piro++!!
Del arma sagrada salió disparada una enorme y gran bola de fuego, directa a Derriper. Sin embargo, y sin ni siquiera mirar al joven, el enemigo destrozó y neutralizó el ataque mágico con un sablazo de su espada oscura a un lado, sin perder de vista el objetivo que tenía delante ni dejar de correr en todo momento. Eduardo no podía creer que hubiera fallado su ataque.

Justo cuando el líder de la organización Muerte llegó hasta Erika, y después de haber transformado su extremidad izquierda en una gran mazo negro pesado, arremetió con ella directo al cuerpo de la chica. Por suerte la joven logró levantarse a tiempo y esquivar de un salto atrás, por los pelos, el ataque del enemigo, que podría haberla matado.

En ese momento llegó Eduardo, corriendo por un lado hacia él. Empuñaba firme la llave espada en sus manos y, con ella, dio un salto para golpear al oponente. Derriper giró la cabeza al filo del arma sagrada que iba a herirlo, y rápidamente la bloqueó en el aire con su propia espada oscura. A continuación transformó de nuevo su brazo izquierdo en una mano negra, con la que agarró el cuello de la chaqueta del chico y, dando media vuelta, lo lanzó y golpeó brutalmente contra el suelo:
- ¡¡Edu!!- gritó la joven, preocupada al ver el cuerpo de su amigo rebotar de la brutal sacudida y rodar apenas unos metros de su posición.

La chica no lo dudó un instante y conjuró otra magia elemental básica. Apuntó con su arma al séptimo y dijo rápidamente:
- ¡¡Hielo++!!
De la vara mágica salieron disparados varios cristales de hielo, directos a Derriper. Sin embargo, el ser oscuro también reaccionó a la misma velocidad, y la sorprendió destrozando los cristales con su enorme espada, igual que lo había hecho antes con el ataque mágico de su compañero.
Su aterradora sorpresa fue mayor cuando el enemigo transformó en un segundo su extremidad izquierda de nuevo, pero esta vez en un látigo negro, con el que agarró uno de los tobillos de la joven y la tiró con fuerza, haciéndola rodar por el suelo en un ángulo de noventa grados.

Para cuando la chica ya se encontraba un poco más lejos y tirada en el suelo, Eduardo ya estaba de nuevo en pie, mirando al enemigo con rabia y furia. Se encontraba a apenas unos metros de distancia de él, pero lo suficiente como para acertar de lleno un ataque.
Alzó la llave espada en sus manos al cielo y conjuró otro nuevo hechizo mágico ofensivo, diciendo:
- ¡¡Electro++!!
Pero sin embargo Derriper volvió a neutralizar el ataque, para sorpresa del joven. Con su enorme espada oscura también alzada en el aire por encima de su cabeza, el séptimo la hizo girar rápidamente trescientos sesenta grados a una velocidad increíble, tanta que detuvo los rayos que le llegaron por arriba y ninguno logró alcanzarle:
“¡¡No…no puede ser…!!”- pensó el chico, pálido y horrorizado- “¡¡Esa espada neutraliza cualquier tipo de magia…los hechizos mágicos no tienen ningún efecto sobre él!!”

La nueva acción del líder de la organización Muerte corriendo hacia él lo apartó repentinamente de sus pensamientos. Pero sin embargo no fue lo bastante rápido para reaccionar cuando, en el preciso instante en que Derriper llegó a su lado, éste le pegó un duro puñetazo en el estómago con su extremidad izquierda, ahora transformada en un puño negro normal. El chico de rojo se quedó pálido y atónito, cuando su tronco se dobló por inercia del golpe, mientras escupía sangre por la boca.
Estaba tan aturdido por el golpe que no fue capaz de defenderse cuando el ser oscuro volvió a rematarlo con el mango de su enorme espada en toda la cara, que lo envió un poco más lejos rebotando un par de veces por el suelo.

Erika tampoco había sufrido graves daños con el anterior látigo, y se había puesto nuevamente en pie, viendo a su compañero caer otra vez. También miró al enemigo con rabia y furia, apretando los dientes, y mientras le temblaba todo el cuerpo:
- ¡¡Todavía…no has acabado conmigo!!- exclamó la joven.
Y justo cuando el séptimo se giró de cara a ella, Erika apuntó de nuevo con su vara mágica hacia él, para conjurar otro hechizo mágico ofensivo:
- ¡¡Aero++!!
En ese momento unas potentes y poderosas ráfagas de aire surgieron de la nada, directas hacia Derriper. Sin embargo, el ser oscuro volvió a ingeniárselas para detener el ataque mágico, y en esta ocasión transformó su extremidad izquierda en un enorme abanico negro.
En apenas un segundo lo sacudió con tanta fuerza y velocidad que generó con él otra gigantesca ráfaga de aire, de mayor potencia que la de la chica, y que la alcanzó y envió volando por los aires, mientras gritaba.

Cuando Erika cayó nuevamente al suelo, un poco más lejos, Eduardo se levantaba otra vez. Aún jadeando del cansancio y temblándole todo el cuerpo, apuntó con sus dos manos temblorosas y el arma sagrada en ellas diciendo, con dificultad:
- ¡¡Gra…grave…!!
No terminó de conjurar el hechizo mágico, porque en ese instante la punta afilada de una lanza negra le atravesó de repente el hombro izquierdo, que lo sorprendió e hizo gemir de dolor. La lanza se estiró de tal forma que empujó al chico más lejos, más o menos aproximado hasta la posición de su compañera, y allí el arma negra se desprendió de su cuerpo, donde el joven cayó tumbado cerca de su amiga.

Los dos elegidos se encontraban ahora tirados en el suelo, heridos, pero sin dejar de empuñar sus armas en las manos. Muy pronto Derriper comenzó a caminar lenta y pesadamente hacia ellos, al mismo tiempo que ambos jóvenes también empezaron a levantarse, de manera torpe y temblorosa:
- ¿Por qué…?- preguntó el dios oscuro, débil, jadeando y respirando con dificultad, mientras su extremidad izquierda volvía a transformarse en un brazo negro normal, manchado de sangre- vosotros, malditos humanos…que habéis llevado a este planeta…al borde de su destrucción… ¿por qué…por qué queréis recuperarlo ahora? Sabiendo…que ya no tiene salvación…entonces… ¿por qué…por qué seguís insistiendo…en protegerlo? ¿Por qué…seguís luchando…para salvarlo? ¿Por qué…os resistís tanto…a lo inevitable?

Eduardo y Erika seguían levantándose, apoyando sus extremidades y separándose cada vez más del suelo. Cuando ya se pusieron en pie y alzaban el tronco con las manos apoyadas en las rodillas para levantar la mirada, la chica respondió de la misma forma que el enemigo, diciendo:
- Porque…aún no…no todo…está perdido…- dijo Erika, jadeando y temblándole todo el cuerpo- porque…las personas…siempre…podemos mejorar…siempre…podemos cambiar…
Antes de que la joven terminara de levantarse, una bomba de aire la golpeó y la envió brutalmente hacia atrás, rodando por el suelo:
- ¡¡Erika!!- gritó Eduardo, preocupado.
El líder de la organización Muerte seguía caminando lentamente y con pasos pesados hacia ellos, mientras respiraba con dificultad en el mismo débil y lamentable estado que sus dos oponentes:
- ¿Mejorar…? ¿Cambiar…?- preguntó el séptimo, tranquilo y paciente, sin preocuparle en absoluto su estado y como si no supiera que estaba a punto de morir- eso…es un estúpido sueño utópico…producto de las falsas esperanzas…y del concepto erróneo que tienen los humanos…sobre el cambio y la mejora…

Justo cuando el chico iba a apuntar con la llave espada para atacar al enemigo, otra repentina bomba de aire lo golpeó y lo envió a él también hacia atrás, cayendo otra vez y rodando por el suelo:
- ¡¡Edu!!- gritó la joven desde su posición, preocupada.
- Si en todos estos años…no han aprendido a cambiar…para mejorar la salud del planeta…- prosiguió Derriper, muy seguro de sus palabras- mucho menos lo harán ahora…cuando ya está condenado a morir…
Los dos volvían a estar otra vez tirados en el suelo, heridos, temblando y tratando de moverse, mientras el séptimo seguía avanzando hacia ellos, empuñando su enorme espada oscura en la mano derecha:
- Ya es demasiado tarde…porque los seres humanos…por mucho que se esfuercen…siempre lo destruyen todo a su paso…siempre extinguen y acaban con la vida…de todo cuanto les rodea…siempre son, y seguirán siendo…la más aberrante y monstruosa forma de vida…que haya conocido jamás el universo…- a lo que luego añadió, con firmeza y decisión- ¡¡por eso…los seres humanos…jamás podrán cambiar!!

En ese momento el chico de rojo por fin habló, y su voz detuvo de repente la marcha del enemigo, que se quedó quieto desde el instante en que pronunció palabra:
- Te…te equivocas, Derriper…- dijo Eduardo, volviendo a apoyar sus manos y tratando de levantarse a duras penas, con gran esfuerzo.
El líder de la organización Muerte se detuvo a escuchar las palabras del joven, sin dejar de flaquear y de temblar, a la vez que jadeaba del cansancio:
- Puede que…los humanos…a lo largo…de toda nuestra existencia…hayamos hecho…muchas cosas malas…y también cometido…muchos errores…en el pasado…- decía el chico de rojo, poco a poco levantándose y temblando, mientras ocultaba su rostro- pero…son precisamente…de esos errores…por los que…las personas…tratamos…de mejorar…tratamos…de cambiar…
Erika también se levantaba al mismo tiempo que él. Cuando, por fin, tras unos largos segundos de tremendo esfuerzo físico, ambos terminaron de ponerse en pie, los dos jóvenes seguían mirando al suelo y ocultando sus rostros. En ningún momento dejaban de temblar y de respirar con dificultad:
- Por eso…aunque los daños causados…sean irreparables…aunque todo cuanto hagamos…no sirva de nada…e incluso aunque parezca…que ya todo está perdido…- dijo Eduardo, seriamente- nosotros…los humanos…las personas…siempre…seguiremos luchando…siempre…seguiremos combatiendo…para cambiar…para mejorar…porque así…somos en realidad…

Fue entonces cuando el séptimo volvió a tomar la palabra, esta vez formulando una pregunta dirigida a sus dos oponentes:
- Después de todo…lo que le habéis hecho a este planeta… ¿todavía…estáis dispuestos…a protegerlo? ¿Vais a seguir luchando…por un mundo podrido…y condenado a la destrucción?

En ese momento Erika respondió diciendo, seriamente e igual que su compañero:
- Claro que sí…porque…mientras haya…una manera de arreglarlo…mientras haya…una forma de evitarlo…nosotros…seguiremos luchando…para proteger nuestro mundo…hasta el límite…con todas nuestras fuerzas…
En ese instante ambos levantaron la vista, a la vez y con ojos serios, firmes y decididos, y la chica alzó la voz con decisión exclamando:
- ¡¡Porque siempre hay una forma de cambiar…siempre hay una forma de mejorar…!!- afirmó Erika, muy segura de sus palabras- ¡¡…y con esa misma forma…encontraremos la manera de evitar el mal de nuestros actos…!! ¡¡Con dicha forma…definitivamente cambiaremos y salvaremos nuestro mundo!!

Derriper tardó un poco en responder. Bajó la cabeza y ocultó su oscuro rostro, mientras apretaba los puños con fuerza y decía, tranquilamente:
- Estúpidos necios e insolentes humanos…vuestras valientes palabras no cambiarán para nada el hecho de la destrucción de este patético y contaminado planeta…- dijo el séptimo, lenta y pacientemente, que luego añadió de la misma forma- muy bien…si tanto queréis, luchad…morid por este condenado mundo carente de salvación alguna…
En ese momento el líder de la organización Muerte volvió a levantar la cabeza, y miró a sus dos oponentes con los ojos rojos brillantes de su cara fijados en ellos. Se puso nuevamente en guardia, igual que Eduardo y Erika frente a él, y con su enorme espada oscura alzada en posición de ataque, exclamó alzando la voz:
- ¡¡Que vuestro valor se extinga junto con vuestra raza y vuestro mundo podrido…para siempre!!

La segunda charla acabó en ese entonces, y los combatientes pasaron de nuevo a la acción en la última etapa de aquel decisivo combate final.

Esta vez fueron los dos jóvenes quienes tomaron la iniciativa y, con sus armas empuñándolas en las manos, corrieron directos a atacar al enemigo. En aquella ocasión la vara mágica brillaba con un destello plateado, mientras que la llave espada resplandecía igual con un brillo dorado. En ese nivel superior, con el tamaño aumentado y las longitudes triplicadas de sus filos, las armas sagradas adquirían un mayor poder y una mayor fuerza considerable, muy temibles a tener en cuenta.
Se desató entonces una feroz y frenética batalla campal entre Derriper y los dos elegidos, quienes no dejaban de atacar ni un momento y seguían luchando con todas sus fuerzas. Durante los siguientes segundos de auténtica tensión, en los que ambos jóvenes no permitían ni un solo instante de respiro a su enemigo, el séptimo no hacía más que bloquear y esquivar los continuos ataques consecutivos y encadenados de sus oponentes, empleando para ello su enorme espada y también el poder de la oscuridad de su extremidad izquierda.
Mientras tanto, por su parte, Erika y Eduardo trataban por todos los medios de golpear al ser oscuro con sus armas, usando tanto ataques físicos como mágicos. A pesar de su débil y agotado estado de cansancio y fatiga, ambos jóvenes no cejaban en su empeño, y se esforzaban con todas sus fuerzas corriendo, saltando, rodando por el suelo y atacando sin parar.
Sin embargo, daba la impresión de que todos sus esfuerzos eran inútiles, ya que por más que rodeaban y hacían retroceder a Derriper sin descanso, éste no recibía ni uno solo de sus ataques: siempre los bloqueaba o esquivaba todos de alguna manera o de otra. Lo más sorprendente de todo era que el líder de la organización Muerte también se encontraba en el mismo estado de cansancio y fatiga que ellos y, aún así, lograba moverse de una increíble forma que ninguno de los dos podía creer.

Al cabo de unos feroces y tensos segundos de lucha, el séptimo decidió contraatacar, cuando Eduardo exclamó en voz alta diciendo:
- ¡¡Último Arcano!!
El chico arremetió contra el enemigo con su enorme llave espada dorada en las manos, y con ella desencadenó una poderosa y letal combinación de golpes consecutivos, todos ellos dirigidos al ser oscuro.
Sin embargo, en aquella ocasión Derriper no solo esquivó todos los mandobles del arma, sino que también bloqueó con su espada el último ataque de la combinación. Para mayor sorpresa del joven, la extremidad izquierda del enemigo, ahora transformada en un martillo negro, le golpeó a continuación y rápidamente en un costado.
Eduardo sintió de lleno el brutal golpe en su torso, cuyo impacto le destrozó al instante un par de huesos y le dejó a su vez varias costillas rotas. El crujido interno de los huesos al romperse y la potencia del golpe lo enviaron un poco más lejos, rodando por el suelo:
- ¡¡Edu!!- gritó Erika, preocupada.

La chica tampoco se quedó atrás y, apretando los dientes de rabia, apuntó con su arma a la armadura que tenía delante. Conjuró enseguida la magia ofensiva más poderosa de todas con su enorme vara mágica plateada, mientras Derriper se volvía de cara a ella:
- ¡¡Artema!!- exclamó la joven, furiosa.
Del arma sagrada salió disparado un increíble y poderoso ataque, tan fuerte y de tanta potencia que incluso Erika fue empujada hacia atrás y cayó al suelo de espaldas, incapaz de contener tanta fuerza mágica.

El ataque mágico llegó hasta su objetivo, dada la escasa distancia que los separaba, y acertó de lleno en él. El impacto produjo una tremenda y colosal explosión de tal magnitud que abarcó una gran área del campo de batalla, si bien el espacio negro en el que se encontraban era inmenso, infinito e interminable.

Tras el breve temblor de tierra en la nada, a la explosión le siguió detrás una gran humareda negra. La joven se levantó del suelo, temblando, jadeando y respirando con bastante dificultad. Ahora se sentía mucho más débil que antes, al haber agotado hasta el último resquicio de la poca magia que le quedaba en aquel ataque.
Definitivamente se había quedado sin magia, y ya no le quedaban tampoco objetos de recuperación tales como éteres o elixires:
“¿Se ha…acabado todo?”- pensó la chica en su mente, agotada.

Pasaron varios segundos de silencio, en los que solo se oía el eco cada vez más bajo y lejano de la explosión, hasta que se fundió con el resto del silencio. Durante ese tiempo reinaba una gran tensión e intriga acerca del resultado del ataque, mientras el humo negro poco a poco se disipaba.
Erika permanecía alerta y mirando a la humareda, manteniendo las distancias.

De repente surgió del humo una larga cadena negra, que se estiró de tal forma y a tanta velocidad que agarró rápidamente a la chica por una de sus muñecas, pillándola por sorpresa. A continuación la descomunal fuerza del séptimo la atrajo hacia sí y la levantó por los aires, como si de una muñeca de trapo se tratara, para luego, después de dar media vuelta, estrellarla brutalmente contra el suelo.

Con el humo ya desaparecido y el enemigo de nuevo a la vista, aparentemente herido por el ataque mágico, Erika no podía moverse. El duro impacto que había recibido también le destrozó algunos huesos, que la dejaron muy gravemente herida.
Estaba tan débil y tan debilitada que su cuerpo no le respondía: incluso le pesaban los párpados y su vista se alternaba continuamente de borrosa a nítida, y viceversa. Cuando sintió que otra nueva cadena la agarró por su otra muñeca, no fue capaz de resistirse: no tenía fuerzas ni para defenderse. De este modo, luchó por mantenerse consciente y despierta, mientras las dos cadenas arrastraban de ella.

Muy pronto descubrió, cuando las cadenas la separaron del suelo y la alzaron en el aire, que éstas pertenecían a la extremidad izquierda del ser oscuro, cuyo brazo se había transformado a su vez en cuatro nuevas extremidades: dos cadenas y dos garras negras.
La joven se quedó cara a cara con Derriper, frente a él y colgada a un metro del suelo por las cadenas que la sujetaban. Se mecía muy lentamente y con las puntas de los pies mirando abajo, como si fuera un peso muerto.
El líder de la organización Muerte fijó en ella sus siniestros y brillantes ojos rojos, mientras la miraba con profundo odio y jadeaba del cansancio, respirando con dificultad. Al igual que ellos, el séptimo también estaba muy débil y exhausto, y luchaba contra los dos elegidos empleando el poco poder oscuro que le quedaba, antes de morir:
- Y ahora…quiero que experimentes tú misma…el verdadero terror…- dijo el ser oscuro, pacientemente- el pavor…el miedo y la desesperación…sabiendo que has fracasado…y que por tu culpa ya todo está perdido…que no hay salvación alguna…
Derriper empleó una de las garras negras de sus nuevas extremidades y, con sus afiladas uñas, empezó a hundirlas en el estómago de la joven, donde también comenzó a apretar con fuerza. Enseguida Erika sintió el tremendo dolor y estalló a gritar, sacudiendo de manera violenta su cuerpo en el aire y tratando inútilmente de liberarse de las cadenas que la apresaban:
- Eso es…siente el dolor…- dijo el séptimo, tranquilo y torturándola sin piedad, mientras ella gritaba y pataleaba, completamente indefensa a su merced- agoniza…lucha desesperadamente por tu vida…siente cómo se escapa de tus manos sin poder hacer nada…siente el auténtico dolor…siente el verdadero miedo y terror…

Mientras tanto Eduardo, situado un poco más lejos tirado en el suelo, levantó la cabeza al oír los gritos desgarradores de su amiga. Palideció al ver a Derriper y a la joven unos metros más alejados de su posición, mientras ella gritaba profunda e inmensamente de dolor, como nunca antes lo había hecho en toda su vida.
Su sangre roja manchaba el estómago de la elegida y la garra negra, cuyas uñas la desgarraban por dentro a sangre fría y sin piedad:
- ¡¡ERIKA!!- gritó Eduardo, asustado y preocupado.
El chico de rojo trató de levantarse, pero la fractura de sus huesos y costillas rotas le hizo gemir de dolor y caer otra vez al suelo.

Sin embargo, esto no lo detuvo ni un instante para volver a intentar levantarse. Con mueca de sufrimiento físico y profundo dolor interno, apretó los puños y dientes y reunió fuerzas para seguir luchando. Aguantó dolorosamente la tortura de su hemorragia interna y se levantó lo más rápido que le permitía su grave estado, temblando. Una vez en pie, echó a correr hacia el enemigo empuñando la llave espada en su mano y gritando de rabia y furia:
- ¡¡Suéltala, bastardo!!

A punto estuvo de asestarle un mandoble con el filo de su arma cuando la enorme espada oscura bloqueó la del joven, a escasos centímetros de él. A continuación la otra garra negra que quedaba se transformó enseguida en una fina katana negra, que atravesó rápidamente el costado derecho de Eduardo.
Para rematar, y aprovechando el aturdimiento de su oponente a causa del dolor, Derriper blandió de nuevo su gran espada oscura y con ella le rajó horizontalmente el estómago, manchando su filo de la sangre del joven. La potencia del golpe lo envió hacia atrás rodando por el suelo, un poco más lejos:
- ¡¡EDU, NO!!- gritó Erika, horrorizada al ver por un instante los hechos.

La tortura continuó y la chica siguió gritando, incapaz de escapar de aquella carnicería que sin duda acabaría matándola.
Su compañero de rojo estaba de nuevo en el suelo, con dos cortes profundos más en su tronco y perdiendo mucha sangre a cada segundo que pasaba. Un terrible mareo le inundaba la cabeza, y su visión se hacía intermitentemente más borrosa, mezclándose también con la nitidez.
Estaba grave y urgentemente más herido que antes, pero aún así no le importaba. Levantó de nuevo la cabeza y miró con rabia y furia al ser oscuro, apretando los puños y dientes. Con el único deseo de proteger y salvar a su amiga, Eduardo volvió a levantarse aguantando inmensamente el dolor y echó a correr, otra vez sin dudarlo, a atacar a Derriper y con un grito de furia.

Al igual que en la ocasión anterior, el chico de rojo no pudo alcanzar con el filo de la llave espada a su oponente. Esta vez el líder de la organización Muerte, además de volver a bloquear el ataque con su enorme espada, transformó de nuevo la katana negra que tenía en un látigo negro, con el que agarró uno de los tobillos del chico y tiró de él, con tanta fuerza que lo arrastró por el suelo en un ángulo de ciento ochenta grados.

La tortura continuaba y la joven seguía gritando agónicamente de dolor. Eduardo alzó de nuevo la mirada tumbado boca abajo en el suelo, temblando. Se estaba quedando sin ideas y debía pensar rápido en algo, antes de que fuera demasiado tarde para su compañera:
“¡¡Maldita sea, como no haga algo, Erika morirá!!”- pensó el chico en su mente, observando con rabia la tortura frente a sus ojos- “¡¡Por mucho que le ataque de frente, siempre bloquea todas mis ofensivas y vuelve a contraatacar!!”- a lo que luego se preguntó a sí mismo, enfadado- “¡¡Mierda!! ¿¡Qué puedo hacer!?”
En ese momento se le encendió una bombilla en la cabeza, al darse cuenta de que aún no habían probado a atacarle con un hechizo mágico en concreto. No se lo pensó más, ya que no se le ocurrían más opciones y, de no hacer nada, la chica moriría sin remedio.
El joven de rojo volvió a levantarse otra vez, con profundo dolor, y echó a correr nuevamente hacia el enemigo. Derriper no se dio cuenta de que Eduardo iba otra vez a la carga hasta que éste reunió fuerzas para dar un gran salto de altura, impulsándose para contraatacar por arriba.
Estando en el aire, el chico conjuró rápidamente la magia ofensiva que tenía planeada, directa contra el séptimo:
- ¡¡Gravedad++!!

Para mayor sorpresa el elegido descubrió que su enemigo no podía contrarrestar aquella magia, puesto que el ser oscuro enseguida se apartó para esquivarla y evitarla.
Eduardo encontró la ocasión perfecta, tras el ataque mágico, de romper las cadenas negras que sujetaban a Erika, ya que éstas quedaron indefensas ante la mayor distancia que se produjo entre la joven y la armadura.
Con un grito de furia el chico asestó una rápida guillotina en el aire, partiendo a la mitad y destrozando las cadenas negras que, una vez rotas, éstas desaparecieron y soltaron el cuerpo de la joven.

Eduardo aterrizó torpemente tras el salto, debido al grave y agotado estado en el que se encontraba, pero enseguida volvió a ponerse en pie y, temblando y gimiendo de dolor, echó a correr hacia el cuerpo tirado de su amiga, aparentemente inconsciente:
- ¡¡Erika!!
Sin embargo, nada más agacharse junto a ella y rodearla entre sus brazos, una nueva bomba de aire los sorprendió a ambos y los envió bastante más lejos, separándolos y rodando por el suelo.

En aquella ocasión Eduardo no pudo volver a levantarse. Estaba ya totalmente exhausto y, aunque quisiera, su cuerpo no le respondía. Había empleado la última reserva de magia que le quedaba para poder salvar a Erika de la tortura, y tampoco tenía objetos de recuperación tales como éteres o elixires.
Por otro lado su cuerpo había hecho un gran esfuerzo moviéndose con graves y profundos cortes, y eso le había provocado mayores heridas internas con cada acción realizada. Había perdido tanta sangre que un terrible mareo le inundaba la cabeza y, al mismo tiempo, le hacía intermitentemente borrosa y nítida la visión.
Sin duda su cuerpo había llegado al límite, y él lo sabía. Tumbado boca abajo en el suelo, levantó la cabeza con dificultad y esfuerzo, jadeando y respirando entrecortadamente:
- E…Eri…ka…- dijo, al ver a su compañera también tirada en el suelo, inerte y un poco más lejos- por favor…perdóname…

Ella no respondía, y el chico temía que hubiera llegado demasiado tarde para salvarla. Giró en ese momento la cabeza de cara a la armadura, situada a mucha mayor distancia entre ellos. Eduardo palideció en el instante en que Derriper transformó las cuatro nuevas extremidades de su brazo izquierdo en un gran cañón negro, con el que apuntó directo hacia los dos jóvenes.
Cuando dicho cañón empezó a acumular energía oscura, poco a poco, el joven supo lo que venía a continuación, y desde ese momento perdió toda esperanza de ganar aquel último combate. Estando ellos dos solos, exhaustos y debilitados, y sin la ayuda de sus amigos y de las invocaciones, la derrota frente al séptimo siempre había estado presente, desde el principio:
“¿Por qué…?”- se preguntó el chico de rojo en su mente, viendo al enemigo preparando su ataque a lo lejos, y luchando con las pocas fuerzas que le quedaban para seguir respirando- “Después de todo lo que hemos pasado…y de todo lo que hemos luchado para llegar hasta aquí… ¿por qué…? ¿por qué esto…tiene que acabar así?”

El ser oscuro seguía acumulando energía, cada vez más grande y más peligrosa, y desbordaba una gran cantidad de poder. Eduardo giró otra vez la cabeza de cara a su compañera, que continuaba inmóvil y desmayada a pocos metros de él, y le dedicó unas últimas palabras:
- Lo siento…Erika…- dijo, a pesar de saber que era muy probable que no lo oyera- si hubiera…sido más fuerte…yo…habría podido salvaros…a todos…a Limaria…a La Tierra…habría podido salvarte a ti…- declaró, muy triste y apenado- pero no lo soy…no soy fuerte…porque…no he podido…cumplir la promesa…que te hice…
Con los ojos llenándose de lágrimas, el chico finalmente le dijo, para acabar:
- Todo esto es por mi culpa…tú no merecías esto…- afirmó él, compungido- Erika…por favor…perdóname…

Justo en ese momento Derriper terminó de cargar energía, y el joven se dio cuenta al volver la mirada hacia él. Pálido y horrorizado, Eduardo contempló cómo su enemigo por fin iba a disparar su peligroso ataque.
Sin mediar palabra, el líder de la organización Muerte los miró indiferentemente, al mismo tiempo que jadeaba y respiraba con dificultad. La luz blanca sagrada que poco a poco lo devoraba le estaba debilitando cada vez más, incluso hasta el punto de que le temblaba el brazo izquierdo del cañón:
“Este…es el fin…”- pensó Eduardo, con tristeza y pesar, en los últimos diez segundos.

Y justo en el último segundo, cuando Derriper finalmente disparó el peligroso ataque del cañón oscuro, el joven cerró los ojos y bajó la cabeza, esperando la muerte.

Pero sin embargo, aún no le había llegado la hora.

Se produjo una gran explosión, tal y como esperaba, pero sorprendentemente no le alcanzó. Tras el sonido de la gran bomba estallar muy cerca de él, llegó un escalofriante silencio que sobrevino y se apoderó por completo de la atmósfera.
Pasaron varios segundos sin que se oyera nada, antes de que el chico de rojo se atreviera a abrir de nuevos los ojos, poco a poco, y levantar la mirada arriba.

Lo que vio a continuación le dejó los ojos y la boca abierta mudo de terror, a la vez que el corazón palpitando débilmente entre dos latidos.

Frente a él, con las piernas y los brazos estirados a ambos lados, mirando al suelo y ocultando su rostro, se encontraba la chica que hasta hace nada él creía desmayada.
Enseguida comprendió que ella se había interpuesto en el último momento entre el disparo y Eduardo, protegiéndolo del ataque del enemigo. De alguna forma reunió valientemente las últimas fuerzas que le quedaban, y con esas mismas fuerzas logró levantarse y echar a correr para salvar a su amigo:
- E…Erika…- dijo el chico, pálido y atónito, mientras la miraba- ¿por qué…?
Ella levantó la vista y lo miró a los ojos, temblándole todo el cuerpo. Sonrió tierna y dulcemente, y le respondió diciendo:
- Edu…ya te lo dije…una vez…- afirmó la joven, jadeando y temblando. Se notaba que estaba en las últimas- si empezamos esto juntos…lo terminaremos juntos…
A continuación le dijo, para acabar y sin dejar de sonreír:
- Juntos…hasta el final…

Esas fueron sus últimas palabras, antes de cerrar los ojos y de perder por completo las fuerzas. Eduardo gritó en ese momento, con toda su alma y mientras su compañera caía:
- ¡¡ERIKA!!
Ni siquiera él mismo fue consciente de que, en ese instante, algo ajeno a sus propias fuerzas lo impulsó a levantarse y abrazar a su amiga, cuyo cuerpo no llegó a caer al suelo. El chico dejó que la cabeza de ella se apoyara en su hombro, y con sus brazos rodeó y sujetó el tronco de la elegida.
Como él también estaba escaso de fuerzas, no aguantó mucho y se dejó caer de rodillas en el suelo:
- No…no…- decía Eduardo, triste y sollozando- no…por favor…Erika…
Aún temblando, cogió con una mano la cabeza de la chica por detrás y, con toda la delicadeza que le permitían sus manos temblorosas, la tumbó boca arriba encima de sus rodillas.
Miró por un momento su dulce rostro, ahora pálido y con los ojos cerrados, y luego bajó poco a poco su cabeza hasta apoyarla en el pecho de ella. Lo que descubrió a continuación lo dejó totalmente helado y horrorizado.

El corazón de Erika había dejado de latir.


Por unos momentos el chico de rojo olvidó todo lo que había a su alrededor, incluso hasta su propia existencia. Todo había pasado tan rápido en tan poco tiempo que aún trataba de asimilar lo ocurrido.
Por primera vez desde que se embarcaron en aquella larga odisea para salvar el mundo, el corazón de la chica dejó de latir. Y él sabía muy bien que, cuando un corazón no late ni palpita, es porque la persona que lo tiene está muerta.
Eduardo estaba pálido y temblando, con la expresión de miedo y horror todavía reflejada en su cara. No podía ni quería creer que, después de todo lo que habían pasado juntos, su amiga de la infancia hubiera perecido allí, en la última batalla y en sus propias manos.
Sabía muy bien lo que su muerte significaba: el mundo de Limaria ya no tenía ninguna salvación. Sin ella, él sólo no podía completar el proceso para destruir a Ludmort, y tampoco salvar el planeta. Ahora que la elegida había muerto, ya de nada servía seguir luchando.
Todo cuanto habían hecho, todo cuanto habían luchado, todo por cuanto se habían esforzado para llegar hasta allí, no había servido de nada. Por primera vez, el mundo estaba condenado a morir bajo la amenaza del monstruo Ludmort, y con él la extinción inminente y definitiva de la raza humana.

Derriper transformó de nuevo el gran cañón de su extremidad izquierda en un brazo y en una mano corriente, mientras observaba en silencio a los dos jóvenes delante de él. Había sido testigo del último acontecimiento y de cómo Erika se sacrificó para salvar la vida de su compañero, empelando las últimas fuerzas que le quedaban.
El séptimo seguía jadeando y respirando con dificultad, sin dejar de mirar al chico de rojo frente a él, todavía de rodillas en el suelo. Eduardo seguía sujetando el cuerpo sin vida de su amiga, con la cabeza aún apoyada en su pecho y ocultando su rostro. Sollozaba por su pérdida y no parecía que fuera a levantarse:
- ¿Lo sientes…verdad? Es el precio de los sentimientos…y del ser capaz de amar…- afirmó el ser oscuro, muy seguro de sus palabras- es cierto que el amor puede llegar a ser…el arma más poderosa de todas…pero también la más peligrosa…- dijo la armadura- pues…cuando se pierde a un ser querido…sentimos que nos derrumbamos por completo…que todas nuestras esperanzas e ilusiones se pierden…y que, en definitiva, se nos quitan las ganas de vivir…
El joven no se movía. Seguía llorando de rodillas en el suelo por la pérdida de su compañera, cuyas lágrimas caían encima de ella:
- En cierto modo…los sentimientos también son una peligrosa arma letal…pues pueden volverse en nuestra contra…y hacernos sufrir incluso mucho más que la propia muerte…- dijo el séptimo, tranquilo y pacientemente- al final acaban matándonos por dentro…a veces de forma rápida e instantánea…y otras de manera lenta y gradual…pero, en cualquier caso…no dejan de ser lo que son…simples e inútiles debilidades humanas innecesarias…no son más que…

En ese momento Eduardo, cansado de escuchar sus frías e insensibles palabras, alzó la voz gritando, enfadado:
- ¡¡CÁLLATE!!

Derriper no terminó la frase, debido a la interrupción del joven. Se limitó a mirar, en silencio y tranquilamente, cómo su oponente comenzó a hablar. El tono de su voz había cambiado sorprendente y radicalmente, pasando de ser asustado y preocupado a rabioso y furioso. La hostilidad emanaba de cada una de sus palabras:
- Ella…ella tenía sueños…tenía familia, amigos…libertad, futuro, esperanzas, ilusiones…- pronunció, mirando abajo y ocultando su rostro- tenía todo lo que necesitaba…para ser feliz…
El ser oscuro seguía mirándolo, sin apartar la vista en ningún momento. Ni siquiera se sorprendió ni mostró gesto o expresión alguna de sorpresa, cuando en ese instante una misteriosa aura roja visible surgió de repente del cuerpo de Eduardo. Ésta empezó a rodearle todo el cuerpo, hasta que acabó totalmente envuelto en ella:
- Siempre ayudaba…esperando no recibir nada a cambio…y anteponía…las necesidades de los demás…antes que a los de ella misma…- dijo el chico, que en ese instante colocó delicadamente el cuerpo de ella en el suelo, y luego comenzó a levantarse, lento y con esfuerzo- era una buena persona…que siempre luchaba por la justicia…
El líder de la organización Muerte pudo apreciar, con mayor detalle, cómo las uñas de los dedos de las manos del joven crecieron hasta hacerse más largas y afiladas, más propias de una bestia. De la misma forma, sus incisivos caninos gruñendo de rabia también se convirtieron en grandes y peligrosos colmillos, idénticos a los de un animal salvaje.
A medida que se levantaba, con dificultad y temblándole todo el cuerpo, el séptimo descubrió que también lo hacía su aura mágica, que crecía rápidamente y a una velocidad sobrehumana. Aquella nueva aura mágica no tenía nada que ver con la anterior con la que llevaba luchando hasta ahora. Ésta resultaba mucho más monstruosa y aterradora, y también la que le daba las nuevas fuerzas con las que se movía:
- No tenía miedo a luchar…a ser valiente…y a defender lo que por derecho le correspondía…- decía Eduardo, aún levantándose a duras penas- ella me enseñó a luchar…a no tener miedo ni rendirme jamás…a creer en mí mismo y ser valiente…- afirmó, muy decidido y seguro de sus palabras- desde que la conocí…ella…cambió mi vida para siempre…

Cuando el joven finalmente acabó de ponerse en pie, caminó con pasos lentos y pesados rodeando el cuerpo de su amiga, mientras seguía diciendo y mirando al suelo, ocultando su rostro:
- Ella me daba ánimo y fuerzas…y también un motivo…una razón para vivir…
Una vez por delante y dándole la espalda al cuerpo de Erika, el chico de rojo se detuvo de cara al enemigo. Todavía mirando al suelo, desenfundó mágicamente la enorme llave espada dorada en su mano, cuyo estado superior y más poderoso se mantenía gracias a la influencia del aura mágica roja visible:
- Jamás te perdonaré…lo que has hecho, Derriper…- dijo, desenfundando su arma, que luego añadió- por eso…y por todo lo que le has hecho a la raza humana…yo…
En ese momento el joven finalmente levantó la cabeza y miró de frente al ser oscuro. Las pupilas de sus nuevos ojos animales, sumados a los colmillos, a las uñas afiladas de sus manos y a la misteriosa aura roja visible que rodeaba su cuerpo por completo, le conferían en su conjunto un aspecto más humanamente monstruoso y temible.
Su mirada, ahora peligrosa y salvaje, transmitía no sólo rabia y furia, sino también un profundo e inmenso odio. Apretó los puños y colmillos, gruñendo de enfado, y gritó con toda su alma y todo su ser exclamando:
- ¡¡JURO QUE TE MATARÉ Y ACABARÉ CONTIGO…AUNQUE ME CUESTE LA VIDA!!

Eduardo apretó con fuerza su puño izquierdo, retrocedió el mismo brazo para preparar el ataque y, con un grito de furia, pegó un puñetazo al aire en dirección a la armadura oscura. Tal era la fuerza de su puño batiendo el aire que, con la sola acción de pegar, levantó una poderosa ráfaga de viento, directa a Derriper.
El líder de la organización Muerte no pudo evitar ni esquivar la fuerte ráfaga de aire, que se cubrió justo a tiempo con las extremidades antes de que el viento lo alcanzara y lo enviara más lejos hacia atrás.
Aterrizó de nuevo en el suelo y frenando con las plantas de los pies, manteniendo el equilibrio, pero no tuvo tiempo de recuperarse. Justo después de realizar el primer ataque, el joven echó a correr a toda velocidad hacia el séptimo, a quien intentó asestar un mandoble con el filo de su arma. Derriper logró bloquearlo a tiempo con su extremidad izquierda ahora convertida en un enorme escudo negro, pero no fue capaz de parar lo que siguió a las acciones de su oponente.
Con sorprendente rapidez, Eduardo empleó su increíble fuerza sobrehumana para apartar a un lado el escudo negro y, a continuación, propinarle un duro golpe con el codo izquierdo en el estómago. Para rematar le dio otro golpe en el mismo lugar con la rodilla derecha y, durante el mismo pequeño salto, estiró con gran flexibilidad la pierna contraria hacia arriba a la altura de la cabeza del enemigo, con cuyo pie le pegó una patada en toda la cara.
Al final, estando todavía en el aire y de un giro rápido también a la derecha, le asestó por fin un tremendo golpe con la llave espada, que lo envió rodando por el suelo hasta acabar un poco más lejos.

La ofensiva del joven no terminó ahí. Tirado en el suelo, Derriper alzó la vista arriba, al cielo, y vio que su oponente había dado un gran salto de altura. Empuñando la enorme arma dorada en sus manos por encima de la cabeza, caía en picado para atacarle con una poderosa guillotina.
El ser oscuro se levantó justo a tiempo y esquivó por los pelos el ataque de Eduardo, cuyo impacto provocó un breve terremoto en la zona. Pero no tuvo tiempo de recuperarse, pues el chico de rojo enseguida volvió a la carga y echó a correr otra vez hacia su enemigo, gritando en todo momento de furia y de rabia.
La armadura trató de defenderse como pudo con su arma y el poder de la oscuridad, pero ni siquiera ésta fue capaz de detener el inmenso poder de Ludmort del que gozaba la gran llave espada dorada.

Derriper trató de herirlo atacando de frente con su enorme espada oscura, de un poderoso mandoble vertical hacia abajo que su oponente esquivó con facilidad. Situado el joven de una finta a su izquierda, el séptimo transformó su extremidad del mismo lado en una guadaña negra, con la que intentó alcanzarlo.
Pero falló de nuevo cuando Eduardo dio un increíble salto mortal, de varias vueltas en el aire, por encima de su cabeza, y fue a parar a su lado derecho. Todavía a su alcance, Derriper volvió a atacarlo con un rápido sablazo horizontal de su arma oscura, a mano derecha, pero su joven rival seguía siendo más rápido que él.
El chico de rojo dio una última finta y se colocó justo por detrás de la armadura, donde acto seguido dejó de esquivar y contraatacó a la velocidad del rayo, embistiéndolo con un placaje que lo envió hacia delante.

Tal era su asombrosa velocidad sobrehumana que, en un solo segundo, dio media vuelta al enemigo, colocándose de nuevo frente a él. Estando cara a cara con el séptimo, y éste aún desequilibrado por el golpe recibido en la espalda, Eduardo le pegó otro puñetazo en la cara que volvió a mandarlo hacia atrás, violentamente.
Derriper dio varios traspiés, casi perdiendo el equilibrio y a punto de caer al suelo, hasta que logró detenerse tan sólo unos metros de distancia. Apenas levantó de nuevo la mirada cuando el chico de rojo llegó corriendo otra vez hasta él y, veloz como un relámpago, le asestó una combinación de ataques consecutivos encadenados, con su enorme llave espada dorada.
Para acabar, dio un salto y apoyó ambos pies en el pecho de la armadura, desde donde se impulsó y dio otro nuevo salto hacia atrás, a la vez que el ser oscuro caía de espaldas al suelo, debido a la potencia del impulso de su oponente.
Estando en el aire Eduardo apuntó con la llave espada hacia abajo, directo al enemigo, y disparó una gran bola de fuego característica del hechizo mágico Piro++. El ataque impactó de lleno en el objetivo y provocó una tremenda explosión propia de una magia de nivel avanzado.

El joven cayó de nuevo con los pies en el suelo, y se quedó observando la humareda mientras gruñía de enfado. Sabía que su oponente aún no había muerto, ya que podía sentir su aura mágica todavía latente.

Pasaron varios segundos de silencio antes de que, finalmente y de repente, el séptimo pasara otra vez a la acción.

Del humo negro surgió una cadena negra, que agarró el brazo izquierdo de Eduardo y trató de tirar de él. Sin embargo el chico no avanzó más de dos metros, arrastrando las plantas de los pies, antes de que clavara su propia arma en el suelo. Sirviéndole la llave espada como ancla inamovible, y agarrando su mango con la mano derecha, tiró hacia sí mismo con la izquierda, arrastrando al enemigo con la cadena que los unía.
Gracias a la terrible y abrumadora fuerza sobrenatural del joven, éste levantó en el aire a Derriper y, dando media vuelta, lo condujo hasta estrellarlo brutalmente contra el suelo. Repitió el mismo proceso varias veces, levantando por los aires al séptimo e impactándolo con dolorosos golpes en el lugar donde pisaban, en todas direcciones.
Sus continuos movimientos recordaban a los de un niño pequeño jugando con un muñeco de trapo, pero a lo bestia.

Y cuando Eduardo se cansó de abatirlo y de arrastrarlo por el suelo como si fuera un juguete, alzó la cadena negra que los unía y, haciéndola girar, dio numerosas vueltas al dios oscuro en el aire, por encima de su cabeza.
Tras cientos de vueltas mareantes para Derriper, finalmente el chico de rojo lo lanzó más lejos, a una increíble velocidad. Acto seguido extrajo la llave espada aún anclada en el suelo, y rápidamente apuntó con ella al enemigo que se alejaba disparado por el aire.
El arma sagrada dorada se estiró en ese momento, aumentando exageradamente la longitud de su filo hasta kilómetros de distancia. Tal era su inaudita velocidad de estiramiento que superó y alcanzó a Derriper, atravesándole en pleno centro del estómago y deteniéndolo en seco.
Aún estando en el aire, y sujetado por la llave espada, Derriper no pudo liberarse cuando ésta comenzó de repente a encoger la longitud de su filo, volviendo hacia atrás y recuperando su tamaño normal.
Mientras el séptimo se aproximaba a su oponente a una increíble velocidad sónica, Eduardo cerró su puño izquierdo y cargó en él toda la fuerza que tenía. Lo alzó a la altura de su cabeza y lo retrocedió para atrás, en posición de ataque. Cuando su enemigo estaba a punto de llegar hasta él, el chico de rojo finalmente, con todas sus fuerzas y gritando de rabia, le pegó un brutal puñetazo en toda la cara, que volvió a enviarlo muchísimo más lejos rodando por el suelo.

Derriper estaba otra vez tirado, tumbado boca abajo en el suelo y gravemente herido. Comenzó a mover de forma lenta sus extremidades, temblando y jadeando del cansancio, las cuales apoyó en el suelo y empezó a levantarse, a duras penas y con dificultades:
- Ya veo…- dijo el ser oscuro, vomitando espumarajos de sangre negra por la boca- ahora entiendo lo que pasa…
Levantó la vista al frente, donde, situado a muchos metros de distancia, Eduardo lo observaba fijamente y gruñendo de rabia. Estaba parado y en guardia, esperando a que la armadura se levantara de nuevo para seguir luchando:
- Parece que sólo te transformas…cuando experimentas una auténtica situación de impacto y sufrimiento emocional…como, por ejemplo, la pérdida de un ser querido…- afirmó el séptimo, mientras poco a poco se levantaba- otra razón de más…por la inutilidad de las emociones humanas…dependes de tus sentimientos para transformarte…
Cuando, por fin, Derriper terminó de ponerse en pie, volvió a adoptar su postura de combate, a la vez que apuntaba con su brazo izquierdo hacia él. Alzó la voz diciendo, muy seguro de sus palabras:
- ¡¡Después de todo…no dejas de seguir siendo un experimento fallido!!

La extremidad izquierda del líder de la organización Muerte se transformó en dos segundos en seis alargados brazos, con garras negras al final de cada extremo. Cada una de esas nuevas extremidades disparó, en cuanto el joven echó a correr hacia él, uno de los hechizos mágicos elementales: Piro, Hielo, Electro, Aqua, Aero y Gravedad.
Sin embargo, ninguno de los ataques mágicos alcanzó a Eduardo, que se movía corriendo a cuatro patas como un animal salvaje, en zigzag y a una velocidad supersónica. Su grito de furia y rabia descontrolada se oía por todo el espacio infinito en el que se encontraban, cuyo estado furioso asustaría y haría temblar incluso al más valiente.

El chico de rojo era tan asombrosamente veloz que Derriper no se dio cuenta de que su oponente llegó hasta él hasta que, en un arrebatado salto y magistral giro rápido en el aire, Eduardo le golpeó con el filo de su gran y enorme llave espada dorada.
El golpe letal del joven lo envió más lejos rodando por el suelo, que rebotó sólo tres veces antes de que el elegido reapareciera a la velocidad del rayo por detrás, justo en la dirección donde iba a parar, y le asestara otro nuevo mandoble con su arma.
De esta manera se desencadenó una feroz tormenta de ataques y golpes consecutivos por parte de Eduardo que, moviéndose con increíble agilidad y velocidad sobrehumana, atacaba sin respiro ni descanso a su enemigo. El ser oscuro, incapaz de reaccionar ni de contraatacar, salía disparado violentamente de un lado a otro como una pelota en continuo movimiento, recibiendo numerosos golpes letales por todo su cuerpo sin parar.
La mayor parte de la brutal paliza que le estaba dando el chico, atacando con toda su furia y fuerza animal descontrolada, la recibió a golpes en el suelo o volando por los aires.
Derriper experimentaba de antemano la fuerza de su propio poder, del de Ludmort, mientras el joven monstruo le provocaba serios y graves daños en todo su cuerpo, con cada golpe que recibía. Desde luego, el séptimo no recordaba nunca haber recibido antes una violenta e inhumana paliza como aquella.

Después de varios minutos de intensos golpes brutales, que habrían matado de uno solo a todo aquel que no llevara sangre de Ludmort por sus venas, Eduardo decidió poner fin a aquella última batalla.
Tras empujar hacia delante y desestabilizar a la armadura durante unos segundos, el chico de rojo empuñó con más fuerza su arma sagrada. Corrió nuevamente hacia él y exclamó, con imponente grito de furia y pupilas animales asesinas:
- ¡¡Último Arcano!!
Tras estas palabras, y con una rápida e increíble velocidad, el joven atacó a su enemigo empleando una combinación de golpes consecutivos y encadenados, con la gran llave espada dorada. Todos acertaron de lleno en el objetivo, que no pudo evitar ni esquivar la técnica debido a la velocidad de su oponente.

Sin embargo, una nueva y terrible sorpresa ocurrió a continuación.

Justo cuando Eduardo iba a rematarlo con el último y definitivo mandoble, un nuevo golpe interior sacudió de repente su corazón, que lo hizo palpitar débilmente entre dos latidos. Tal fue la magnitud de aquel imprevisto cardíaco que, tras sentir la sacudida en el resto de su cuerpo, el chico sintió perder de repente toda la fuerza animal que hasta ese instante sentía. Con los ojos y la boca abierta mudo de terror, el joven contempló horrorizado cómo su velocidad disminuyó y volvió a la normalidad.
También presenció delante de sus ojos, aún sin creérselo, cómo Derriper reaccionó de nuevo justo a tiempo para esquivar el último ataque, apartándose a un lado. No podía creer lo que acababa de pasar:
“¿¡Pero qué…!?”- se preguntó el chico en su mente, perplejo y atónito.

Al volver de nuevo a su velocidad normal, estaba otra vez a la altura del séptimo, con su lamentable estado de agotamiento y fatiga: exhausto y agotado.
Y fue por esta misma razón por la que no pudo reaccionar a tiempo, cuando el ser oscuro le rajó con su enorme arma en toda la espalda, por sorpresa. A continuación, y aprovechando la debilidad de su oponente, transformó rápidamente su extremidad izquierda en un martillo negro, con el que le pegó un brutal golpe en toda la cara. La potencia del impacto lo envió un poco más lejos, rodando por el suelo.

El elegido abrió de nuevo los ojos poco a poco, con esfuerzo. Cada vez se le nublaba más la vista mientras abría los párpados, a la vez que también se hacía nítida, intermitentemente.
Al principio no lo creía, pero ahora sí estaba completamente seguro: la fuerza animal, el poder de Ludmort que corría por sus venas, lo había abandonado repentinamente, al igual que su increíble fuerza sobrenatural. Y lo supo desde el instante del golpe cardíaco, que lo afectó y debilitó en un solo segundo.
Ahora estaba de nuevo igual o peor que al principio del combate: totalmente agotado y exhausto. Le temblaba todo el cuerpo y jadeaba del cansancio, respirando con dificultad.
Sin embargo, lo más sorprendente de todo era que, a pesar de sentirse débil, todavía conservaba su estado de transformación en monstruo. Aún tenía las uñas de sus manos largas, los afilados colmillos en su boca, las pupilas de animal salvaje en sus ojos, y la misteriosa aura roja envolviendo su cuerpo.
La llave espada en su mano también seguía siendo grande y dorada, tal y como así la mantenía el poder de Ludmort:
“¿¡Por qué…por qué sigo transformado en monstruo!?”- se preguntó Eduardo en su cabeza, confuso y sin entender nada- “¿¡Qué es…lo que ocurre!? ¿¡Qué me está pasando!?”

Se sorprendió todavía más, al levantar la cabeza al frente, cuando vio que Derriper también sufrió en ese momento un ataque cardíaco dentro de él. La misma sacudida interna que el chico de rojo sufrió hace unos instantes igualmente afectó al líder de la organización Muerte, que gimió de dolor y cayó, apoyando una de las rodillas en el suelo y también su enorme espada oscura, como punto para no derrumbarse.
El joven no entendía nada de lo que estaba pasando, hasta que su enemigo empezó a hablar lenta y pesadamente:
- Tal y como pensaba…tú también estás…en la misma situación que yo…- afirmó el ser oscuro, temblando y respirando con esfuerzo, jadeando- y eso…es lo que debilita…tu poder de Ludmort…
Eduardo seguía sin comprender nada, por lo que preguntó, confuso y perplejo, pero sin perder la rabia y el odio en sus palabras:
- ¿De qué estás hablando?
- ¿Todavía no lo entiendes?- dijo el séptimo, con indiferencia- estúpido necio e insolente crío humano…

En ese momento Derriper comenzó a hablar, aún arrodillado débilmente en el suelo. Su voz grave, aunque débil y entrecortada, se mantenía tranquila e impasible:
- Mira a tu alrededor…contempla el espacio infinito en el que estamos…
El chico movió la cabeza lentamente a ambos lados, observando la absoluta materia oscura que los rodeaba. Desde luego, si aquello era otro mundo onírico nacido de un sueño, no se parecía en nada a la ciudad ilusoria de Eleanor. Aquel lugar era tan oscuro, solitario y deprimente, que solo el vacío silencioso del universo podía compararse a él.
Sin embargo, Eduardo seguía sin saber a dónde quería llegar el séptimo. Volvió de nuevo la vista al frente, cuando Derriper continuó hablando y diciendo:
- Fue aquí, en este mismo lugar, donde vinieron a parar la mitad del poder de los seis elementos…tras el pacto de los seis dioses para crear Limaria…- explicó el ser oscuro, pacientemente- fue aquí, en este espacio vacío infinito, donde también los seis elementos se reunieron y explotaron…dando vida a un nuevo y séptimo elemento, a un nuevo y séptimo dios…
El joven se sorprendió de repente en ese momento, al descubrir el importante sitio en el que se encontraban:
- ¡¡Pero, entonces…!!- dijo el chico, perplejo- ¿¡Eso quiere decir que…!?
- Exacto…- afirmó el líder de la organización Muerte- de esta oscuridad infinita nací yo, y también Ludmort…- a lo que luego añadió, con siniestras palabras- o mejor dicho…de donde nacimos tú y yo.
- ¿¡QUÉ!?- exclamó Eduardo, atónito y con la boca abierta.

Aquellas palabras hicieron que un gélido escalofrío le recorriera la espalda al joven. Se le pusieron los pelos de punta con solo imaginar que él mismo había nacido en ese vacío y solitario lugar, absolutamente reinado por la oscuridad:
- No…te equivocas…- respondió el elegido, tratando de sobreponerse- yo…soy el resultado de un experimento genético…creado por la organización Muerte…- explicó, temblando y jadeando del cansancio- yo…nací en un laboratorio…no en este sitio…no en este lugar…
Derriper también temblaba y respiraba con dificultad. Siguió hablando mientras decía:
- Puede que tu cuerpo material naciera en un laboratorio…pero tu poder, tu esencia, la materia suprema que portas y eres capaz de utilizar…proviene de estas tinieblas…- explicó el séptimo, muy tranquilo y seguro de sus palabras- porque tú y yo…nacimos de la más pura y absoluta oscuridad.

Lo que dijo la armadura a continuación dejó completamente pálido y horrorizado a Eduardo, con los ojos y la boca abierta mudo de terror:
- La razón por la que ambos estamos en las últimas y a punto de morir…es que, tal y como el monstruo Ludmort, tú y yo somos parte de un solo ser…porque los dos juntos, formamos una única vida…una sola existencia.

Tal afirmación golpeó interiormente al chico de una forma violenta y repentina. Aquella información le afectó de tal manera que por unos momentos el joven olvidó todo a su alrededor. No quería creer que Derriper y él eran parte de un solo ser, como las dos caras de una misma moneda. Se trataba de una idea escalofriante y aterradora:
- No…no es cierto…- dijo Eduardo, ahora temblando no solo de dolor, sino también se miedo- estás mintiendo…tú y yo no somos iguales…
- Estoy en lo cierto…y tú mismo lo sabes…aunque lo niegues…- afirmó el séptimo, seriamente- ¿cómo si no eres capaz de explicar…que podamos comunicarnos telepáticamente? ¿Cómo explicas entonces…que los dos estemos sufriendo al mismo tiempo…un ataque cardíaco? ¿Cómo explicas que nos encontremos tan débiles y agotados…luchando el uno contra el otro?
El chico de rojo trataba de asimilar toda la información de su enemigo, cuyas palabras lo dejaban cada vez más confuso y pálido. Apoyó los brazos en el suelo y empezó a levantarse, lentamente y con esfuerzo, gimiendo de dolor:
- Pero también tienes razón…pues tal y como dices, tú y yo no somos del todo iguales…- continuó hablando Derriper, mientras su oponente se levantaba frente a él- a pesar de tener el mismo poder, la misma fuerza…lo que nos diferencia son nuestros corazones…
Eduardo se quedó perplejo al oír aquello. Preguntó en voz alta al ser oscuro, mientras seguía levantándose:
- ¿Nuestros…corazones?

Hubo una pequeña pausa tras la pregunta, de varios segundos de silencio. El líder de la organización Muerte esperó a que el joven terminara de levantarse, y él mismo también dejó de apoyarse en la gran espada oscura para hacer lo mismo que Eduardo. Cuando los dos por fin se pusieron en pie, temblándoles todo el cuerpo y jadeando del cansancio, Derriper retomó la charla respondiendo a la pregunta:
- Fuiste creado para convertirte en un segundo Ludmort…con su mismo poder y sus mismas facultades…en cierto modo, eres un portador de la materia suprema artificial…- explicó el ser oscuro, lentamente- tu nacimiento supone toda una revolución científica…un gran paso en la conquista de esta guerra de dioses…
El chico de rojo seguía escuchando las palabras de su enemigo, sin dejar de mirarlo con odio y rabia en sus ojos animales. La gran llave espada dorada seguía en su mano, con media longitud de su hoja apoyada en el suelo, debido a las escasas fuerzas de su portador:
- No sé si eres consciente, pero…tú representas la primera reencarnación de Ludmort en un ser humano…el primer monstruo creado artificialmente y con éxito…- siguió diciendo el séptimo, en todo momento tranquilo y paciente- y también el primer y único ser vivo, aparte de Ludmort, con el que comparto mi vida y mi existencia…
Fue en ese momento cuando Derriper finalmente respondió a la verdadera pregunta que había formulado Eduardo minutos antes, la de los corazones:
- Sin embargo, hace poco me di cuenta, después de todos estos años…de que tú no eres igual a mí…sino todo lo contrario…- afirmó el líder de la organización Muerte, muy seguro de sus palabras- tú eres…el lado justo, la parte buena de mí mismo.
El joven no pudo evitar sorprenderse ante tales palabras del séptimo, que preguntó confuso y sin perder la rabia y el odio que sentía:
- ¿Qué…qué quieres decir?

El ser oscuro volvió a hablar de nuevo, mientras su oponente lo miraba un poco más lejos, igual de cansado y exhausto que él:
- Lo supe desde nuestro primer encuentro en Nautigh, bajo mi forma de Alejandro…y a medida que te conocía las siguientes veces que nos veíamos…- explicó Derriper, recordando el pasado- en todas esas ocasiones, tú siempre reías y sonreías de felicidad…siempre te mostrabas siendo tú mismo, atento y preocupado por los demás…siempre tratabas de ser valiente, aún cuando en realidad tenías mucho miedo…siempre eras tan inocente e ingenuo, tan débil…que me reía de lo increíble buena persona que podías llegar a ser…
Eduardo temblaba y respiraba con dificultad, igual que el líder de la organización Muerte mientras hablaba:
- Tú representas toda la justicia, el amor y la bondad…aspectos humanamente positivos y agradables…todo lo contrario a lo que yo represento como negativo y desagradable…la injusticia, el odio y la maldad…- explicó el ser oscuro, mirando fijamente al chico- al contrario que mi corazón frío, oscuro y egoísta…el tuyo es cálido, claro y justo…y ahí se encuentra la gran diferencia que hay entre nosotros…que, a pesar de ser los dos parte de un solo ser…nuestros corazones son total y completamente opuestos.

Al joven le costaba asimilar toda la información que estaba recibiendo de aquella manera tan rápida, con las ideas seguidas una detrás de otra. Estaba igual de confuso que su enemigo al principio, cuando descubrió la verdad:
- Lo sé…yo también pensaba al principio que, como parte de mí, tú también serías igual que yo…pero no resultó ser así…- afirmó Derriper, con indiferente seriedad- desconozco la razón a esto…y puede que, al igual que tus falsos recuerdos implantados, quizá también adquirieras los buenos sentimientos de Gabriel…el portador de la materia suprema original.

Lo que dijo el séptimo a continuación dejó muy sorprendido a Eduardo, en cuanto oyó decir las siguientes palabras:
- Ambos pertenecemos a un solo ser…somos parte el uno del otro…estamos conectados a una misma vida, a una sola existencia…y, sin embargo, al mismo tiempo somos diferentes…nuestros corazones son diferentes…- dijo el ser oscuro, muy seriamente y convencido de sus palabras- mientras que tú eres la bondad, yo soy la maldad…mientras que tú eres el bien, yo soy el mal…mientras que tú eres el día, yo soy la noche…y, de la misma forma, mientras que tú eres la luz, yo soy la oscuridad…
Derriper formuló en ese momento una misteriosa pregunta, justo después de la última palabra:
- Dime… ¿sabes lo que eso significa?

Ante el silencio por respuesta del chico de rojo, el líder de la organización Muerte aclaró con su grave y herida voz profunda:
- Tal y como cualquier elemento opuesto de la naturaleza, nosotros también estamos destinados a luchar el uno contra el otro…y lo hemos estado siempre, desde el principio, en un largo e irreversible proceso del destino, que de una forma u otra nos ha traído hasta aquí…hasta este combate…- explicó la gran armadura, impasible- los dos somos criaturas engendras…aberraciones de la naturaleza…horribles monstruos creados por los dioses, que ponemos en peligro el equilibrio natural…y que nunca deberíamos haber existido…
> Ambos fuimos creados para destruir el mundo, para sembrar el caos y la destrucción a nuestro paso…para romper el equilibrio…- aseguró Derriper, con total y absoluta convicción de sí mismo- y, sin embargo, debido al contraste y a la rivalidad de nuestros corazones, estamos destinados a enfrentarnos continuamente…así, por siempre, hasta el final de los tiempos…

El ser oscuro retomó la pregunta inicial del muchacho, en ese entonces:
- Por eso nos estamos matando a golpes el uno al otro…y también a nosotros mismos…por eso, desde el instante en que Erika y tú atravesasteis mi corazón con las dos armas sagradas, los dos nos condenamos automáticamente a la muerte…por eso ambos nos sentimos tan débiles y con repentinos ataques cardíacos…porque nos estamos muriendo…- explicó el séptimo- al ser los dos parte de un solo ser…nos necesitamos con vida para poder sobrevivir…del mismo modo que, si uno muere, el otro también lo hará con él…

Fue en ese momento cuando Derriper esbozó una siniestra y diabólica sonrisa, muy propia de él, cuyas siguientes palabras le siguieron diciendo:
- Por eso decidí terminar esta pelea en el mismo sitio donde nacimos…en el mismísimo corazón de la oscuridad de donde nunca debimos haber existido ni salido…en el mismo lugar “donde empezó todo”.
El chico de rojo se quedó atónito y perplejo, al reconocer las mismas palabras que le dijo el científico Rodvar en la base de la organización Muerte:
- Es el escenario apropiado para nosotros…un buen lugar para morir…- a lo que luego añadió, sin dejar de sonreír con malicia- ¿no lo crees, Eduardo?

El joven elegido no respondió a la pregunta. Estaba total y completamente pálido y horrorizado, con los ojos y la boca muy abierta mudo de terror. Le temblaba todo el cuerpo, mientras por fin asimilaba todo lo que le había dicho Derriper. Se quedó pálido y boquiabierto de la sorpresa al descubrir ahora, de repente, que todas las piezas encajaban.
No sólo no había descubierto la respuesta a su débil y agotado estado, sino también la razón que lo vinculaba tan vitalmente a Ludmort y al líder de la organización con la que tanto habían luchado.
De repente ahora todo cobraba sentido.
Fue en ese momento cuando el chico entendió la cita correspondiente al lugar de la última batalla: “Donde empezó todo”. No se refería al colegio ni a la ciudad ilusoria de Eleanor, sino al inmenso espacio de tinieblas donde reinaba la oscuridad infinita. Al contrario que éste, el primer sitio onírico debió de surgir a partir de los recuerdos infantiles de Erika y Gabriel.

Viendo el expresivo rostro de sorpresa y perplejidad del joven, la armadura volvió a hablar diciendo, tranquilamente:
- ¿Sorprendido, Eduardo?- preguntó, con sonrisa irónica- pues eso no es, ni mucho menos, lo más interesante de todo…porque hagas lo que hagas, Ludmort acabará destruyendo el planeta…después de todo, yo ya he ganado desde el principio…
- ¿¡QUÉ!?- exclamó el chico de rojo, pálido y atónito.
El líder de la organización Muerte soltó un par de risas malvadas por lo bajo, todavía sin dejar de sonreír maléficamente:
- ¿Mirto no te lo había dicho? ¿De verdad no conoces el secreto que guardan las llaves espada?
De nuevo su oponente se quedó pálido y en blanco, dando a entender que no comprendía nada de lo que estaba diciendo. El séptimo respondió otra vez, tras unas breves risas malvadas y como si aquello fuera un juego de niños:
- Está bien…como de todas formas no sobreviviremos a esta pelea, no veo motivo para ocultarlo…después de todo, quiero que sepas y conozcas el secreto…la verdad acerca del auténtico poder de las llaves espada…antes de morir…

El ser oscuro dejó una pausa, antes de volver a hablar. Inició otro nuevo tema, ajeno al vínculo vital que mantenían ambos adversarios, pero igualmente de suma y gran importancia:
- Se dice que, de las dos armas sagradas, la llave espada surgió mucho antes…y la vara mágica, mucho después…- explicó Derriper, tranquilamente- es cierto que ambas armas poseen un increíble e inigualable poder en todos los sentidos, incluso en combate…cada una a su manera…ya que son las únicas capaces de llamar y controlar voluntariamente a los G.F…pero, sin embargo, la primera cuenta con dos especiales dones que la segunda no posee…y que, lógicamente, sólo los conocen los portadores de las mismas…
Eduardo escuchaba, prestando atención a todas y cada una de las palabras de su enemigo. En ese instante recordó, fugazmente, la ocasión en que se adentró con Mirto en la sala de las voces de los oráculos, durante su estancia en el Templo Sagrado. Recordaba que él mismo le había dicho no revelarle nada de lo acontecido en aquella sala a nadie, y mucho menos a Erika:
- El primer don, como ya sabrás, es el de escuchar las voces de los oráculos…habilidad que nunca ha tenido la vara mágica…- explicó el séptimo- y el segundo, del que ese anciano no llegó a hablarte, es el poder de la creación…el poder de cambiar el mundo…
El chico de rojo se quedó boquiabierto y perplejo al oír el segundo don de su arma sagrada:
- ¿¡El poder…de cambiar el mundo!?

Derriper continuó hablando, para el repentino asombro de su oponente. Su voz grave y profunda helaba la sangre de todos cuanto lo oyeran:
- Desde siempre, y desde la primera y primitiva llave espada que acabó con Ludmort hace miles de años, el planeta lleva cambiando y regenerándose continuamente…- explicó el ser oscuro- cada generación de llaves espada cumple, al matar a Ludmort, su función de cambio y regeneración del mundo…y, al hacerlo, termina su ciclo…que empezará más tarde otra misma arma sagrada…dicho de otro modo…todas las llaves espada tienen y cumplen el mismo ciclo, desde que eligen a su portador hasta que acaban con Ludmort…y, una vez hecho esto, las suceden otras nuevas llaves espada…una y otra vez sin parar…igual que el ciclo de la vida…
Hasta ese punto Eduardo lo entendía todo. Comprendía que todas las llaves espada sin excepción antes que la suya habían pasado por un ciclo, y que el fin último de dicho ciclo era matar a Ludmort, para así poder cambiar y regenerar el planeta.
Gracias a ese don, el mundo siempre se había mantenido a base de cambios y regeneraciones, durante miles de años, debido a la intervención continua de las llaves espada.

- Sin embargo, las armas sagradas por sí solas no son capaces de transmitir esa energía creadora y renovadora…porque no la tienen…- siguió diciendo el séptimo- para tal labor deben elegir a alguien que las porte, a alguien que sí tenga esa energía…y aquí es donde entran en juego los portadores de las llaves espada…
El joven siguió escuchando atentamente las palabras del líder de la organización Muerte, mientras hablaba:
- Las armas sagradas son muy exigentes a la hora de escoger a alguien que las empuñe…no eligen a un portador cualquiera, sino a una persona que cumpla dos condiciones…la primera, que posea dicha energía creadora y renovadora, porque no todos la tienen…y la segunda, que sea una buena persona…atributo que califican con sólo ver su corazón…- explicó Derriper- de esta forma ambos elementos se necesitan el uno al otro…ya que una persona con esta energía no puede catalizarla sin un arma sagrada…y la propia arma necesita de un portador para transmitir dicha energía…sólo así los dos, portador y arma, son capaces de cambiar y renovar el planeta…de mantenerlo vivo de la amenaza del monstruo Ludmort.
Eduardo seguía entendiéndolo todo, sin muchos problemas. Ahora comprendía la relación que se establecía entre el portador y su llave espada: la persona que la empuñaba, tras acabar con Ludmort y gracias a ella, empleaba su propia energía y poder creador para renovar el mundo. Sólo así era posible cumplir la función del arma sagrada y mantener vivo el planeta, al menos durante un ciclo.

Supo que el discurso del ser oscuro no había acabado en cuanto éste siguió hablando, con toda paciencia y tranquilidad, aún sabiendo el lamentable estado en el que se encontraba:
- Sin embargo, poseer este inmenso poder también conlleva un gran inconveniente…que la duración de su energía creadora y renovadora varía indefinidamente por debajo de la cantidad de años de vida su portador…- explicó la gran armadura- esto quiere decir que, cuando el elegido de la profecía de ese ciclo mata a Ludmort, existe la posibilidad de que su poder de renovación dure más o menos un número indefinido de años, siempre por debajo de la cantidad de años de vida que tenga…hasta que empiece el siguiente ciclo de la próxima llave espada…
El chico de rojo se quedó perplejo y atónito, al comprender la última información recibida. Lo que el inconveniente del poder de la creación quería decir es que, al acabar con Ludmort, éste monstruo volvía a aparecer años después, dependiendo de la cantidad de años de vida del portador de la llave espada.
Así, por ejemplo, si el elegido de un ciclo tiene treinta años, el monstruo Ludmort podría volver a aparecer entre uno y veintinueve años después, dependiendo de la suerte.
Recordando el caso de Mirto, si el anciano tenía aproximadamente setenta años y acabó con Ludmort hace quince, con cincuenta y cinco, la amenaza surgió poco tiempo después: pasados tan sólo quince años. Una cantidad de tiempo que no alcanzaba ni la cuarta parte de su vida total.
En su propio caso Eduardo, que contaba únicamente con catorce años de vida, Ludmort volvería a renacer en un escaso período comprendido entre uno y trece años después, al azar y dependiendo de la suerte. Al ser tan joven, la cantidad de tiempo de su poder de regeneración era relativamente ínfima y ridícula, en comparación con otros elegidos de mayor edad como Mirto:
“¡¡Oh, no!!”- pensó el joven en su mente, horrorizado- “¡¡El ciclo de mi poder de regeneración es mucho más corto que el de los anteriores elegidos que lucharon antes de mí!!”

Con la cara pálida y aterrorizada, no se imaginaba que las siniestras sorpresas aún no habían acabado, sin saber que todavía la más escalofriante de todas estaba aún por llegar:
- Como imaginarás, en los inicios de este ciclo de cambio y regeneración sin fin, los primeros portadores de la llave espada, para completar el proceso y acabar con Ludmort, no tenían más remedio que suicidarse ellos mismos con su propia arma…- explicó Derriper- y eso, lógicamente, les restaba tiempo no sólo de vida, sino también de años de su poder de regeneración…lo cual hacía que Ludmort volviera a renacer en un período de tiempo más corto que si vivieran más años…
Lo que dijo el ser oscuro a continuación heló la sangre de Eduardo y oyó su corazón palpitar entre dos débiles latidos, al mismo tiempo que su rostro adquiría un semblante pálido y horrorizado:
- Para contrarrestar este inconveniente, los dioses idearon una nueva artimaña…algo que prolongara la esperanza de vida de los portadores de la llave espada…y para eso crearon la segunda arma sagrada, la vara mágica, mucho tiempo después…- explicó el ser oscuro- para completar el proceso de un ciclo, se necesita el sacrificio de la vida del portador de cualquier arma sagrada de ese ciclo, ya sea tanto de la llave espada como de la vara mágica…
> Con la introducción de la segunda arma sagrada, los portadores de la primera recibieron la orden de los dioses de matar a los portadores de la segunda, para que éstos ocuparan su lugar en el sacrificio del proceso…y su esperanza de vida aumentara…- explicó el séptimo, seriamente- en otras palabras…los portadores de la vara mágica nacieron para ser sacrificados ante Ludmort…y así lo ha sido desde siempre, por el bien de la regeneración del planeta.

El chico de rojo se había quedado total y absolutamente aterrado y paralizado. Acababa de descubrir la oscura verdad que se escondía detrás de los elegidos de la profecía y de las armas sagradas. Una verdad tan terrible y tan oscura que ni él mismo quería creer. Con el corazón encogido y asustado, deseaba que todo aquello fuera una pesadilla.
Ahora Eduardo lo entendía todo. Ahora comprendía perfectamente la razón por la que Mirto nunca hablaba acerca de su compañera, ni tampoco del mismo momento en que ambos lucharon contra Ludmort hace quince años. Las lágrimas que recordaba caer por sus mejillas eran la prueba de que, aquellos hechos y acontecimientos del pasado, lo habían marcado de esa manera para el resto de su vida.
De la misma forma también entendía el por qué las voces de los oráculos le habían dicho que matara a su amiga, al igual que el anciano le dijo que tampoco le revelara nada a la chica sobre el tema: un asunto que sólo debían conocer los portadores de la llave espada; un secreto que llevaban guardando durante miles de años.
Ahora el joven ya no tenía ninguna duda. Tal y como le habían dicho las voces en el Templo Sagrado, no tenía más remedio que matar a Erika para regenerar el mundo y completar su ciclo, aunque ni él mismo quisiera. Así lo habían hecho Mirto y los anteriores elegidos de la llave espada en el pasado antes que él, para salvar y proteger el mundo durante cientos de generaciones.
Es ahora cuando Eduardo comprendía, después de todo, que los elegidos de las armas sagradas no eran nada más que simples piezas de juego en aquella guerra de dioses, donde ellos tan solo jugaban el papel que las deidades les habían dado. Todos los elegidos de la profecía anteriores cumplieron correctamente su trabajo, y así lo llevaban haciendo desde el principio, siempre bajo la misma pauta de sacrificio que habían impuesto los dioses.
En cierto modo, ser dos personas elegidos de las armas sagradas no se trataba de una virtud, sino de una maldición:
“Esto…esto no es justo…nunca lo ha sido…”- pensó el chico en su mente, apretando los puños y dientes con fuerza y rabia- “no somos simples peones al servicio de los dioses…somos personas…tenemos derecho a decidir nuestro propio futuro…nuestra propia vida…”

Con este sentimiento de rabia y enfado, el joven prestó de nuevo atención cuando Derriper volvió a hablar, tranquilamente:
- Una de las reglas que establecieron los dioses, al crear la vara mágica, no es del todo cierta…aunque fuera inventada para tratar de despistar a los elegidos…- explicó la gran armadura- durante el proceso para acabar con Ludmort, no es necesario el sacrificio del portador de la segunda arma…el propio elegido de la llave espada puede sacrificarse a sí mismo si así lo desea…tal y como lo hacían los primeros portadores en sus inicios.
Eduardo sabía que su enemigo tenía razón. De otra no le había quedado a los primeros elegidos de la llave espada, cuando no existía la vara mágica. Al estar ellos solos tenían que suicidarse. Eso significaba, por lógica, que desde entonces siempre había existido esa opción, aunque en realidad todos mataran al portador de la vara mágica, por orden de los dioses:
- Todavía estás a tiempo de cumplir tu labor como elegido de la llave espada…suicidándote con tu propia arma, claro está…- afirmó el ser oscuro- pero para eso antes tendrías que acabar conmigo y salir de aquí…cosa que, aunque lograras, no te serviría de nada…

El chico de rojo no entendía a lo que se refería. Preguntó con odio y recelo a su oponente:
- ¿Qué quieres decir?
Derriper esbozó de nuevo en ese momento otra macabra y diabólica sonrisa, dando a entender que nada bueno se acercaba. Rió con pequeñas risas malvadas por lo bajo, antes de decir:
- Piénsalo bien, Eduardo…todos los portadores de la llave espada tienen el poder de la creación…el poder de cambiar el mundo…- dijo el ser oscuro, sin dejar de sonreír maléficamente- ¿alguna vez te has parado a pensar en qué tipo de poder tienes tú? ¿En lo que ocurriría si lo canalizas a través de tu llave espada al resto del planeta?
Fue entonces cuando el joven se dio cuenta de lo que quería decir la gran armadura y, con expresiva cara de terror y sorpresa, palideció abriendo mucho los ojos y la boca, diciendo:
- No…no puede ser…- dijo él, temblándole todo el cuerpo de miedo- mi…mi poder…el poder que yo tengo es…
- Exacto…tienes el poder de Ludmort…la sangre del monstruo corre por tus venas…- afirmó el séptimo, sonriendo de malicia- los anteriores elegidos tenían un poder de regeneración bastante diferente al tuyo…y con él protegían y abastecían al mundo de paz y seguridad…- explicó el dios oscuro- en cambio, el tuyo es todo lo contrario…yo diría que incluso tóxico…un poder lleno de maldad y destrucción… ¿qué crees que le haría al planeta un poder como el de Ludmort?
Eduardo conocía muy bien la respuesta a esa pregunta, pero sin embargo no quería escucharla. La verdad le dolía mucho y le encogía tanto el corazón que no quería creerla. Aún así, Derriper se lo dijo igualmente, con palabras tan frías que le dieron un duro y deprimente golpe interior:
- A juzgar por el temor de tu rostro, intuyo que sabes perfectamente cuál es la respuesta…después de todo, eres el ser contra el que siempre han combatido los elegidos de las armas sagradas…eres el monstruo contra el que siempre han luchado todos tus antecesores…- explicó la gran armadura, con dureza y frialdad- y, con tu inmenso poder y la materia suprema…en lugar de cambiar y regenerar al mundo…lo destruirías, igual que lo haría el auténtico Ludmort.

El chico se quedó total y absolutamente pálido y horrorizado. Enmudeció de repente, casi paralizado y con el terror reflejado en su cara. Lo que dijo su enemigo a continuación terminó de desmoronarlo por completo:
- Qué ironía…tantos siglos y tantas generaciones de sacrificios de elegidos de las armas sagradas…protegiendo el mundo…para que uno de ellos mismos sea el que lo destruya…- sonrió Derriper diabólicamente- un final adecuado para semejante mundo contaminado…ni yo mismo lo hubiera acertado mejor…
> Por eso, este maldito planeta ya está condenado a morir…si no es por el Ludmort original, por el segundo y artificial…- declaró el séptimo, refiriéndose al joven, mientras sonreía con malicia- ahora, aunque consigas derrotarme y salir de aquí…ahí fuera tendrás que liberar tu poder y transmitírselo al mundo entero…con el que lo destruirás sin remedio…- a lo que luego añadió, con una mayor y amplia sonrisa de triunfo- hagas lo que hagas, esta vez ya nada podrá impedir que Ludmort acabe con este podrido planeta…porque he ganado, y lo he hecho desde el principio…desde el mismo instante en que la llave espada te eligió precisamente a ti.

Eduardo volvía a estar de nuevo aterrado y asustado. Estaba paralizado por el miedo, observando con los ojos muy abiertos y las pupilas muy pequeñas, temblando, a la gran armadura sonriente que tenía delante. Sabía perfectamente que a Derriper ya no le importaba en absoluto sus graves heridas, porque sabía que iba a morir, pero también porque ya había ganado.
Y lo había hecho desde el principio, desde aquella noche en la excursión de acampada de su instituto, cuando la llave espada se apareció por primera vez en sus manos para combatir a los asesinos Magno y Helio, con la misión de matarlos a él y a Erika.
El joven ahora entendía por qué en la boda de Alejandro, por entonces Derriper, el mago legendario sonreía de triunfo al descubrir sus verdaderos poderes. La misma razón por la que también cambió repentinamente de planes, y en lugar de querer matarlo, avivar su poder interior para que despertara.
Eduardo no podía creer que de verdad él mismo fuera la causa, el motivo, el ser que acabaría destruyendo el mundo. Cuando ambos jóvenes empezaron su aventura por Limaria, junto al grupo de la resistencia formado por Jack y Asbel, el chico nunca imaginó que acabaría de aquella manera: teniendo que matar a Erika y siendo la reencarnación del monstruo Ludmort, además del responsable de la destrucción del planeta:
“¿Por qué…por qué yo…?”- preguntó el chico, mirando a su propia arma en la mano que la empuñaba- “Si sabías que mi poder de regeneración traería el mal al mundo…si sabías que yo era la reencarnación de Ludmort… ¿por qué me elegiste a mí? ¿Por qué no a otro?”

Eduardo casi se había derrumbado moralmente por completo cuando, en el último instante, un recuerdo atravesó fugazmente su memoria. Su rostro adquirió en ese entonces una expresión de asombro y perplejidad, al llegarle a su memoria las palabras que una vez le dijo Jack, en cierta ocasión en la que también él mismo dudaba de sus aptitudes como portador de la llave espada:
“Las armas sagradas nunca se equivocan al elegir a sus portadores”- le dijo el mago rubio una vez, con una sonrisa cálida y segura- “Recuérdalo siempre”.
Aquellas palabras en su cabeza le dieron un nuevo golpe interior, sacudiéndolo de tal manera que por un momento olvidó todos los prejuicios y todos los malos pensamientos. Fue en ese instante cuando de repente una gran energía positiva y llena de fuerza de voluntad invadió, no sólo su corazón, sino también todo su ser. Tal energía apartó a un lado la negatividad del joven, cuya depresión y tristeza desaparecieron para dejar lugar a la decisión y la esperanza:
“Recordarlo siempre…no olvidarlo nunca…”- pensó Eduardo, más firme y decidido en su mente- “¡Eso es…ahora lo entiendo!”

Justo cuando Derriper creía haber minado hasta el último atisbo de esperanza de su oponente, de repente dejó de sonreír al ver que Eduardo, hasta ese momento deprimido y con la cabeza mirando al suelo ocultando su rostro, apretó los puños y dientes diciendo:
- La llave espada…tuvo que tener sus motivos, sus razones…algo tuvo que haber visto en mí…para elegirme como su portador…- dijo el chico de rojo, firme y seriamente, que luego alzó la mirada frente a él- por eso…yo…no pienso rendirme…no voy a echarme atrás…porque si el arma sagrada confía en mí…entonces yo también confiaré en mí mismo…
El séptimo lo observaba tranquilo y paciente, sin inmutarse lo más mínimo mientras jadeaba y respiraba con dificultad. Sus brillantes ojos rojos desbordaban seria indiferencia:
- Por eso…y por todos mis amigos y mis seres queridos…por el mundo entero de Limaria…- declaró Eduardo, que en ese momento se puso en guardia con la gran llave espada dorada en sus manos, y dijo valientemente las siguientes palabras- ¡¡Juro que encontraré la forma de acabar con Ludmort para siempre…para salvar el mundo…y para cambiar la historia…PORQUE SOY EL ELEGIDO DE LA PROFECÍA!!

Derriper no se mostró en absoluto sorprendido por la nueva reacción de su oponente, cuya decisión y firmeza habían dejado atrás al chico asustado y aterrorizado de hace unos instantes. A pesar de seguir estando en su forma monstruosa, con el aura roja envolviendo su cuerpo y las uñas de los dedos de sus manos y los colmillos de su boca afilados, su mirada había cambiado. Mantenía las pupilas de animal salvaje en sus ojos, pero éstos ya no desprendían tanto odio y tanta rabia como al principio.
Algo había cambiado en él que lo hacía más humano y menos monstruo. Quizá fuera la regulación de su impulso animal destructivo, o la mayor seguridad en sí mismo para tener confianza. En cualquier caso ahora Eduardo parecía tener un mayor control sobre sí mismo. Parecía haber dominado su poder del monstruo Ludmort, sometiéndolo a su voluntad.
La parte humana del joven parecía ganado a la animal, aún estando en su forma de monstruo:
- Pobre estúpido necio…ya nada puedes hacer para impedir lo inevitable…- dijo el ser oscuro, seriamente y con indiferencia, que en ese momento también se puso en guardia igual que él, con su enorme espada oscura. Fue entonces cuando también alzó la voz diciendo, con su voz grave y profunda- ¡¡acabemos con esto de una vez por todas…terminemos esta pelea y pongamos fin a nuestras vidas y a esta guerra de dioses…para siempre!!

En ese momento, por fin, terminó la larga charla del séptimo y dio paso de nuevo a la acción. Una vez resueltos los misterios y contada toda la verdad, ahora sólo quedaba terminar aquel conflicto: el último y definitivo combate que cambiaría para siempre la historia de Limaria.

Ambos echaron a correr el uno hacia el otro, dispuestos a matarse con sus armas. Las dos espadas chocaron en un fuerte golpe que acabó en bloqueó, del que saltaron chispas eléctricas debido al tremendo poder de ambas.
Justo antes de que Eduardo atacara, Derriper se adelantó y, con su mano izquierda abierta apuntando hacia él, hizo que estallara una bomba de aire frente a su oponente. La potencia del mismo envió al joven hacia atrás un poco más lejos, cayendo de espaldas al suelo.

No tardó en volver a levantarse de nuevo, cogiendo impulso con las manos apoyadas y dando una rápida voltereta hacia atrás. Esquivó justo a tiempo y por los pelos el mazo negro del séptimo, que lo estampó en el mismo sitio preciso donde segundos antes estaba su cabeza.
Eduardo cogió otra vez impulso con las plantas de los pies apoyadas y corrió de nuevo hacia la armadura frente a él, en apenas dos segundos de reacción. Atacó a Derriper con dos rápidos tajos cruzados de su arma dorada y un gancho alto con el puño izquierdo cerrado.
Los tres golpes alcanzaron e hirieron al ser oscuro, que no fue lo bastante rápido como para reaccionar a ellos. Sin embargo, cuando el joven fue a rematarlo de un giro rápido con la llave espada, la armadura consiguió bloquearla con su enorme espada oscura, justo a tiempo tras recuperarse de los ataques recibidos.
Esta vez Derriper contraatacó primero, asestándole un rápido puñetazo con su extremidad izquierda en toda la cara. Pero no acabó ahí, ya que enseguida le dio otro nuevo golpe con la rodilla derecha en el estómago, que le hizo a Eduardo doblar su tronco hacia adelante por inercia, para luego volver a herirlo con su codo izquierdo en la espalda.
El chico cayó de rodillas y apoyando las manos en el suelo, a los pies del séptimo, pero enseguida recibió una patada del pie derecho de éste debajo de la barbilla, que lo levantó de nuevo y lo empujó hacia atrás, herido.

Apenas manteniendo el equilibrio y sin dejar ni un segundo de respiro, la armadura corrió otra vez hacia su joven enemigo, que acababa de pararse y lo miraba otra vez de frente. Tras otro nuevo mandoble vertical a modo de guillotina de la espada oscura, el chico la bloqueó con su arma dorada por encima de la cabeza, tras el cual reaccionó enseguida propinándole un puñetazo con el puño izquierdo en el estómago.
A continuación le asestó tres rápidas e increíbles patadas giratorias en el mismo sentido, terminando la última con un violento empujón que hizo retroceder a Derriper.
La ofensiva de Eduardo no terminó ahí, cuando al tomar carrerilla se tiró y se deslizó por el suelo, apuntando con la planta de uno de sus pies hacia delante.  El pie del chico golpeó uno de los tobillos de la armadura, que cayó de frente y apoyando las manos y las rodillas en el suelo. Por último, y estando aún agachado por detrás del séptimo, el joven remató la acción de sus movimientos con un giro rápido de su arma de ciento ochenta grados, alcanzando e hiriendo a Derriper, que de nuevo rodó por el suelo hasta parar un poco más lejos.

En ese momento Eduardo cogió impulso y, de un gran salto, ascendió a muchos metros de altura. Estando en el aire el chico dio varios giros rápidos sobre sí mismo, de los cuales salió disparada de su gran llave espada dorada una visible y peligrosa onda expansiva, que atacó diagonalmente trescientos sesenta grados a su alrededor.
El ser oscuro logró levantarse a tiempo y esquivar de un salto atrás la onda expansiva, cuyo filo rojo lo habría partido por la mitad. A continuación apuntó hacia arriba con su extremidad izquierda transformada en un pequeño cañón negro, hacia el joven que caía en picado desde el cielo, y disparó una pequeña pero rápida bola oscura.
Eduardo se cubrió enseguida con los brazos mientras caía, recibiendo la bola oscura en el aire y explotando con su impacto. Pero sin embargo, al salir de la humareda, descubrió que su enemigo ya no estaba en tierra. Fue en ese entonces cuando oyó una voz grave y profunda a sus espaldas, diciéndole:
- ¡Detrás de ti!
Pero antes de que el chico terminara de girarse por completo, un nuevo golpe con el filo del arma de Derriper en el aire lo envió esta vez rápidamente y en picado hacia abajo, como una presa herida cayendo inconsciente.
Estando todavía en el aire, el ser oscuro disparó de nuevo con el cañón negro de su brazo izquierdo hacia abajo, directo al chico de rojo, con el que impactó y estalló en una explosión, mientras Eduardo se estrellaba brutalmente contra el suelo.

Derriper cayó otra vez con los pies en la tierra, manteniendo el equilibrio mientras jadeaba del cansancio. Observaba tranquilo y pacientemente la humareda negra que tenía frente a él, en la que dentro se encontraba su oponente. Le temblaba todo el cuerpo, incluso la espada oscura que empuñaba en su mano derecha:
- Vamos, Eduardo…sé que sigues vivo…- dijo el séptimo, sin apartar la vista de su objetivo- los dos lo sabemos mejor que nadie…así que deja ya de esconderte.
Pasaron varios segundos de silencio, tensión e intriga, en los que el joven no respondió ni dijo nada. Al cabo del poco tiempo, el chico volvió a contraatacar, sorprendiendo a su enemigo.

De repente una misteriosa garra roja gaseosa y transparente surgió del interior del humo, que se alargó y estiró a toda velocidad en dirección a la armadura. Derriper no fue capaz de reaccionar a tiempo, y cuando se dio cuenta ya tenía su brazo izquierdo agarrado por la nueva extremidad del elegido, cuyas uñas se hundían en su piel y lo apresaban con fuerza:
- Esta garra…- comentó el ser oscuro para sí, pensativo- ¿no será…?
Otra nueva sorpresa lo hizo volver la vista al frente, cuando en ese mismo momento una brillante columna dorada surgió verticalmente del humo negro, en dirección al cielo, y no paraba de crecer. Derriper juraría que aquella columna era tan exagerada y kilométricamente alta que alcanzaba la estratosfera y el espacio infinito del universo: una longitud descomunal teniendo en cuenta el sistema de medida en el mundo humano, pero que en aquel espacio de oscuridad infinita era posible.
No fue hasta que se disipó el humo por completo que la armadura se dio cuenta de dos cosas: la primera, que la garra roja provenía del aura mágica roja que envolvía el cuerpo del chico, y la segunda, que aquella columna dorada se trataba ni más ni menos que de la propia llave espada de Eduardo, cuyo portador la empuñaba con los brazos en alto apuntando hacia el cielo. El líder de la organización Muerte nunca antes había visto una longitud tan irreal y exagerada, pero lo que sí podía afirmar era que tenía ante él la llave espada más grande y larga del mundo, y muy posiblemente del universo:
- Ya veo…- dijo, refiriéndose a la garra roja que le apresaba el brazo, y de la cual no podía liberarse por más que lo intentaba- su aura mágica de Ludmort ahora tiene mayor libertad de movimientos, ya no es una simple aura que lo rodea…y también me impide transformar el brazo izquierdo, por su influjo…- confirmó, tratando inútilmente de usar el poder de la oscuridad, que luego preguntó diciendo- ¿significa esto que ha aprendido a controlar su propia aura mágica de Ludmort?

No tuvo tiempo de hacerse más preguntas, ya que fue en ese instante cuando Eduardo dejó de alzar la vista al cielo y bajó la cabeza, mirando de frente a Derriper. El séptimo no palideció ni se mostró asustado u horrorizado en ningún momento, cuando el chico de rojo lo miró seriamente y, con un alto y amplio grito de furia, empleó toda la fuerza que tenía para mover su arma en las manos.

De esta forma, con Derriper inmovilizado, sin poder transformar su extremidad izquierda ni atacar ni huir, estaba completamente a merced del ataque del joven. Fue así como, de estar parada como un poste mirando al cielo, la colosal y descomunal llave espada cayó al mismo tiempo que los brazos de su portador, cuando la hizo estrellarse a modo de guillotina contra el suelo.
La brutal sacudida cósmica impactó y provocó el mayor temblor de tierra que nunca antes se había visto en la historia, y que de haberlo hecho en Limaria o en La Tierra, habría destruido y partido a la mitad el planeta.

Segundos después de que cesara el terremoto producido por la colisión del ataque, Eduardo seguía jadeando y respirando con dificultad, mientras le temblaba todo el cuerpo. Tanto la garra roja que había apresado a la armadura como la descomunal llave espada habían desaparecido, volviendo el arma sagrada a su tamaño triplicado y manteniendo el brillo dorado.
El chico seguía en su estado monstruoso, sin desaparecer el aura roja de su cuerpo, ni las uñas ni los colmillos afilados, ni tampoco las pupilas de animal salvaje en sus ojos. Parecía cada vez más cansado y agotado por momentos.
Miraba con desconfianza y recelo el panorama vacío frente a él, donde a primera vista no se veía a nadie. Eduardo juraría que no había fallado su ataque, ya que Derriper estaba inmovilizado por la garra roja de su aura mágica y no podía huir: no tenía forma de escapar.
Sabía, sin embargo y a pesar de no verlo, que su enemigo seguía vivo, puesto que aún podía sentir su aura mágica muy cerca.

Y tan cerca estaba el ser oscuro que en ese momento sintió su presencia a sus espaldas, acompañado de una grave y profunda voz que le sorprendió diciendo:
- ¿Me buscabas?
El chico dio media vuelta dispuesto a golpearlo con su arma, y en ese momento la armadura también arremetió con su espada oscura, mientras su oponente se giraba rápidamente a él.

Ambos atacaron al mismo tiempo con sus armas y las dos sangres, roja y negra, salpicaron en el aire.

Eduardo vomitó sangre roja por la boca, y Derriper sangre negra por la suya. Ambos habían atravesado una parte del cuerpo del otro con su espada, y un charco de sangre rojinegra mezclada se formó en el suelo a sus pies. Por un lado el séptimo, cuya arma atravesaba un costado del joven, y por otro el elegido, cuya arma sagrada atravesaba el corazón del ser oscuro.
Los dos se encontraban ahora cara a cara, jadeando del cansancio, respirando entrecortadamente y temblándoles todo el cuerpo. Gotas de sangre caían del filo de las espadas de ambos, empuñadas por sus manos temblorosas:
- Ya es demasiado tarde, Eduardo…ya no puedes hacer nada…- dijo Derriper, sonriendo con malicia- sabes que he ganado…y lo he hecho desde el principio…
El chico de rojo se quedó perplejo y atónito, al ver que la armadura ya no tenía brazo izquierdo. No tardó en averiguar, al fijarse en el arma de su enemigo, que ésta también estaba manchada no solo de sangre roja, sino también negra.
Fue entonces cuando el joven descubrió lo que había pasado hace unos instantes: justo antes de que lo alcanzara la guillotina cósmica, el séptimo se había cortado el brazo izquierdo con su propia arma, para poder escapar. Derriper tenía ahora otra nueva y grave herida, aunque en realidad no le importaba, puesto que sabía que iba a morir:
- Los dos estamos en desventaja…ganará el mejor de nosotros…- comentó Derriper, al ver toser a Eduardo y vomitar sangre roja por la boca. Le había dado otro nuevo ataque cardíaco de repente- ambos sabemos que ya estamos prácticamente muertos…así que ríndete de una vez y acepta lo inevitable.
El elegido logró sobreponerse a pesar del dolor que sentía, y alzó la cabeza para mirarlo a la cara, al mismo tiempo que la voz, diciendo seriamente:
- Me niego…no pienso aceptarlo…no mientras siga con vida…
El líder de la organización Muerte escuchó, jadeando y temblando, las firmes y decididas palabras de su oponente:
- Cada segundo…del poco resto que me queda de vida…combatiré…patalearé…gritaré…me esforzaré...haré todo cuando esté en mis manos…- declaró valientemente el chico- ¡¡lucharé para salvarlos a todos…para proteger el planeta…para cambiar la historia!!

En ese momento los dos luchadores separaron sus espadas del cuerpo del otro, al mismo tiempo, y a continuación se enzarzaron rápidamente de nuevo en el combate para el que ambos estaban destinados a enfrentarse.

Se libró en ese entonces un feroz y frenético duelo de esgrima, entre el joven monstruo Ludmort y el líder de la organización Muerte. Durante ese tiempo, Eduardo y Derriper lucharon a muerte intercambiando golpes con sus armas, mientras el eco metálico resonaba con cada nuevo choque de las dos espadas.
Ambos estaban llegando ya a un estado bastante débil y agotado, en el que cualquier persona ya no podría ni moverse. Pero sin embargo, aún a pesar del dolor que sentían y de los ataques cardíacos que les debilitaba el corazón, los dos hacían un esfuerzo sobrehumano para mantenerse en pie y seguir luchando, con todas sus fuerzas.
La velocidad de reacción de los dos iba disminuyendo conforme avanzaba el combate, debido al cada vez más débil estado, y tanto el uno como el otro se hacían muchísimo daño con sus armas. Derriper y Eduardo caían repetidas veces, algunas de ellas al mismo tiempo, levantándose una y otra vez con dificultad y esfuerzo, pero luchando con toda la voluntad y todo el valor que ambos tenían.

Definitivamente el combate estaba llegando a su recta final.

Después de varios largos minutos de dura y difícil batalla, ambos luchadores estaban llegando ya a su límite, apenas pudiendo mantenerse en pie.
La gran armadura esquivó una nueva estocada del chico, y a continuación volvió a golpearlo con el filo de su espada, cuyo ataque envió a Eduardo un poco más lejos, rodando por el suelo.

El joven no pudo volver a levantarse en aquella ocasión. Su cuerpo había llegado al límite, incluso para su forma monstruo, a la que ya no le quedaba fuerza sobrenatural. Se sorprendió a sí mismo al ver que, en ese momento, tanto las uñas de sus dedos como los colmillos de su boca, decrecieron hasta volver a la normalidad. Sus pupilas de animal salvaje volvieron a convertirse en ojos humanos normales, y el aura roja visible de Ludmort que hasta ese entonces tenía envolviendo su cuerpo desapareció de la misma forma que había surgido antes: misteriosamente.
Su llave espada también perdió el brillo dorado y volvió a la normalidad:
“Mierda…el aura mágica de Ludmort me abandona…estoy tan debilitado que ya ni siquiera el poder del monstruo aguanta en este cuerpo…”- pensó Eduardo en su mente, luchando por respirar y seguir vivo- “he vuelto a la normalidad…y sin el poder de Ludmort, ya no hay posibilidad de que gane este combate…”

Los párpados de sus ojos débiles y entreabiertos se esforzaban por no cerrarse, ya que de lo contrario no volvería a abrirlos. Tirado en el suelo de lado y sin poder moverse, el chico observaba a su enemigo acercarse cojeando hacia él. Derriper exhalaba grandes bocanadas de aire, también haciendo un tremendo esfuerzo físico para respirar y mantenerse en pie, mientras la sangre negra de sus heridas goteaba y caía al suelo a su paso:
- Ha llegado…la hora...Eduardo…- dijo el séptimo, mientras cojeaba acercándose a él- nuestra hora…de morir…
El elegido seguía mirando con los ojos entrecerrados a su oponente, jadeando y respirando entrecortadamente. Ya no tenía fuerzas ni para mover un dedo.
Cuando por fin Derriper llegó hasta él, aún temblando, alzó su único brazo derecho tembloroso en el aire, en cuya mano empuñaba su enorme espada oscura, también temblando. Su filo apuntaba directo al cuerpo del joven:
- Por fin…podré descansar tranquilo…- afirmó el ser oscuro- sabiendo…que he ganado…esta guerra de dioses…
Antes de rematar con su arma al elegido y acabar con su vida, el séptimo le dijo unas últimas palabras:
- Hasta nunca, Eduardo…y contigo los humanos y el mundo entero de Limaria.
Y fue entonces cuando impulsó su espada oscura hacia abajo, cuyo filo iba a atravesar a su oponente, a la vez que el chico cerraba los ojos esperando lo inevitable.

Pero sin embargo, sorprendentemente, ocurrió un nuevo milagro.

Justo antes de que la espada oscura alcanzara su objetivo, se produjo una nueva explosión que solo afectó a Derriper, pillándolo por sorpresa y enviándolo mucho más lejos, rodando por el suelo hasta acabar a mayor distancia.
Eduardo abrió de repente los ojos en ese momento, sorprendido por el ataque aliado inesperado que le había salvado la vida. Se preguntaba qué había sido eso y quién lo había disparado, si se suponía que sólo estaban ellos dos solos luchando en aquel espacio oscuro infinito.

No fue hasta que una persona conocida pasó cojeando y lentamente a su lado que el joven se dio cuenta de quien había sido. Su rostro palideció de sorpresa, y sus ojos y su boca abierta de asombro no daban crédito a lo que veía. Sencillamente no podía creer que fuera verdad:
- ¡¡Erika!!- exclamó Eduardo, atónito y perplejo.

La chica caminó como pudo, jadeando del cansancio y respirando con dificultad, mientras andaba cojeando de una pierna. Al igual que él, tenía graves heridas por todo su cuerpo, de las cuales muchas brotaban y goteaba sangre al suelo, a su paso. Ella también estaba gravemente herida, pero al menos tenía fuerzas para moverse:
- Erika…yo…creí que…- dijo el chico, todavía pálido y como si estuviera viendo un fantasma, mientras recordaba perfectamente haber sentido que su corazón dejó de latir- ¿Cómo has…?
La joven le enseñó, llevándose una mano al pecho, un objeto esférico agrietado que llevaba de colgante al cuello, y que brillaba tenue y débilmente. Fue entonces cuando Eduardo entendió lo que pasaba: el dragón plateado la había salvado una vez más, en este caso reanimando su corazón parado de una forma misteriosa.
Aunque el chico no alcanzaba a comprender cómo un guardián de la fuerza podía hacer un milagro semejante, lo cierto es que los G.F. eran realmente increíbles:
- Sigo viva…gracias a él…- dijo Erika, jadeando y respirando entrecortadamente, mientras seguía andando y cojeando paso a paso, rodeando a su compañero- le debo la vida a Bahamut…

La elegida por fin se detuvo delante de su amigo, dándole la espalda y de cara en la dirección donde había ido a parar Derriper. El joven de repente se dio cuenta, al fijarse en el arma de ella en sus manos, que la vara mágica estaba de nuevo brillando intermitentemente con una cálida y misteriosa luz blanca sagrada, la misma con la que atravesaron el corazón el séptimo en la anterior ronda de combate. Se quedó perplejo y asombrado, al imaginar lo que estaba viendo frente a sus ojos:
“Esa luz blanca…”- pensó el chico de rojo, sorprendido- “¿No será…?”
La voz de Erika lo devolvió a la realidad, diciéndole:
- No te preocupes, Edu…- dijo ella, firme, seria y decidida, a la vez que también se puso en guardia, en posición de combate- esta vez…yo te protegeré a ti…

En ese momento ambos jóvenes volvieron la mirada al frente, donde el ser oscuro se levantaba poco a poco del suelo, bastante más lejos. Le costaba hacerlo con un solo brazo, temblando:
- Ya es demasiado tarde…Erika…Eduardo…- decía Derriper, esbozando una siniestra sonrisa diabólica y soltando risas malvadas por lo bajo- nada de lo que hagáis ahora…cambiará el trágico destino que le espera a este mundo…ya estaba condenado a morir…desde el mismo instante en que las armas sagradas…os eligieron a vosotros…
Cuando finalmente el séptimo acabó de ponerse en pie, en ese instante le dio otro nuevo ataque cardíaco, de repente, que le hizo apoyarse en su enorme espada oscura para no caerse, mientras vomitaba espumarajos de sangre negra por la boca. Desde luego, el líder de la organización Muerte estaba en las últimas y a punto de morir. Apenas le quedaban un par de minutos de vida:
- En este estado…ya me es imposible…seguir luchando…- afirmó la gran armadura, a punto de caer rendida y sin fuerzas- no obstante…y, con un poco de suerte…quizá aún puedo mataros…empleando mi último recurso…

Tanto el chico como la chica se quedaron en ese momento pálidos y perplejos, al oír las palabras de su enemigo. Les costaba creer que, estando en ese grave y lamentable estado, el ser oscuro todavía tuviera alguna posibilidad de acabar con ellos. Quizá Eduardo no, pero Erika sí tenía todas las de ganar en un nuevo combate contra Derriper, ya que ella tenía más fuerzas en ese momento para rematarle con cualquier ataque, ya fuera físico o mágico:
- Esta técnica definitiva…requiere del sacrificio de mi propia vida…y sólo puedo ejecutarla una sola vez…- explicó el séptimo- pero…puesto que voy a morir…ya no me importa usarla…si gracias a ella…al menos consigo mataros…tanto a vosotros como al mundo entero de Limaria…

En ese instante Derriper suspiró, de repente más aliviado y tras lo cual dejó de jadear y de respirar entrecortadamente, como si en un solo segundo se hubiera recuperado de su fatiga. Cerró sus brillantes ojos rojos para siempre y alzó la cabeza arriba, mirando al cielo, esperando a algo.
Eduardo y Erika se quedaron sorprendidos y perplejos, al ver en ese momento cómo el cuerpo de la gran armadura empezó a elevarse hacia arriba, levitando en el aire y ascendiendo de forma vertical hacia el cielo.
Tanto la espada oscura, que cayó de su mano derecha y se quedó en el suelo, como el resto del cuerpo del séptimo, comenzaron a desvanecerse, desapareciendo de una extraña y peculiar manera. Empezando por sus extremidades, y ascendiendo y acercándose al tronco, su cuerpo entero iba dividiéndose en miles de diminutas estrellas negras brillantes, que también se elevaban hacia arriba y desaparecían, parpadeando débilmente hasta quedarse en nada.
Se trataba de una mágica pero misteriosa muerte, muy propia de algún ser mágico y sobrenatural.

Justo cuando la cabeza del ser oscuro, la última parte de su cuerpo, terminó de desvanecerse por completo entre las miles de diminutas estrellas negras, ya no quedaba nada material de él.

Erika se mantuvo firme y alerta, preparada para reaccionar en cualquier momento al inminente ataque de su enemigo, mientras ella y Eduardo observaban mirando arriba cómo desaparecieron los últimos destellos brillantes de Derriper.

Al desaparecer la última estrella negra brillante, y justo cuando parecía que todo había acabado, en ese momento comenzó a producirse un terremoto que sacudió toda la zona del espacio oscuro, a pesar de no haber nada en él. Los dos jóvenes se sorprendieron de repente, y la chica estuvo a punto de perder el equilibrio y caer, debido al movimiento sísmico. Por suerte, logró mantenerse en pie y aguantar, resistiendo aún en el estado en el que se encontraba.
Tanto él como ella se sorprendieron y quedaron pálidos y atónitos, con los ojos y la boca abierta de terror, al levantar de nuevo la cabeza arriba. En el cielo, delante de ellos, había surgido una extraña bola oscura, situada a muchos metros de altura. Esta misteriosa esfera negra había parado el terremoto, y desprendía una siniestra aura maligna visible a su alrededor:
- Contemplad con vuestros propios ojos…la mitad del poder de cada uno de los seis dioses…reunidos en un solo ataque…- dijo la voz del séptimo, resonando desde todas partes- la fuerza de aquellos que crearon el mundo de Limaria…el auténtico y absoluto poder…la verdadera oscuridad…

Fue entonces cuando Derriper finalmente alzó la voz, gritando con toda su alma y todo su ser la más letal y poderosa técnica definitiva que conocía, y que sólo él podía usarla:
- ¡¡¡BIG BANG!!!

Justo antes de que la inmensa bola oscura explotara, Erika reaccionó enseguida y, con la vara mágica en sus manos, apuntó rápidamente con ella al objetivo. Del arma sagrada salió disparada una larga columna blanca diagonal ascendente, cuya luz blanca era la misma que tenía el poder de los seis dioses en la anterior ronda de combate.
Dicha luz cálida alcanzó la esfera negra justo a tiempo para detenerla, cuyo resplandor la cubrió por completo y la encerró dentro de otra esfera transparente y translúcida, de un tamaño similar a la maligna.
Fue así cómo la luz blanca atrapó y encerró a la bola oscura.

Sin embargo, la pesadilla no había hecho más que empezar.

Cuando los dos jóvenes creían que aquello detendría el ataque del líder de la organización Muerte, ambos se horrorizaron al ver que la luz cálida no era suficiente para pararlo. Lo comprobaron enseguida, viendo que el poder retenido de la bola oscura hacía temblar y retumbar la esfera blanca exterior que la mantenía cautiva.
Su fuerza y la potencia que tenía parecían muy superiores a la defensa de la luz blanca, que trataba de aguantar y retenerla dentro de ella. A juzgar por los continuos e incesantes temblores, no parecía que la protección fuera a resistir mucho tiempo, y que muy pronto acabaría estallando y liberando la explosión.

Erika se mantenía en pie y flaqueando delante de Eduardo, en cuyas manos temblorosas empuñaba la vara mágica, sosteniendo la columna diagonal y el escudo esférico en lo alto que los protegía. De su arma sagrada salía la luz blanca que comunicaba con el peligro del cielo:
- ¡¡Maldita sea…yo…no…!!- dijo la chica, temblando y sujetando con esfuerzo su arma en las manos, como si llevara un enorme peso en ellas- ¡¡no…no aguantaré…mucho tiempo más…!!
El joven la miraba desde el suelo, tirado e incapaz de moverse. Deseaba poder levantarse y ayudarla, pero las graves heridas del reciente combate no se lo permitían. Observaba con rabia y frustración cómo su amiga se hacía responsable sola de la salvación de sus vidas.
Sabía que, de romperse el escudo y alcanzarles la explosión que originó el universo, los dos morirían en el acto sin remedio:
- ¡¡No te rindas…!!- exclamó Eduardo, apoyándola- ¡¡Resiste, Erika!!
La elegida era consciente de la difícil situación en la que se encontraban. Debido al duro combate que acababan de librar contra Derriper, estaba muy débil y apenas le quedaban fuerzas para nada. Mantenerse en pie como lo estaba haciendo ahora, y sujetando un increíble e inmenso poder sagrado, le costaba un tremendo esfuerzo físico que sólo la fuerza de voluntad podía lograr.

Pero aún así, ni la luz blanca ni el agotado estado de su cuerpo, eran suficientes para detener el último ataque del ser oscuro:
- ¡¡Es…es inútil…!!- exclamó la joven, poco a poco debilitándose y apretando los puños y dientes, tratando de aguantar- ¡¡el poder oscuro es demasiado fuerte…y yo apenas puedo mantenerme en pie!! ¡¡No me quedan fuerzas para luchar!!
Tan débil estaba ella que enseguida comenzaron a flaquearle los brazos y las piernas, temblándoles de tal forma que parecía que iba a caer en cualquier momento. La situación se estaba poniendo cada vez de mal en peor, a cada segundo que pasaba. La esfera blanca que los protegía de la gran explosión también empezó a agrietarse, con crujidos, acompañados de finas fisuras visibles desde el exterior.
Estas grietas poco a poco se hacían más grandes, largas y numerosas, y presagiaban lo inminente: el escudo protector se rompería en muy poco tiempo:
- Lo…lo siento, Edu…no…no tengo fuerzas…- dijo Erika, triste y deprimida, tras darse por fin cuenta de que no podía hacer nada para evitarlo- yo…ya no puedo más…éste…es mi límite…

Y justo cuando la chica perdió toda esperanza y sus manos, cansadas y agotadas, ya iban a caer y soltar el arma, la mano izquierda de él apareció en el último momento, apoyándose justo encima de las de ella y ayudándola a levantar de nuevo la vara mágica:
- ¡¡EDU!!- exclamó la joven, atónita y sorprendida, cuando giró la cabeza y sus ojos se encontraron con la cabeza del chico, a su lado.
Éste se había levantado misteriosamente del suelo y había acudido para ayudarla, colocándose justo por detrás y pegado a ella. Tenía la cabeza apoyada en el hombro izquierdo de su compañera, con el brazo del mismo lado estirado hacia delante, la mano izquierda sujetando encima de las de Erika el arma sagrada, y la mano derecha apoyada en el hombro derecho de ella:
- No…no permitiré que mueras…no mientras viva…- dijo el chico, también agotado y temblando igual que ella, que luego añadió, con decisión y seguridad en sí mismo- vamos, Erika…juntos podemos hacerlo…
- Pero, Edu…el escudo no aguantará mucho tiempo más…y los dos estamos exhaustos y debilitados…no nos quedan fuerzas…- afirmó ella, triste y afligida, queriendo creer en sus palabras- el escudo pronto se romperá…y la explosión nos alcanzará…vamos a morir con Derriper, y lo sabes…tú…

En ese instante Eduardo la interrumpió, formulándole de repente una nueva pregunta, que la sorprendió y pilló por sorpresa, debido al extraño momento y lugar para hacerla:
- ¿Confías en mí?
- ¿¡Qué!?- exclamó Erika, asombrada.

La situación era cada vez más crítica. La luz blanca se estaba apagando por segundos, y la esfera clara protectora también debilitando. Era cuestión de un minuto que la gran explosión fuera liberada, y con ella murieran los dos jóvenes:
- ¿Confías en mí?- le repitió el chico, olvidando por completo la situación en la que se encontraban.
En ese momento los dos tenían la cabeza girada de cara al otro, mirándose fijamente a los ojos. La chica pudo apreciar, durante unos largos segundos de silencio, que en lo más profundo de los ojos marrones de su compañero había una cálida paz y seguridad consigo mismo, que le hacía sentirse mejor y más relajado. Se trataba de una extraña tranquilidad que ella no comprendía del todo bien:
- Edu…- dijo Erika, sin apartar la mirada de sus ojos.
Al cabo de otros largos segundos de silencio, y aún sin entender muy bien por qué estaba tan relajado su amigo, al final ella misma también se contagió de su estado. La paz y la tranquilidad de sus ojos la envolvían en un cálido y acogedor instante, que la hacía sentirse mejor y más segura al estar junto a él. Por fin sonrió tierna y dulcemente, y luego dijo, muy segura de sus palabras:
- Confío en ti.

Eduardo también sonrió de la misma forma, mirándola, y fue entonces cuando ambos jóvenes desviaron sus miradas de nuevo al frente. Las expresiones de sus rostros cambiaron repentinamente de tierno y dulce a firmeza y seriedad, al volver la vista arriba, al cielo, donde se encontraba la gran esfera oscura.
Los dos empuñaban juntos la vara mágica, ahora más firme y segura en sus manos. Ya no temblaba ni flaqueaba, y entre la portadora y su compañero ahora parecía más equilibrada, sujetándola ambos a la vez.
La luz blanca que emanaba del arma sagrada seguía fluyendo a través de la columna diagonal ascendente, que la comunicaba con el peligro en lo alto del cielo. Sin embargo, y aún a pesar de la poca fuerza combinada de los dos jóvenes, el escudo protector seguía temblando, esta vez con más violencia y muchísimo más agrietado que antes. Su destrucción ya era inevitable.

Faltaban tan solo diez segundos para que la protección se rompiera, y con ella la explosión fuera liberada.

El chico y la chica se aferraban a la vara mágica, mirando arriba y sin retroceder en ningún momento. Aún sabiendo que era el final, y que ya no servía de nada tratar de luchar o huir, ambos seguían ahí en pie, sujetando el arma sagrada de ella.
No tenían miedo a lo que pudiera pasar, a lo que pudiera llegar o a lo que pudiera ocurrir. Lo único que tenían claro era que iban a afrontar el peligro a la cara, valientemente y sin volver la vista atrás.

Y fue en ese entonces cuando, pasados los diez últimos segundos, finalmente el escudo protector se rompió, y con él llegó la explosión. Pero sin embargo, justo cuando también los dos elegidos agacharon la cabeza y cerraron los ojos en el último segundo, la vara mágica dejó de brillar intermitentemente para resplandecer de manera fija y estática con la luz blanca.
El poder sagrado del arma aumentó sorprendentemente en el último segundo, sin que los que la sujetaban lo vieran, y cuyo resplandor adquirió mucha más fuerza, llegando a expandirse por toda la zona que los rodeaba.

Al mismo tiempo que la gran explosión se expandía por toda el área del sueño onírico, la luz blanca también lo hizo a la misma velocidad. Dicho resplandor blanco envolvió a los dos jóvenes, con los ojos cerrados, mientras el chico escuchaba unas últimas palabras en su mente, de alguien perfectamente reconocible:
“Es demasiado tarde, Eduardo…hagas lo que hagas, ya no puedes hacer nada…”- dijo la voz grave y profunda de Derriper, dentro de su cabeza- “a partir de ahora, aunque yo no esté, recuerda siempre estas palabras…”
Lo que dijo el ser oscuro a continuación quedó grabado para siempre en la memoria del joven, cuyo significado predecía un terrible y mal presagio:
“Tú naciste para destruir el mundo, y tarde o temprano, ya sea esta noche como dentro de varios años, lo harás…porque ése es tu destino”.

Esas fueron las últimas palabras del séptimo que Eduardo oyó en su mente, antes de que la luz blanca terminara de envolverlos por completo tanto a Erika como a él, y al resto del espacio de oscuridad infinita.

Luego todo se volvió blanco, y el silencio llegó con él.



El chico de rojo abrió de repente los ojos, de golpe, al darse cuenta de que había acabado el combate. Estaba confuso y extraño, pues de repente ya no se sentía cansado ni fatigado, ya no se encontraba exhausto ni agotado. Ahora, en un solo instante, había recuperado todas las fuerzas perdidas en el último combate contra Derriper.
Sin embargo, a pesar de sentirse mejor que antes, su cuerpo aún conservaba las graves heridas de la batalla. No solo mantenía la ropa rota y desgarrada, sino que también la piel llena de rasguños y cortes, con muchas heridas sangrientas de las que aún brotaba sangre roja.

Lo primero que vio con sus ojos lo dejó totalmente sorprendido y con la boca abierta de asombro.

Estaba de pie en un amplio e infinito espacio blanco, igual que el anterior y negro corazón de la oscuridad, pero de color contrario u opuesto. Aquella zona no tenía tierra, ni cielo, ni mar ni límites. Por más que miraba en todas direcciones no había ningún otro color visible salvo el blanco. El espacio claro de aquel lugar parecía infinito e interminable, de tal forma que, aunque caminara toda la vida, nunca llegaría a ninguna parte.

Pero sin embargo eso no era, ni mucho menos, lo más increíble y sorprendente de todo.

No estaba solo en aquel lugar. Había más personas como él allí, acompañándole. Había miles y millones de personas, de todos los tamaños, de todas las razas y de todas las edades: desde bebés y niños hasta mayores y ancianos, en un complejo entramado conglomerado de personas de todas las regiones y de todos los países del mundo.
Sin embargo, había algo en aquel lugar que lo hacía de todo menos normal, y se debía en especial al movimiento. Mientras que el resto de personas andaban a cámara rápida de un lado a otro a tanta velocidad que no se distinguían sus rostros, el chico de rojo se movía tan despacio y a cámara lenta que el tiempo parecía estar a punto de detener para siempre sus movimientos. Era la única persona diferente que había allí que se movía tan lento y tan despacio.

Así se mantuvo durante unos largos segundos, con los ojos y la boca abierta de asombro y perplejidad, mientras se giraba a ambos lados y miraba lentamente por todos lados en medio de la multitud, al mismo tiempo que el resto de gente andaba rápidamente en todas direcciones, de un lado a otro. Ninguna persona parecía verlo, ya que nadie lo miraba ni le prestaba atención.
Eduardo creía que había ido a parar a otro mundo onírico o a otra ilusión creada por Derriper, pero enseguida se dio cuenta de que no podía ser así, ya que no sentía el aura mágica del líder de la organización Muerte por ninguna parte. Esta había desaparecido, y el joven pudo creer por fin que quizá para siempre.

Justo cuando creía que no encontraría a nadie conocido en medio de aquella multitud de personas que iban y venían de todas partes, el chico se sorprendió de repente al ver que varias de ellas caminaban a una velocidad normal, ni muy lenta ni muy rápida. Lo que más le dejó boquiabierto fue que las conocía a casi todas:
- ¡¡No…no puede ser…!!- dijo él, atónito y perplejo.
Por delante de él, andando normal, se cruzaron en su camino todas las personas que él conocía de la ciudad de Eleanor. Todos los vecinos, la gente de a pie, los dependientes de las tiendas, sus profesores del colegio y del instituto, los chicos y chicas de su edad que estudiaban con él en la misma clase, la gente de la pequeña localidad…todas las personas que, de alguna u otra forma, conocía de vista y formaban parte de su día a día, en su antigua vida como estudiante.

Como era lógico, y al igual que el resto de la multitud desconocida, nadie lo veía. Pasaban caminando por delante de él y lo ignoraban, como si fuera la sombra de un fantasma que no existiera, como si no estuviera ahí.
De repente Eduardo se sorprendió aún más, al ver en ese momento a sus antiguos compañeros y amigos del instituto, con los que andaba en clase y en los recreos. La nostalgia lo invadió por completo al rememorar su pasado, cuando dos chicas y dos chicos se acercaron a él:
- ¡¡Mandy!! ¡¡Laura!!- exclamó el joven, boquiabierto- ¡¡Lionel!! ¡¡Bruno!!
Pero sin embargo, tristemente y como era de esperar, ninguno de ellos tampoco vio a Eduardo. De la misma forma que se acercaron también se alejaron, pasando por delante de él sin mirarlo.
Y en ese instante lo recordó todo, fugazmente en su memoria. Tan solo era la sombra de lo que había sido Gabriel, cuyos recuerdos era lo único que tenía y que lo relacionaban con aquellas personas, a quienes en realidad no le eran nada. Después de todo, no era más que el resultado de un experimento de la organización Muerte, con falsos recuerdos de una vida ajena implantados, y él lo sabía muy bien.

La tristeza lo invadió durante unos cortos segundos, hasta que entonces, cuando creía que ya no quedaba nadie más de la vida de Gabriel que pasara frente a él, una nueva sorpresa lo dejó otra vez atónito y perplejo.
Delante de él, un poco más lejos, se encontraba su amiga Erika. Pero no estaba sola. Junto a ella la acompañaban sus padres, a quienes abrazaba y sonreía de felicidad.

Pero sin embargo, también había otra cuarta persona más con ellos, muy cerca de la chica y con su propia mano enlazada a la de ella. A juzgar por su tamaño, parecía de la misma edad que Erika.
Lo más increíble y sorprendente de todo era que, al contrario que el resto de la multitud de gente, esa persona en concreto no se veía. Estaba envuelta en absoluta oscuridad negra, de forma que sólo se observaba su silueta en negro y rodeada de misterio.

Eduardo no entendía por qué esa persona no se veía, cuya identidad se desconocía por completo, hasta que enseguida se dio cuenta de lo que pasaba. Se sorprendió mucho al descubrir que, lo que en realidad estaba viendo frente a sus ojos, era el futuro, la vida que su amiga habría tenido de no haberlo conocido nunca.
En ese futuro él mismo no existía, ni para ella ni tampoco para el resto de la gente que había pasado delante de él. En ese futuro todos eran felices, y vivían rehaciendo sus vidas con normalidad, como cualquiera cuando crecía. En ese futuro nadie le conocía ni sabía de su existencia, y por supuesto tampoco le echaban de menos.
De la misma forma, también supo quién era en realidad la persona oculta y misteriosa, a pesar de que no la conociera de nada. No era difícil imaginar que se trataba de la pareja de la chica, a quien conocería en el futuro, y con quien compartiría con amor el resto de su vida. Pensó que debía de ser su futuro novio o marido, y que desde luego no era él.

No, aquel futuro no era de Eduardo, sino de su compañera. En ese mundo donde nunca había nacido no había sitio para el chico de rojo, puesto que no pertenecía a él.

Sin embargo, y aunque nunca pudiera saborear esa alegría y esa sensación de auténtica vida, por alguna razón se sentía bien, con sólo ver el increíble rostro alegre y la maravillosa felicidad de su amiga de la infancia. Verla rodeada de sus seres queridos y con la futura persona más especial para ella lo inundaba de gran paz y tranquilidad, con sólo saber que iba a ser feliz.
Sonrió tierna y dulcemente diciendo, mientras una lágrima de tristeza caía por una de sus mejillas:
- Erika…

En ese momento una misteriosa luz blanca empezó a cobrar fuerza, con tanto brillo cegador que el joven cerró los ojos para no dañar su vista. Dicha luz comenzó a expandirse y a cubrir todo el infinito espacio a su alrededor, lentamente, tragándose a todas las miles de personas que aún seguían andando de un lado a otro en él, hasta que por fin todo se volvió blanco otra vez, y el silencio reinara de nuevo en él.



Unas voces conocidas lo despertaron de su sueño profundo, abriendo poco a poco los ojos, mientras cinco voces lo llamaban a gritos por su nombre, sacudiendo su cuerpo para que reaccionara:
- ¡¡Eduardo!! ¡¡Eduardo!!- gritaban los que lo sacudían- ¡¡Eduardo, despierta por favor!!
El chico terminó de abrir de golpe los ojos, de repente, cuando se despertó del todo y se dio cuenta de que ya no estaba durmiendo. Se sorprendió al ver que Jack, Cristal, Rex, Alana y Ray estaban allí, rodeándolo y junto a él. Su asombro y perplejidad aumentaron al comprobar que Erika también se encontraba con ellos, despierta y llamándolo por su nombre:
- ¡¡Chi…chicos!!- exclamó él, sorprendido.
- ¡¡Gracias a los dioses, menos mal que estás bien!!- dijo Jack, alarmado- ¡¡Creíamos que nunca despertarías!!
- ¡¡Pero…!! ¿¡Y Erika!?- preguntó el joven, extraño y confuso- ¿¡Cómo es que ella…!?
- ¡¡Se despertó unos minutos antes que tú!!- respondió Alana, también alarmada- ¡¡y nos contó lo que ha pasado en el sueño!!
- ¿¡Estás bien!?- intervino Rex, preocupado por su salud, al verlo en aquel terrible y lamentable estado.
El chico se fijó en el estado de su propio cuerpo, que seguía conservando las graves heridas del último y duro combate recién librado contra Derriper. No sólo mantenía la ropa rota y desgarrada, sino que también la piel llena de rasguños y cortes, con muchas heridas sangrientas de las que aún brotaba sangre roja.
Se fijó en su compañera y descubrió que Erika también estaba igual que él, tras la última batalla contra el ser oscuro. Ambos seguían teniendo las mismas heridas que en el sueño, y desde luego estaban muchísimo más gravemente heridos que el resto de sus guardianes:
- Sí…creo que sí…- mintió Eduardo, aún sabiendo que en realidad no lo estaba.

Fue entonces cuando Ray le preguntó, seriamente, que advirtió enseguida que su compañero estaba mintiendo:
- ¿Y qué hay de Derriper?- formuló, para cambiar de tema y no preocuparlos a todos- ¿Seguro que ya está muerto? ¿No volverá a molestarnos?
El chico se concentró por un momento en la resonancia de aura mágica, sintiendo la de él y la de todos sus amigos alrededor. Sin contar con la del monstruo Ludmort, no había ninguna otra aura mágica poderosa y maligna, como la del líder de la organización Muerte. Aquella prueba era suficiente para demostrar y comprobar, por fin, que la existencia del séptimo definitivamente había terminado:
- Sí…su aura mágica ha desaparecido…no la siento por ninguna parte- confirmó Eduardo, muy seguro de lo que decía- Derriper ha muerto…y creo que por fin para siempre.

Los demás suspiraron de alivio, sabiendo que su mayor enemigo ya había perecido en la última batalla. Con el último miembro muerto, la organización Muerte ya no existía, y los ideales del nuevo mundo con el que soñaban desaparecieron también con ellos, desde el instante en que su líder estaba condenado a morir.

Sin embargo, un nuevo y terrorífico rugido desgarrador los sorprendió a todos y los pilló por sorpresa, cuyo sonido hizo que les recorriera un siniestro escalofrío por la espalda.

De repente Eduardo se dio cuenta de que Erika y él ya habían salido del mundo onírico, al percibir en ese instante la brisa nocturna, el acero frío de Valor Alado sobre el que estaba semitumbado y la presencia de sus compañeros alrededor. Se encontraban de nuevo en el mismo lugar al que llegaron, antes de adentrarse en el agujero oscuro: en el mirador exterior de la aeronave, parada en el aire y con los motores en marcha, pilotada por los moguris.
La monstruosidad que tenían por encima de sus cabezas cubría todo el cielo a su alrededor hasta el horizonte, sin dejar ni un solo espacio en el que se pudiera ver tan solo un pequeño trocito de cielo estrellado. La colosal cabeza del monstruo Ludmort los observaba como si fueran apenas diminutos e insignificantes átomos, en medio de aquel vasto mundo que temblaba con la llegada del ser que amenazaba con destruirlo.

La sola visión de aquella aberración del mal, con sus ojos siniestros y diabólicos, devolvió a todos los tripulantes de Valor Alado a la terrible realidad, al momento crucial, a la tan y temida esperada hora de la verdad. La pesadilla aún no había terminado:
- ¡¡LUDMORT!!- exclamaron todos a la vez, atónitos, mirando al cielo.

El terror al sentir a ese monstruo tan cerca, siendo la cosa más grande y más gigante que habían visto en su vida, se apoderó de todos ellos al instante. Sin embargo, de no ser por Jack, que logró vencer el miedo con valor, los demás no habrían podido moverse del terror que los paralizaba:
- ¡¡Adelante, Erika, Eduardo…es vuestro turno!!- exclamó el mago, seriamente- ¡¡Debemos aprovechar ahora que Derriper ha muerto para acabar con él!!

Los dos jóvenes sabían que tenía razón. Una vez muerto el ser oscuro, Ludmort ya debería de haber perdido la mitad de su fuerza, al estar vitalmente unido al séptimo, y por consiguiente de igual forma a punto de morir. Sin embargo, todavía tenía mucho poder como para destruir el mundo, antes de desaparecer, y por ello debían eliminarlo rápidamente cuanto antes.

Ambos jóvenes asintieron firmes con la cabeza. El chico se levantó del suelo y se puso en pie, mientras el resto de sus compañeros retrocedían para dejarles espacio. De esta manera los dos elegidos, situados en el centro del mirador exterior y bajo la atenta mirada de sus guardianes, desenfundaron mágicamente sus armas sagradas en las manos, éstas de nuevo en su forma base.
Con la llave espada y la vara mágica en sus manos, empuñándolas, los dos conjuraron con ellas la llamada a los guardianes de la fuerza. Tal y como era de esperar, tratándose de la hora de la verdad, las cuatro esferas de invocación que llevaban Jack, Cristal, Rex y Erika empezaron a brillar en ese momento, cada una de un color diferente. Del resplandor de cada uno de esos colores surgió una misteriosa luz amorfa, que se elevó en el aire por encima de sus cabezas, y ahí fue donde comenzaron a moldearse, mutando.
Al cabo de los siguientes segundos, después de transformarse y de adquirir una nueva y reconocible forma, las cuatro luces acabaron convirtiéndose en distintas criaturas diferentes, cada una en un ser que todos conocían y habían visto en combate en ocasiones anteriores.
Por encima de ellos se encontraba un enorme pájaro amarillo envuelto en chispas eléctricas, una mujer de piel azul y pálida rodeada de aire gélido, un demonio con cuernos ardiendo en llamas y un gran dragón plateado cuyas alas del mismo color destellaban pequeñas estrellas brillantes.
Los cuatro G.F. miraban firme y seriamente a su desde siempre archienemigo Ludmort en el cielo, contra el que llevaban luchando durante miles de generaciones pasando de unos elegidos a otros, desde tiempos ancestrales:
- ¡¡Quetzal!!- dijo Erika en ese momento, llamando a las invocaciones por sus nombres- ¡¡Shiva!!
- ¡¡Ifrit!!- siguió Eduardo, igual que su compañera- ¡¡Bahamut!!
Fue entonces cuando ambos jóvenes gritaron, a la vez y al mismo tiempo:
- ¡¡A POR ÉL!!

Nada más dar la señal y de apuntar con sus armas sagradas hacia arriba, las cuatro criaturas obedecieron enseguida y echaron a volar hacia el cielo, directas a la cabeza del monstruo. Sin embargo, como era tan inmensa y tan gigantesca, se detuvieron a mitad de camino y, estando quietas y paradas en el aire, todas las invocaciones atacaron cada una con su mejor y más poderosa técnica: Quetzal con Tormenta Eléctrica, Shiva con Polvo de Diamantes, Ifrit con Llamas del Infierno, y Bahamut con Megafulgor.
Las cuatro técnicas definitivas de los G.F. fueron disparadas hacia arriba, directas a la cabeza de la aberración oscura. Tras muchos kilómetros de alargada longitud y de la amplia distancia que aún los separaba de Ludmort, finalmente los ataques alcanzaron la barrera protectora que rodeaba al monstruo.
Desde el instante en que éstos impactaron con el objetivo, se produjo un gran temblor en la superficie del escudo de Ludmort, que duró varios largos segundos de profunda tensión e intriga, en medio de un increíble espectáculo de luces multicolores sagradas, hasta que por fin la barrera se rompió en mil pedazos, de la misma forma que lo haría un cristal.

El escudo de protección que hacía a Ludmort invulnerable ya se había roto, gracias a la intervención de los G.F.

Pero sin embargo, ahí no acabó la cosa. Inmediatamente después de destruir la barrera, los cuatro guardianes de la fuerza se quedaron quietos en su sitio, cada uno posicionado en un estratégico semicírculo de cara al monstruo, y desde ahí hicieron brillar alrededor de ellos una misteriosa aura mágica visible, de diferente color según la invocación:
- ¿¡Qué…qué están haciendo ahora!?- exclamó Rex, atónito y perplejo, mientras veía lo que ocurría.
Todos contemplaron, asombrados y con la mirada alzada al cielo, cómo sus poderosos aliados de repente sintieron un brutal y violento estremecimiento en todo su cuerpo, que los sacudió empujándolos hacia atrás y para abajo. Desde el instante en que recibieron el brutal golpe surgió de cada uno la misteriosa aura mágica visible, con la que aguantaron y permanecieron en el aire, tratando de resistir:
 ¡¡Ya lo entiendo!!- dijo Jack, al descubrir lo que pasaba- ¡¡Están aguantando todo el peso de Ludmort, resistiendo para que no llegue al planeta!!
- ¿¡Qué!?- exclamaron los demás, sorprendidos.
- ¡¡Fijaos en ellos!!- insistió el mago rubio, señalando arriba- ¡¡Están sufriendo!!

Cristal y el resto de sus compañeros comprobaron, en efecto, que sus aliados lo estaban pasando muy mal. Las cuatro criaturas temblaban de dolor y sufrimiento en el aire, al tener que soportar todo el peso de su enemigo literalmente sobre sus hombros. Con los ojos cerrados y apretando los puños, patas, dientes y colmillos, Quetzal, Shiva, Ifrit y Bahamut descendían lentamente en el aire hacia abajo, tratando de resistir y de aguantar todo lo que podían con sus últimas fuerzas.
Los cuatro aliados todavía conservaban las graves heridas de la anterior ronda de combate, con numerosos rasguños y heridas sangrientas por todo su cuerpo. Las esferas de invocación también estaban seriamente dañadas, con muchas grietas alrededor de ellas y cuyas luces brillaban tenue y débilmente. Aquello significaba que, aun a pesar de todo el daño y de todas las heridas recibidas, los G.F. aún seguían esforzándose para seguir luchando, hasta el final.
Verlos a ellos, aguantando y soportando lo imposible, mientras Ludmort rugía de furia y de frustración al ver que detenían su avance, los dejaba completamente mudos y con los ojos y la boca abierta de terror.
Sin embargo, de todos ellos fue Jack el que otra vez logró vencer su miedo, y con firme decisión se movió y dijo:
- ¡¡Los G.F. tratan de ganar más tiempo para nosotros!!- afirmó el mago rubio, que luego se dirigió a los dos jóvenes diciéndoles, apremiante- ¡¡Deprisa, Eduardo, Erika…acabad con él ahora!!

Ambos elegidos reaccionaron entonces, gracias al valor de Jack, y volvieron a ponerse en guardia en el centro del mirador exterior de la aeronave. Sin embargo, el chico se sorprendió cuando la joven se giró de cara a él y le dijo, pillándolo por sorpresa:
- ¡¡Edu, el siguiente paso para acabar con Ludmort sólo lo sabes tú!!- le recordó ella, muy segura de su afirmación- ¡¡Ahora el resto depende de ti!!
Aquellas palabras hicieron que de repente el corazón de Eduardo comenzara a palpitar débilmente entre dos latidos, escuchándolos de una forma tan clara y nítida que por un momento olvidó todos los demás sonidos a su alrededor. El rostro del joven palideció de repente, mientras le temblaba el arma en las manos.

Recordó en ese instante lo que le había dicho Mirto y las voces de los oráculos en el Templo Sagrado, hace varias horas atrás, y fue precisamente eso lo que le aterraba. Sabía lo que tenía que hacer, y eso era lo que más miedo le daba: lo había vivido en sus más terribles pesadillas premonitorias:
- ¿¡Pero qué demonios te pasa, Eduardo!? ¡¡Deprisa, haz algo!!- gritó Jack, enfadado, al ver a su amigo paralizado de repente durante segundos- ¡¡Tú entraste con Mirto en la sala, escuchaste las voces de los oráculos y saliste de ella…sólo tú sabes lo que hay que hacer!! ¡¡Así que hazlo, rápido!!
El chico seguía paralizado de cara a Erika, mientras la elegida lo miraba frente a él, ahora ella también preocupada. Muy pronto se dio cuenta de que algo tremendamente grave le preocupaba a su compañero, porque de lo contrario no estaría con ese rostro de haber visto un fantasma:
- ¡¡Maldito crío, reacciona de una vez!!- gritó Alana, también enfadada, viendo que Eduardo seguía sin moverse- ¡¡No te hemos protegido todo este camino para que ahora la cagues en el último momento!! ¡¡De ti dependemos ahora, así que muévete!!

Sin embargo, Erika era la única que estaba lo suficientemente cerca como para ver la pálida y angustiosa cara que ponía su amigo, y supo que algo no marchaba bien:
- Edu… ¿qué te ocurre? ¿Qué es lo que pasa?- le preguntó ella, preocupada y empezando a asustarse- ¿No recuerdas…lo que tienes que hacer?
Él sí sabía muy bien lo que tenía que hacer, lo sabía desde hacía muchas horas. Tener que matar a su amiga de la infancia suponía un duro golpe interior, tanto para él como para su corazón. El problema era que le había hecho una promesa, y aún tratándose de recuerdos falsos, no quería romperla. Aquella promesa era demasiado especial para el joven:
- Yo…-balbuceó Eduardo, temblándole la voz de inseguridad, mientras la miraba- yo…
Al cabo de los siguientes segundos de silencio y de absoluta tensión e intriga, en los que el resto de guardianes y Erika lo miraban ansiosos esperando una respuesta, finalmente el chico respondió, para sorpresa de todos:
- No…no puedo…- declaró él, con la cara en blanco y pálida- no puedo hacerlo…

Aquellas palabras dejaron totalmente boquiabiertos y horrorizados a todos los presentes, que no daban crédito a lo que acababan de oír. Por un instante incluso les pareció una broma, pero enseguida comprobaron, a juzgar por el rostro afligido del joven, que no era así. Estando en aquella situación, no era momento para bromas:
- ¿¡Cómo que no puedes!?- exclamó Cristal, atónita- ¿¡Se te ha ido la olla o qué!?
- ¡¡Eduardo, si esto se trata de una broma, no tiene ninguna gracia!!- exclamó Jack, enfadado- ¡¡No juegues con el destino del planeta y haz ahora mismo lo que tengas que hacer, pero ya!!
El chico seguía paralizado, mirando a Erika con el miedo reflejado en la cara. Tardó varios segundos en responder, mientras en ese momento el monstruo Ludmort rugía de rabia en el cielo:
- Es que…- dijo Eduardo, temblándole la voz de inseguridad- es que yo…
Lo que dijo él a continuación sorprendió de nuevo a todos sus amigos, adquiriendo cada vez una mayor expresión de terror en sus rostros:
- Yo…tenía…tenía que matarte.

Tal afirmación dejó completamente pálidos y aterrados a todos, tanto a Erika como al resto de sus compañeros, que se llevaban una sorpresa tras otra. Sin embargo la chica, situada frente a él, no retrocedió en ningún momento al oír esas palabras. Permaneció quieta y parada delante de Eduardo, a la vez que lo miraba con los ojos y la boca abierta muda de terror:
- ¿Ma…matarme?- preguntó ella, todavía tratando de asimilar la idea- ¿Ése es…el siguiente paso para acabar con Ludmort?
Bastó la mirada triste del joven para que la elegida se diera cuenta de que decía la verdad, a través de sus ojos marrones. No hacían falta palabras para saber la respuesta:
- ¿¡Matar a la elegida, a su propia compañera!?- exclamó Rex, atónito, que desde su posición no podía ver con claridad el rostro del chico- ¿¡Cómo es posible!?
- ¿¡Así que, después de todo, lo que nos dijo Derriper aquella vez, siendo Alejandro, era verdad!?- intervino Alana, también perpleja- ¿¡Fue así como Mirto salvó al mundo hace quince años!? ¿¡Matando a la elegida de la vara mágica!?
Sin embargo, el más aterrado y horrorizado de todos era Jack, que observaba a los dos jóvenes con los ojos y la boca abierta. No podía creer que los rumores al final acabaran siendo ciertos, ya que eso le destrozaba toda la admiración que había tenido por su maestro siendo niño:
- ¡¡No…no me lo creo…no puedo creerlo!! ¡¡Tiene que haber un error!!- exclamó el mago, triste y sin querer aceptar la cruda realidad- ¡¡El maestro Mirto era bueno, y justo…no pudo haberla matado…porque era el elegido…el elegido de la llave espada…representaba todo un héroe para mí!!

La respuesta era evidente, pero no fue hasta que Eduardo habló en ese momento, pasados varios segundos después, el que confirmó y dejó clara la terrible revelación. Durante todo ese tiempo, el chico había permanecido con la cabeza agachada, mirando al suelo y ocultando sus ojos.
Había dejado de temblar, en lo que sus amigos exclamaban, exaltados, acerca de la situación. También le cambió la voz, antes insegura y temblorosa, a otra más firme y segura. Ya no parecía tener miedo y estaba más tranquilo y calmado que antes:
- Y lo era, Jack…de eso no te quepa la menor duda…- dijo, tras exclamar el mago las últimas palabras- era un héroe, igual que lo fue el resto de elegidos antes que él…tanto de la llave espada como de la vara mágica…- afirmó el joven, muy seguro de sí mismo- y ésa…es la única verdad.

Tardó un poco antes de seguir hablando, con calma y seguridad, mientras el resto de sus compañeros lo miraban en silencio y perplejos. En todo momento no dejaba de mirar al suelo, ocultando sus ojos, y con el arma sagrada en su mano derecha:
- Es cierto, chicos…aquella vez, las voces de los oráculos me dijeron que matara a Erika…de igual manera que a Mirto le dijeron que hiciera lo mismo con su compañera, hace quince años…- declaró el chico, despacio y tranquilamente- ambos estaban en la misma situación por entonces…y ahora, en este momento, somos nosotros los que la estamos viviendo…porque la historia se repite…
Tanto la chica frente a él, como Jack y los demás, seguían escuchando atentamente a su compañero. En ese momento Eduardo por fin levantó la cabeza, mirando de frente, y sus ojos se encontraron con los de su amiga. Ella se sorprendió de repente al descubrir que, en lo más profundo de sus ojos, brillaba una confianza y una seguridad en sí mismo insólitas.
Le había cambiado sorprendentemente la mirada de un momento a otro, y ahora parecía otra persona más seria y madura:
- Tenía que matarte, Erika…es el siguiente paso para acabar con Ludmort…- dijo Eduardo, mirándola fijamente a los ojos- pero ahora…ahora ya no puedo hacerlo…ya no tengo la facultad ni el poder para hacerlo…
Aquellas palabras desconcertaban cada vez más a la chica, que no entendía nada de lo que decía su compañero:
- Edu… ¿De…de qué estás hablando?- preguntó ella, confusa y perdida.

El joven tardó otra vez un poco en responder, manteniendo el silencio. Aquella pregunta requería explicar todo el secreto de los portadores de la llave espada, así como también de la oscura y terrible verdad acerca de los elegidos de las armas sagradas. Fue entonces cuando los recuerdos de Mirto en la sala de las voces de los oráculos asaltaron su memoria, en los que el anciano le había dejado bien claro que no le contara nada a nadie en relación al tema, y menos a Erika.
Eduardo cerró los ojos por un momento, tratando de evocar las palabras que le había dicho Mirto por aquel entonces, y también el de encontrar su propia respuesta a ellas. Tenía muy clara su propia opinión respecto a lo que le había contado el anterior elegido, y la mantenía firmemente sólida, sin renunciar a ella:
“Lo siento, Mirto…”- pensó el chico de rojo en su mente- “pero yo no pienso quedarme callado…no seré como tú ni como el resto de elegidos anteriores a nosotros…porque no me parece justo”.
En ese momento abrió de nuevo los ojos, mirando a Erika frente a él. Lo que iba a hacer no se lo perdonaría nunca ningún elegido de la llave espada, pero a él no le importaba. Estaba a punto de revelar un secreto que llevaban guardando sus antecesores, durante miles de años, al resto de elegidos de la vara mágica y de la humanidad en general.

Teniendo sus convicciones claras, el joven comenzó a hablar de nuevo, tras varios segundos de silencio y de pensamiento reflexivo, mirando seriamente a Erika. Tanto ella como el resto de sus amigos escucharon, atónitos y perplejos, todas y cada una de sus palabras:
- Ludmort lleva existiendo desde siempre, desde el principio de los tiempos…amenazando con destruir el planeta…- explicó Eduardo, seriamente- de la misma forma que también lo han hecho los elegidos de la llave espada, luchando contra él generación tras generación…antes de que aparecieran siglos después los elegidos de la vara mágica.
Jack y los demás seguían escuchando, totalmente sorprendidos, al compañero situado en el centro del mirador exterior de Valor Alado, junto a Erika:
- Durante miles de años, el mundo se ha mantenido protegido y en equilibrio, debido a los continuos cambios y regeneraciones…gracias al poder de los portadores de la llave espada…- explicó el joven, sin vacilar ni un solo momento- ése poder es lo que ha permitido mantener vivo al planeta…y que sólo poseen los elegidos de la llave espada…la primera de las dos armas sagradas.
Sus amigos lo oían con increíble asombro, cada vez adquiriendo una mayor expresión de horror y sorpresa en sus rostros. Desde luego, aquella versión inédita y nunca vista de los elegidos de las armas sagradas les ponía los pelos de punta:
- Sin embargo, dicho poder sólo tiene efecto con el sacrificio de un elegido de un arma sagrada…un sacrificio que culmine con el fin de Ludmort y de la profecía…antes de repetirse nuevamente el ciclo tiempo después, con la llegada de otra nueva generación de elegidos…- explicó el chico de rojo, muy seguro de sus palabras- el tiempo de paz venidera que reina luego depende de la edad del portador de la llave espada, cuyo poder de regeneración se mantiene aleatoriamente en función de los años de vida que tenga.
Los guardianes de la fuerza seguían descendiendo en el aire, tratando de frenar y retener el avance de Ludmort, mientras éste rugía de furia y frustración. Quetzal, Shiva, Ifrit y Bahamut continuaban sufriendo, bajo el peso que soportaban de su desde siempre ancestral enemigo:
- Al principio, como sólo existían los elegidos de la llave espada, éstos no tenían más remedio que suicidarse ellos mismos con su propia arma, y con lo cual afectaba negativamente tanto a sus años de vida como a su poder de regeneración…- explicó Eduardo, seriamente- para corregir esta desventaja, los dioses crearon una segunda arma sagrada, la vara mágica…sin los mismos dones que la primera, y cuyos portadores serían los que ocuparían el puesto de los sacrificios de los primeros…en el momento de la hora de la verdad.

La chica y los demás se quedaron completamente pálidos y horrorizados, al descubrir con escalofriante sorpresa lo que aquello significaba:
- ¡Pero, entonces…!- dijo Rex, aterrado- ¿¡Eso significa qué…!?
- Sí…- afirmó el chico, sin vacilar ni un solo momento- desde el principio, los portadores de la vara mágica…nacieron para ser sacrificados a manos de sus compañeros…los elegidos de la llave espada.

Una vez revelado el oscuro secreto que llevaban guardando los elegidos de una arma sagrada, Erika y el resto de sus amigos estaban ahora pálidos y con la cara blanca. Ni siquiera el mago Jack, que poseía conocimientos mayores acerca del mundo de Limaria, sabía de la verdadera historia sobre los elegidos de las armas sagradas. Descubrirla ahora supuso un rotundo golpe que cambió y trastocó todos los esquemas que tenía en cuanto a la figura de los dos héroes que salvarían el planeta:
- No…no puede ser…no es posible…- dijo Jack, traumatizado y aún tratando de asimilar la idea- no me lo creo…no puedo creerlo… ¿los elegidos de la llave espada…son asesinos?
Además de él, el resto de sus compañeros también se vieron afectados por la cruda y auténtica realidad, que escapaba a todo lo anteriormente oído, contado y creído acerca de los héroes. Ninguno esperaba para nada una verdad semejante como aquella.

Sin embargo Ray, que tenía un mayor dominio y control de sus emociones, logró regular su asombro con rapidez, antes que los demás. Retomó una importante pregunta relacionada con una anterior incógnita, antes de que el joven comenzara a hablar, y que aún permanecía sin responder:
- Si es cierto que tenías que matar a Erika, tal y como lo han hecho los elegidos anteriores a ti…- dijo el chico de negro, seriamente- ¿por qué dices que ahora no puedes?
Eduardo supo que había llegado el momento de contarles a todos toda la verdad. Sabía que, si quería salvar el mundo de la amenaza de Ludmort, debía revelar el otro secreto que estaba guardando desde hacía muy poco tiempo, y que sólo él y nadie más conocía.
El joven tardó un poco en responder, en los que pasaron varios segundos de silencio. Cuando lo hizo, sus palabras dejaron una marcada e inolvidable expresión de sorpresa y horror, en los rostros de todos sus amigos:
- Porque yo ya no tengo el don, el poder de cambiar y regenerar el mundo…sino Erika.



En ese momento un flashback tomó protagonismo en la mente de Eduardo. A su memoria llegaron los recuerdos de su estancia en el Templo Sagrado, ocurridos horas antes aquella misma noche.

El chico de rojo se encontraba con Mirto en la cámara oscura y sin salida salvo una única puerta, con poca iluminación y envuelta en un misterioso silencio sepulcral, casi sagrado. Ya había terminado de escuchar las voces de los oráculos, y también la historia de la amenaza del monstruo Ludmort quince años atrás, cuando el anciano y la anterior elegida de la vara mágica salvaron el mundo en su momento.
Tras descubrirse la verdad acerca de los elegidos de las armas sagradas, Mirto le dijo al chico, con gran pesar:
- Lo siento mucho, Eduardo…pero…debes hacerlo…para salvarnos a todos.
El joven bajó la cabeza en ese momento, ocultando sus ojos. Le preguntó al primer elegido, seriamente:
- ¿Estás seguro de que no hay otra forma?
Mirto le respondió, con profunda tristeza y pesar en su rostro:
- No la hay…lo siento.
Eduardo apretó los puños con fuerza en ese momento, y dijo seriamente y con indiferencia:
- Entiendo…

En ese momento el chico respondió, todavía serio y mirando al suelo:
- Si eso es lo que significa ser un elegido de la profecía…- dijo, que luego levantó de nuevo la mirada frente a él, diciendo- entonces me niego a serlo.

Aquella afirmación sorprendió de repente al anciano, que lo pilló por sorpresa y se quedó asombrado por sus palabras. No esperaba para nada que el joven reaccionara de esa manera:
- ¿¡Qué!?- exclamó Mirto, perplejo.
- Ya lo has oído…me niego…- declaró Eduardo, valientemente y seguro de sí mismo- me niego a ser otro peón más de los dioses…me niego a ser otro eslabón más de esta interminable cadena de maldición de las armas sagradas…me niego a servir la voluntad de los seis…me niego a ser otro falso héroe cobarde, que se resigna a obedecer órdenes y nada más…- a lo que luego añadió, para acabar- me niego…a ser todo lo que representa un elegido de las armas sagradas…un portador de la llave espada.
Tales palabras hicieron que Mirto cambiara la expresión de su rostro, de sorpresa y perplejidad, a enfado y frustración. Le costaba creer que el chico dijera todo aquello en serio:
- ¿¡Eduardo, te das cuenta de lo que estás diciendo!? ¡No puedes negar lo que eres! ¡No puedes abandonar el rumbo que te dicta la vida…lo que por suerte o azar estás destinado a ser!
- Te equivocas, Mirto…- respondió el joven, serio y firme- quizá no pueda cambiar lo que soy…pero sí el rumbo de mi propia vida, y de cómo quiero vivirla…y por eso decido no seguir adelante con esto…porque renuncio.

La forma en que pronunció esas palabras, tan altas y claras, bastaron para que el anciano comprobara, en efecto, que lo decía muy en serio. No estaba bromeando, y eso era lo que más le preocupaba:
- Esto no es ningún juego, Eduardo…y creo que eres lo bastante consciente como para saberlo- dijo Mirto, ahora también idéntico de actitud que él- al igual que imagino, como sabrás, que de tus actos depende el futuro del planeta…el futuro de Limaria.
- Lo que yo haga ahora no cambiará para nada el futuro…si acabo con Ludmort ahora, ese monstruo seguirá reapareciendo continuamente, una y otra vez…de la misma forma que también lo harán las nuevas generaciones de elegidos de las armas sagradas…con las mismas muertes y los mismos sacrificios repitiéndose, una y otra vez sin fin…como una maldición…- explicó Eduardo, muy seguro y convencido de sus palabras- si cumplo con mi cometido ahora, la cadena de muertes seguirá repitiéndose…el futuro seguirá siendo igual que el presente y el pasado…no cambiaría nada…y nosotros sólo habremos cumplido con nuestro trabajo y seríamos otros de los tantos héroes olvidados del pasado…
Mirto escuchó la siguiente declaración del joven, seriamente y sin apartar ni un instante la mirada firme de sus ojos:
- Yo no quiero que Ludmort renazca otra vez…no quiero que surjan más elegidos de las armas sagradas…no quiero que hayan más muertes ni sacrificios…ni tampoco que hayan más injusticias ni órdenes de dioses que cumplir…- dijo Eduardo, valientemente- quiero poner fin a esta cadena de muertes…quiero acabar con Ludmort, con la profecía y con los elegidos de una vez por todas…quiero terminar con esta maldición, y con todo esto…para siempre.

El anciano entendía muy bien lo que quería decir el chico, que ansiaba con poner fin a toda la pesadilla con la que tanto ellos como los demás elegidos anteriores habían sufrido. En otros tiempos él mismo también había soñado algo así, cuando recorrió su peregrinaje con Alejandro y su compañera elegida de la vara mágica, hace quince años.
Se trataba de un sueño muy utópico e ideal, demasiado hermoso. Sin embargo, la realidad distaba mucho de los sueños, ya que a pesar de querer alcanzarlo, nadie se atrevía a intentarlo. Y la principal razón a esto era el miedo: el miedo al cambio.
Los dioses dejaban siempre claro que, si se hacían las cosas a su manera, todo salía bien. Pero, por otro lado, nunca mencionaban las consecuencias que traería hacerlo de otra forma, y al no citarlo ni saberlo, la gente siempre hacía lo que aseguraba que iba a salir bien. Por eso ningún elegido se atrevía a cuestionar la orden de los dioses y siempre elegían la misma opción segura: por miedo al cambio, el miedo a lo desconocido.

Por ese mismo miedo Mirto, al igual que los anteriores portadores de la llave espada, también eligió la opción segura: matar a la elegida de la vara mágica. Por esa misma razón el planeta, Ludmort y las siguientes generaciones de elegidos seguían reapareciendo, igual que siempre. Por ese mismo motivo todo seguía igual, nada había cambiado:
- Es un sueño muy bonito, demasiado hermoso…de hecho, yo también lo soñaba hace quince años…y seguro que algún otro elegido del pasado también…- dijo el anciano, seriamente, que luego se tornó aún más al decir- pero sin embargo, la realidad es completamente distinta…vivimos en un mundo cruel y despiadado, gobernado por el caos y regido por interminables muertes y sacrificios sin fin…y no hay forma de cambiar…porque no existe ese sueño.
- ¡Existiría si creyeras en él!- alzó la voz un poco el joven, firme y decidido- ¡Todo es posible si crees en…!
- ¡YA ESTÁ BIEN, EDUARDO!- gritó Mirto, interrumpiéndolo y ahora sí muy enfadado y furioso- ¡BAJA DE LAS NUBES, DEJA YA DE SOÑAR Y VUELVE A LA REALIDAD…NO EXISTE TAL SUEÑO, NO HAY FORMA DE ACABAR CON LUDMORT PARA SIEMPRE, NI TAMPOCO DE PARAR ESTA MALDICIÓN! ¿¡ENTIENDES!? ¡ASÍ QUE DEJA YA DE DECIR TONTERÍAS Y LIMÍTATE A OBEDECER TU DESTINO…A CONVERTIRTE EN EL HÉROE QUE ESTÁS DESTINADO A SER!
El estado furioso de Mirto hizo que al chico también le hirviera la sangre, oyendo lo que decía. No se cortó ni un pelo cuando también gritó, sorprendiendo al anciano:
- ¡NO, ME NIEGO…TÚ NO ERES UN HÉROE...!- gritó Eduardo, seriamente, que luego dijo, muy seguro de sí mismo- ¡TÚ LO QUE ERES ES UN COBARDE!

Aquellas palabras afectaron interiormente a Mirto, que de repente dejó de gritar y se quedó callado. Todavía con el rostro serio y aparentemente firme, escuchó la siguiente declaración del chico, con un fuerte golpe emocional en cada una de sus palabras:
- ¡Me niego a ser un héroe cobarde y sumiso como tú…como el resto de elegidos anteriores a nosotros!- afirmó Eduardo, sin vacilar ni un momento- ¡No quiero ser otro falso héroe más del montón, que se resigna a obedecer órdenes y nada más! ¡Renuncio a ser como tú!
El anciano seguía mirándolo, seriamente y con sus ojos firmes clavados en él. Aunque no dijera nada, en el fondo sabía que el joven tenía razón, y así lo demostraba con sus palabras:
- Tú lo que eres es un cobarde, Mirto…por resignarte a obedecer las órdenes tal cual están impuestas…por callar y no decir nada…por ser sumiso y no cuestionar las cosas…- dijo el chico de rojo, serio y convencido- por no tener el valor necesario para luchar contra las injusticias…por encasillarte en una única forma de resolver las cosas, sin posibilidad de cambio…y por no tener el valor de creer en lo imposible.

Lo que dijo Eduardo a continuación dejó total y completamente pálido a Mirto, cuyo rostro por fin se quedó helado y en blanco, como si hubiera oído una terrible y escalofriante locura:
- Me niego a ser un héroe como tú…y a cumplir con lo que se espera de mí en esta guerra de dioses…- afirmó el elegido, seriamente- por eso, esta vez, no seré yo el que acabe con Ludmort…sino Erika.

Aquella afirmación hizo que Mirto se horrorizara, como si hubiera visto un fantasma, con los ojos y la boca abierta de miedo y terror. La sola idea lo aterraba, al ser la primera vez que oía semejante barbaridad:
- ¿¡Qué!?- exclamó el anciano, atónito- ¿¡Te has vuelto loco!? ¡¡Ella es la elegida de la vara mágica!! ¡¡No tiene los mismos dones que tú…no puede matar a Ludmort!!
- Pero también es una elegida, igual que yo, y por tanto tiene el mismo derecho a hacerlo- respondió Eduardo, en todo momento serio y decidido- ella se convertirá en la primera elegida de la vara mágica que acabe con Ludmort…porque ése es mi deseo.
- ¡¡No seas idiota, el futuro de Limaria depende de ti!!- exclamó Mirto, boquiabierto y perplejo- ¡¡Si contradices las órdenes de los dioses, si haces algo fuera de lo normal y de lo que se lleva haciendo durante milenios…!! ¿¡Quién sabe lo que pasará!? ¿¡Quién sabe lo que ocurrirá!?
- Bueno…solo hay una forma de averiguarlo- dijo el joven, que en ese momento esbozó una ligera sonrisa irónica- ¿no te parece?

Aquel gesto, con aquella relajada calma y tranquilidad por parte de Eduardo como si no pasara nada, hizo rabiar tanto a Mirto que gritó, enfadado:
- ¡¡NO TE BURLES DE MÍ!!
Por unos escasos segundos la situación se volvió de repente peligrosa, cuando en ese instante el anciano desenfundó mágicamente su llave espada en las manos, y con ella apuntó directa al chico frente a él. La tensión y la intriga reinaron entonces en la sala, mientras el filo del arma casi rozaba la cara de Eduardo. Parecía estar a punto de desencadenarse un combate entre los dos elegidos de la llave espada:
- No sabes lo que dices…no sabes lo que haces…- dijo Mirto, enfadado y apretando los puños y dientes con fuerza- no tienes ni idea de la responsabilidad que cargas sobre tus hombros…sobre el mundo entero de Limaria.
Sin embargo, y pese a la amenaza del anciano que lo apuntaba con su arma, Eduardo no se movía ni un centímetro. El joven se mantenía absoluta y completamente tranquilo y calmado, como si tuviera la situación bajo control. No se había movido ni había retrocedido en ningún momento:
- Adelante, Mirto…mátame…acaba conmigo, si es lo que quieres…- dijo el chico, mirándolo fijo y seriamente a los ojos- pero ten en cuenta que, si lo haces, entonces el mundo sí que estará perdido…y quizá para siempre.
El anterior elegido de la llave espada seguía sujetando su arma entre las manos, apuntando con ella al rostro firme y decidido de Eduardo, mientras éste continuaba hablando:
- Hice una promesa, y me juré a mí mismo que la cumpliría, pase lo que pase…- declaró el joven, sin vacilar en ninguna de sus palabras, que luego añadió- y lo siento, Mirto…pero ni tú ni nadie logrará que cambie de opinión jamás.

El anciano no podía creer lo que oía. La amistad que aquel chico sentía por Erika superaba con creces sus obligaciones como elegido de la llave espada, llegando incluso a relegarlas a un segundo plano. Bastaba con ver que, en lo más profundo  de sus ojos marrones, brillaba una confianza y una seguridad en sí mismo insólitas. Una mirada firme y decidida, cuya voluntad no se rendía ante nada ni nadie:
- Supongo que…no hay forma de hacerte cambiar… ¿verdad?- preguntó Mirto, ahora más triste y afligido, para nada enfadado.
Eduardo respondió valientemente y sin retroceder con las siguientes palabras:
- He tomado una decisión, y pienso cumplirla…pase lo que pase.

Tal afirmación hizo que el anciano por fin se diera cuenta de que hablaba en serio y, tras unos largos segundos de tensión y silencio, con un gran y largo suspiro acabó rindiéndose. Bajó su llave espada y la enfundó otra vez haciéndola desaparecer mágicamente de sus manos, mientras decía con gran pesar y agachando su cabeza, mirando al suelo:
- Te envidio, Eduardo…porque desbordas del valor que yo no tuve hace quince años…- afirmó Mirto, hablando sinceramente y con el corazón- eres diferente a todos los demás portadores de la llave espada…de eso no me cabe la menor duda…
Y fue en ese momento cuando, aún con la cabeza agachada y ocultando sus ojos, sonrió de alivio diciendo:
- Después de todo, quizá tú sí seas aquel del que me hablaron los dioses hace quince años…- declaró Mirto, con una sonrisa llena de fe y esperanza- el elegido que lo cambiará todo…para siempre.



De vuelta a la realidad, tras acabar el flashback en la mente del joven de rojo, su presencia volvía a estar de nuevo en el mirador exterior de Valor Alado. Allí, con el resto de sus amigos y de la chica, le dijo directamente y mirándola a los ojos:
- Erika…ahora sólo tú puedes acabar con Ludmort…porque eres la primera elegida de la vara mágica en toda la historia de Limaria…con los dones de un portador de la llave espada.

Aquella era la respuesta a la pregunta de por qué no podía matar al monstruo Ludmort, formulada por Ray antes del flashback, y cuyas palabras dejaron una marcada e inolvidable expresión de sorpresa y horror, en los rostros de todos sus compañeros:
- ¿¡Así que Erika ahora…es la primera elegida de la vara mágica en toda su historia…con los dones de un portador de la llave espada!?- exclamó Cristal, perpleja y con la boca abierta.
- ¿¡De modo que ella ahora…es la que tiene el poder de cambiar y regenerar el mundo!?- exclamó Rex, también asombrado.
Sin embargo, la más sorprendida de todos era sin duda la chica, que se quedó muda y boquiabierta de la sorpresa. No podía creer que lo que acababa de decir su amigo fuera verdad:
- Entonces…ése… ¿ése fue tu deseo?- preguntó Erika, recordando en ese instante el momento en que ella y él pasaron la última hora de descanso aquella misma noche, junto a la barandilla del mirador exterior de la aeronave, antes del combate final- ¿El que pediste con tu esfera de los deseos?

La respuesta era clara, a pesar de que Eduardo no respondiera. La joven y el resto de sus compañeros se quedaron pálidos y atónitos, al descubrir que el chico ya había empleado la esfera de los deseos que le había dado Mirto en el Templo Sagrado, horas antes.
Había pedido como deseo entregar sus propios dones, de los que habían gozado con ventaja todos los elegidos de la llave espada durante milenios, a la portadora de la vara mágica. Ahora, por primera vez en toda la historia de Limaria, Erika era la primera elegida de su arma sagrada con los dones de la llave espada: escuchar las voces de los oráculos, y poseer el poder de la creación, el poder de cambiar el mundo.
Ya se había cumplido uno de los dos deseos disponibles, al desaparecer la esfera de Eduardo. Ahora quedaba un deseo, el de Erika, cuya esfera aún conservaba guardada de su mano:
- Pero, entonces…- dijo la chica, tratando de asimilar la idea, todavía perpleja- si yo tengo ahora el poder de cambiar y regenerar el mundo…eso significa que…yo…
- Así es…- dijo Eduardo, seriamente.

El chico bajó la cabeza y ocultó sus ojos, mirando al suelo. Sin mediar más palabras, se giró a un lado y empezó a caminar, lentamente, hacia el extremo opuesto del mirador exterior, en dirección contraria a la puerta que comunicaba con el interior de Valor Alado:
- ¿E…Edu?- preguntó Erika, asustada y preocupada, mientras su amigo se alejaba caminando a pasos lentos de ella.
Cuando el joven finalmente llegó al extremo opuesto del mirador, se detuvo. Desde allí parado se dio la vuelta, de cara a sus compañeros, y volvió a levantar la mirada hacia ellos. Lo que dijo a continuación, tras el inquietante y misterioso silencio de su marcha, dejó total y completamente pálidos y horrorizados a todos los presentes, que perdieron de repente el color del rostro, al oírle decir:
- Erika…tienes que matarme.

Aquellas palabras dejaron sin habla tanto a la chica como a los demás guardianes presentes, que no daban crédito a lo que acababan de oír. Todos se quedaron aterrados al descubrir, de repente, que la situación que llevaba repitiéndose una y otra vez durante milenios, ahora había dado radicalmente la vuelta.
Ahora, por primera vez en toda la historia, la elegida de la vara mágica tenía que matar al elegido de la llave espada, al ser ella la que poseía el poder de regeneración para abastecer al planeta:
- Edu…tú…- dijo Erika, aterrada y paralizada.
Curiosamente los dos jóvenes se habían cambiado los roles. Ahora era la chica la que de repente se mostró asustada e insegura. Desde el instante en que Eduardo mencionó aquellas escalofriantes palabras, el corazón de Erika comenzó a palpitar débilmente entre dos latidos, escuchándolos de una forma tan clara y nítida que por un momento olvidó todos los demás sonidos a su alrededor. El rostro de la joven palideció también de repente, mientras le temblaba el arma en las manos:
- No…no puedo…- declaró ella, con la cara en blanco y pálida- no lo haré…no puedo hacerlo…

La misma respuesta que había dado el joven momentos antes sorprendió a Jack y los demás, cuya situación se repetía de nuevo. Ninguno de los dos elegidos podía matar al otro:
- Erika, debes hacerlo- dijo el chico, seriamente- ahora sólo tú puedes acabar con Ludmort…eres la única que puede cambiar y regenerar el planeta…la única que puede salvarnos a todos en este momento.
- Pe…pero yo…- balbuceaba la joven, temblándole la voz de inseguridad- no…no quiero matarte…no puedo matarte…
- ¡Sí que puedes, Erika!- alzó la voz un poco Eduardo, apremiándola, al oír un nuevo rugido del monstruo en el cielo. Sabía que se les estaba acabando el tiempo- ¡Sé que puedes…no dudes de ti misma, y menos ahora que…!

Todos se quedaron pálidos de repente, cuando en ese instante el joven no terminó la frase. Un nuevo ataque cardíaco golpeó repentinamente el corazón del chico por dentro, que sacudió todo su cuerpo y le hizo perder el equilibrio, cayendo de rodillas al suelo y con las manos apoyadas por delante, mirando abajo:
- ¡¡Edu!!- gritó la elegida, preocupada.
Todo su cuerpo temblaba, igual que durante el combate contra el ser oscuro. Eduardo sabía muy bien lo que le pasaba, ya que se lo había dicho su enemigo, y sabía que tarde o temprano le llegaría a él también la hora. Lo que no esperaba, sin embargo, era aguantar tanto tiempo vivo tras su muerte:
“Maldita sea…”- pensó el joven en su mente, apretando los puños y dientes- “Se me acaba el tiempo…”

Todavía en el suelo, mirando abajo y ocultando su rostro, el chico volvió a hablar diciendo, seriamente:
- Mírame, Erika…- dijo Eduardo, sin vacilar ni un instante- yo ya estoy muerto…siempre lo he estado.
Fue en ese momento, en el que el elegido empezó a levantarse temblando y con tremendo esfuerzo apoyando sus extremidades, cuando la chica sintió de verdad que su amigo estaba en las últimas. Verlo en aquel terrible y lamentable estado, a tan solo unos escasos minutos de vida, hizo que se le partiera el corazón y se le llenaran los ojos de lágrimas. No podía creer que todo eso estuviera pasando de verdad:
- Tan sólo tienes que… rematarme…con el último golpe…- dijo el chico, jadeando, temblando y respirando con dificultad, mientras se levantaba- un solo ataque más…y todo habrá acabado…
Cuando, finalmente, el joven terminó de ponerse en pie, aún le temblaba todo el cuerpo. Todavía jadeando del cansancio, y aguantando el dolor de su corazón a punto de morir, levantó de nuevo la mirada a su compañera y le dijo, seriamente:
- Un solo ataque más…y seremos por fin libres…para siempre.

Fue en ese instante cuando Erika descubrió entonces todo el plan de su amigo, todo lo que hasta ese momento llevaba preparado y había cumplido a la perfección. Lo descubrió al mirarlo a los ojos, y ver que en ellos brillaba una calma y una seguridad que no temían en absoluto a la muerte.
Reconoció en ese momento esa misma mirada cuando ella le dijo que confiaba en él, justo antes de recibir la última explosión del séptimo, y supo que en ese entonces también lo sabía. Aquello la hizo enfadarse tanto que, de repente, cobró un estado de ánimo totalmente diferente:
- Tú lo sabías…- dijo ella, al principio en voz baja, que luego lo repitió de nuevo pero un poco más alto- tú lo sabías…
En ese momento la elegida cambió repentinamente de rostro, pasando del anterior asustado y paralizado a otro más serio y enfadado. Miró a Eduardo a los ojos, apretó los puños y dientes con fuerza, y gritó alzando la voz de rabia:
- ¡¡TÚ LO SABÍAS, SABÍAS QUE ESTO PASARÍA…LO TENÍAS TODO PLANEADO!!- gritó la chica, llena de furia- ¡¡SABÍAS QUE IBAS A MORIR LUCHANDO CONTRA DERRIPER!! ¡¡SABÍAS QUE TU DESEO SE CUMPLIO AL VER BRILLAR MI ARMA CON LA LUZ BLANCA SAGRADA!! ¡¡SABÍAS QUE LLEGARÍA ESTE MOMENTO!! ¡¡SABÍAS QUE TENDRÍA QUE MATARTE!! ¡¡SABÍAS QUE ESTO SIGNIFICARÍA TU PROPIA MUERTE!!- gritó Erika, enfadada, mientras las lágrimas caían por sus mejillas- ¡¡TÚ LO SABÍAS TODO…Y AÚN ASÍ SEGUISTE ADELANTE!! ¡¡CONTINUASTE PARA MORIR!!

El joven la escuchaba, en todo momento serio y sin dejar de mirarla a los ojos, jadeando del cansancio y la fatiga. No reprochó ni interrumpió a su compañera, pues sabía de sobra que todo lo que decía era verdad. Había revelado a los demás perfectamente y hasta el más mínimo detalle cada uno de los elementos que formaban parte de su plan, y que había reconocido enseguida.
Sin duda conocía muy bien a su amiga de la infancia, y sabía que era de todo menos tonta. Era lo bastante lista como para intuir las intenciones de los demás, aún cuando no dijeran nada:
- ¿Por qué…?- preguntó Erika, ahora más calmada, pero todavía apretando los puños y dientes de rabia. Las lágrimas ya afloraban de sus ojos y caían por sus mejillas, sollozando- Edu… ¿por qué…?

El chico por fin respondió, tras un buen rato de silencio por su parte. Todavía con el rostro y la mirada seria, y viendo a su amiga llorar delante de él, habló despacio y con tranquilidad diciendo:
- Porque esto…es lo mejor para todos.
Aquellas palabras sorprendieron y dejaron asombrados al resto de los presentes, que adquirieron en ese entonces también una expresiva cara triste igual que la joven elegida, mientras Eduardo seguía hablando:
- Yo…no soy como los demás portadores de la llave espada…sus poderes de regeneración eran buenos…y abastecían al mundo de paz y seguridad…- explicó el chico de rojo- en cambio, el mío es todo lo contrario…el poder de Ludmort que yo tengo…está lleno de maldad y destrucción…no regenera, sino que destruye…- afirmó el joven- y si lo liberara, igual que hicieron los anteriores elegidos…destruiría el planeta.
Jack y los demás seguían escuchando, atentamente, todas y cada una de las palabras de su compañero, cuyo rostro y tono de voz poco a poco iban perdiendo la seriedad que tenía en un principio:
- Pero además de eso, también soy la reencarnación de Ludmort…una criatura engendra, una aberración de la naturaleza…soy un horrible monstruo que pone en peligro el equilibrio natural…y que nunca debería haber existido…- explicó el chico- Derriper tenía razón…fui creado para destruir el mundo…para sembrar el caos y la destrucción a mi paso…para romper el equilibrio…y sé que algún día, tarde o temprano, acabaré destruyendo el planeta…porque ése es mi destino.

Lo que dijo Eduardo a continuación heló la sangre de todos sus amigos, que palidecieron aún más al oírle decir:
- Por eso…antes de que llegue ese día…y por el bien de la salvación y protección de Limaria…- declaró el chico de rojo- he decidido morir…ocupando el lugar del sacrificio de Erika…y entregándole a ella los dones de mi arma sagrada.

Lo que acababa de decir el joven les abrió los ojos a todos. Ahora entendían por qué había tomado aquella decisión, ofreciendo sus dones y su propia vida a cambio de la de su compañera. Él mismo sabía que su propio poder traería consigo la destrucción del mundo, y que de liberarlo como lo hizo Mirto y los anteriores elegidos de la llave espada, desataría el mismo fin que si el auténtico Ludmort llegara al planeta.
De igual forma también era consciente de que su propio poder iría aumentando, conforme creciera y se hiciera mayor. Si siendo niño ya era peligroso, superando incluso a una invocación, cuando fuera adulto su poder no conocería límites. Estaría a la altura del verdadero Ludmort, y por entonces ya nada ni nadie podría detenerle.

Estando en su situación era la mejor opción para todos, tanto para ellos como para el mundo entero de Limaria. Debía morir, ya que su mera existencia ponía en peligro el planeta.

Sin embargo, y a pesar de la tristeza que reflejaban todos los presentes y los guardianes al conocer la verdad, tan sólo una persona tenía el valor de oponerse a su decisión. Esa persona era la que estaba más cerca del chico, situada aún parada en el centro del mirador exterior de la aeronave:
- No es justo…no es justo…- dijo Erika, todavía llorando y sollozando, mientras las lágrimas caían por sus mejillas- que seas un monstruo…no significa que no tengas derecho a una vida…a un futuro por delante…a ser feliz…
Eduardo la miraba fijamente a los ojos, jadeando y respirando entrecortadamente. En su rostro apenas se vislumbraba la seriedad de hace unos minutos, y ahora tan solo reflejaba una profunda tristeza en sus ojos:
- Erika…yo ya no tengo un futuro…nunca lo he tenido…- dijo el chico, tristemente- desde el principio, yo…

En ese momento la chica, todavía triste y afligida, no le dejó terminar de hablar. Interrumpió a su compañero alzando la voz y diciendo:
- ¡¡LO PROMETISTE!!- gritó Erika, llorando, mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas y caían al suelo- ¡¡PROMETISTE QUE ME PROTEGERÍAS Y ME CUIDARÍAS SIEMPRE!! ¿¡NO LO RECUERDAS!? ¡¡ME HICISTE UNA PROMESA!!
El chico también reflejaba una gran tristeza en su mirada, observándola. Ella tenía razón, aún quedaba la promesa. El vínculo que los había mantenido unidos desde pequeños, desde aquella noche estrellada en la colina de Eleanor, bajo el árbol de los deseos. A pesar de ser un recuerdo falso, para ambos es como si hubiera sido real:
- Lo siento, Erika…- dijo Eduardo, triste y deprimido, tras unos segundos de silencio- pero…no voy a poder cumplir la promesa…porque yo…yo ya no voy a estar…

Las siguientes palabras que declaró el elegido, cuyos ojos empezaron a llenarse de lágrimas, rompían cada vez más el corazón de la joven, que sentía derrumbarse todo su mundo junto a ellas:
- Ni siquiera los recuerdos que tengo junto a ti son reales…toda mi infancia, toda mi vida, no es real…- dijo Eduardo, hablando despacio, lenta y emocionalmente- ni siquiera fui yo quien te hizo la promesa…sino otra persona, cuyos recuerdos tengo injustamente implantados en mi memoria…
Erika seguía escuchando, cada vez llorando más y con los ojos llenos de lágrimas, la triste declaración de un joven enamorado de ella, a punto de morir:
- Tú tienes tu propia vida, y es real…tú sí tienes familia y amigos…tú sí existes de verdad…- afirmó el chico, deprimido- tienes toda una vida, todo un futuro por delante…
Lo que dijo Eduardo a continuación terminó de destrozar el corazón de la chica en mil pedazos, cuando oyó decir de él:
- Algún día encontrarás a alguien muy especial…alguien a quien podrás querer y amar de todo corazón de verdad…- declaró el joven, esbozando una ligera y dulce tierna sonrisa- ese alguien se convertirá en la persona más importante para ti…y entonces, me olvidarás…tal y como debería haber sido desde el principio…

Todavía llorando y sollozando, con la cara roja de tanto llorar y las muchas lágrimas ya derramadas, Erika intervino en ese momento, diciendo con profunda tristeza:
- ¡Pero yo no quiero olvidar…no quiero a otra persona…no quiero un futuro…una vida sin ti…!- exclamó la joven, llorando, que luego declaró con toda su alma y todo su ser- ¡porque yo te quiero!
Ahora le llegó el turno de hablar a ella, que siguió apretando los puños y llorando desconsoladamente, a la vez que miraba a su amigo a los ojos:
- ¡No me importa que seas un monstruo…no me importa que seas Ludmort, o que algún día destruyas el mundo!- dijo Erika, valientemente y muy segura de sus palabras- ¡No le tengo miedo a tu poder…y estoy dispuesta a luchar contra él…a afrontarlo juntos si hace falta…porque confío en ti…y porque somos un equipo…porque luchamos siempre juntos…porque, de alguna u otra forma, siempre logramos salir adelante!
Lo que dijo la chica a continuación sorprendió increíblemente al joven que tenía delante, cuyo rostro se quedó asombrado y con los ojos y la boca abierta de sorpresa:
- ¡Yo te quiero, Edu…con tus virtudes y tus defectos…así tal y como eres!

El elegido permaneció durante unos segundos en silencio, asombrado por la valentía y la sinceridad de su amiga. Ella le quería, aún sabiendo todo lo que era y lo que representaba:
- Erika…yo…- dijo Eduardo, finalmente y de nuevo con una tierna y dulce sonrisa- a pesar de tener recuerdos falsos…lo que siento por ti es real…- en cuyo instante, a continuación, por fin cayó una lágrima por su mejilla-…porque yo también te quiero.

En aquel momento los dos se miraron fijamente a los ojos, tristes y llorando a la vez. Maldecían a los dioses y al destino por haber sido ellos los elegidos de la profecía, los portadores de las armas sagradas. Se preguntaban por qué tuvieron que ser ellos y no otros, los que cargaran con el peso de la maldición y tuvieran que llegar a esa situación.
Ambos se sentían tristes y desdichados, al ser los dos los protagonistas de aquel trágico amor imposible, en el que no parecía haber ninguna forma de poder estar juntos. Uno de los dos tenía que morir, y el chico había decidido ocupar el lugar que le correspondía a ella en el sacrificio, rompiendo las reglas establecidas por amor.

En ese instante un nuevo y ensordecedor rugido de Ludmort rompió el silencio, que sorprendió y pilló a todos por sorpresa. Fue entonces cuando Eduardo sacudió la cabeza a ambos lados, se secó con la mano izquierda las lágrimas de sus ojos y volvió a mirar adelante. Su rostro volvió a adquirir un semblante serio cuando le dijo a su compañera, sin vacilar:
- ¡¡Rápido, Erika…mátame de una vez!!- gritó el joven, seriamente- ¡¡No nos queda tiempo!!
La chica de nuevo se mostró pálida e insegura, con la cara en blanco:
- ¡¡Pe…pero yo…!!- exclamó ella, horrorizada- ¡¡No…no puedo…no puedo hacerlo!!
- ¡¡Sí que puedes, Erika!!- apremió Eduardo, cada vez más enfadado, tras oír un nuevo grito del monstruo proveniente del cielo- ¡¡Si no lo haces, las muertes de Marina y Mirto, y la mía, habrán sido en vano!! ¿¡Es eso lo que quieres!? ¡¡Vamos, reacciona!!

Aquellas palabras hicieron recapacitar a la joven, al recordar entonces a la maga sagrada que los había acompañado y protegido al principio, y al anciano que se sacrificó para salvarlos luchando contra Magno, en el Templo Sagrado. Ambos habían dado sus vidas por ellos, por su causa, y si ahora fallaban en el último momento, desde luego sus muertes habrían sido en vano.

Esa fue la razón por la que Erika trató de ser valiente, aún a pesar del miedo que sentía. Reunió fuerzas para sujetar la vara mágica en sus manos, y con ellas la levantó despacio y lentamente hacia el frente:
- Edu…yo…- dijo la chica, mientras levantaba su arma- seré valiente…lucharé por ti…por todos…por el mundo de Limaria…
Cuando, por fin, la elegida terminó de alzar su arma sagrada, los G.F. ya gritaban de dolor y sufrimiento. Estaban en las últimas y no iban a poder aguantar más tiempo a su colosal y gigantesco enemigo:
- ¡¡Los G.F. se debilitan!!- exclamó Jack, horrorizado, mirando arriba- ¡¡No aguantarán ni treinta segundos más!!
- ¡¡Esto es el fin!!- exclamó Alana, pálida y aterrada.

El momento final y decisivo se acercaba. Con los guardianes de la fuerza a punto de caer y el monstruo Ludmort a escasos segundos de tocar la superficie terrestre, el planeta entero temblaba. La elegida apuntaba directa hacia su amigo, con la media luna de su vara mágica brillando con la luz blanca sagrada, mientras él la miraba jadeando y respirando con dificultad.
Faltaban tan solo diez segundos para el fin del mundo:
- Edu…- dijo Erika, valientemente, al mismo tiempo que las lágrimas seguían cayendo por sus mejillas- esto…es por ti…
La chica cerró en ese momento lentamente los ojos, todavía sujetando el arma en sus manos y apuntando hacia él. En los últimos tres segundos Eduardo también cerró sus ojos, pero de golpe, y gritó, con toda su alma y todo su ser:
- ¡¡¡ERIKA…HAZLO YA!!!

Y fue en ese instante, justo en el último segundo, cuando se produjo el sacrificio.

La media luna de la vara mágica brilló con un rápido y fugaz parpadeo de luz sagrada, en un instante, cuyo poder atravesó a la misma velocidad el corazón del elegido, y lo detuvo para siempre.

Inmediatamente después de que dejara de latir el corazón de Eduardo, el colosal monstruo Ludmort también sufrió las consecuencias. Justo cuando estaba a punto de alcanzar y destruir el planeta, de repente sintió su corazón por dentro también detenerse, en un instante, y entonces gritó. Pero no se trataba de ningún grito de rabia o de furia, sino de dolor y de agonía. Así, justo antes de tocar con su cara o cualquier parte su cuerpo la superficie terrestre, la horrible criatura demoníaca chilló de dolor y sufrimiento, a la vez que caía en picado y sin vida en el aire, cerrando los ojos.
La explosión que se produjo a continuación fue histórica, igual que las anteriores veces que se terminaba de completar un ciclo. El cuerpo entero de Ludmort explotó con tanta potencia que su explosión hizo temblar violentamente el conjunto del planeta durante unos largos segundos, al mismo tiempo que su onda expansiva desgarraba los cielos a miles de millones de kilómetros de distancia a su alrededor.
El peligro que llevaba casi un año amenazando con destruir el mundo desapareció en una sola y apocalíptica explosión sin precedentes, muy por encima de la suma de todas las bombas nucleares que se pudieran imaginar, y envuelto en millones de infinitas luces sagradas.

Por supuesto, Valor Alado y todos sus tripulantes lograron sobrevivir a la explosión gracias a la ayuda de las invocaciones, que crearon un enorme escudo protector alrededor de la aeronave. Al perder Ludmort todo su poder de la materia suprema cuando los G.F. rompieron su escudo, el poder de Quetzal, Shiva, Ifrit y Bahamut pudo aguantar y resistir ante la amenaza.

Después de unos largos segundos de espera y de tensión e intriga, finalmente luego llegó la calma, y el silencio con ella.



Erika y todos los guardianes del mirador exterior abrieron poco a poco los ojos, con precaución. Se sorprendieron con la increíble calma que reinó de repente, después de los muchos minutos de intensa batalla y de profunda tensión ante la hora de la verdad.
Sus rostros, hace unos instantes pálidos y horrorizados, cambiaron radicalmente de expresión al levantar la mirada arriba. Ver de nuevo el cielo nocturno de la noche, con su luna y sus millones de estrellas brillando en el firmamento, hizo que una amplia sonrisa de oreja a oreja se dibujara en las caras de todos, a punto de llorar de felicidad. No quedaba rastro de Ludmort por ninguna parte. Limaria y todo el planeta habían vuelto a la normalidad:
- ¡Es…estamos vivos!- exclamó Cristal, eufórica- ¡No me lo puedo creer…estamos vivos!
- ¡Ludmort ha desaparecido!- exclamó Rex, también radiante de alegría- ¡Ludmort está muerto…ha funcionado!
- ¡Los elegidos han acabado con Ludmort!- exclamó Alana, igual de eufórica que sus compañeros- ¡Hemos sobrevivido al fin del mundo!

Sin embargo, de todos ellos había una sola persona que no sonreía ni reía de felicidad. Esa única persona no exclamaba ni celebraba nada, y permanecía con el rostro y los ojos húmedos mirando hacia delante. La joven elegida ya había bajado el arma sagrada, y la tenía sujeta en su mano derecha. La luz blanca que brillaba en su media luna había dejado de resplandecer, y también vuelto a la normalidad:
- ¿E…Erika?- preguntó Jack, mirándola preocupado.

Su tono de voz pronto contagió al resto de los guardianes, que en ese instante perdieron de repente la alegría que celebraban. Sus caras también se volvieron tristes al mirarla, y descubrir atónitos lo que ella observaba.
Frente a ellos, en el otro extremo del mirador exterior, aún había alguien en pie. Se sorprendieron al comprobar que se trataba del chico de rojo, que todavía seguía en el mismo sitio exacto donde la elegida lo había sacrificado.
Resultaba inquietante ver que, al contrario que antes, ahora ya no le temblaba el cuerpo, ni tampoco jadeaba ni respiraba entrecortadamente. Permanecía muy quieto y tranquilo, parado en pie y con la cabeza agachada mirando abajo, al suelo. Ocultaba su rostro a la vista de los demás:
- Oh no…- dijo Jack, muy triste y deprimido- Eduardo…

La chica no dejaba de mirarlo, triste y con el corazón roto. Sus ojos llenos de lágrimas estaban a punto de llorar cuando dijo, a media voz:
- ¿E…Edu?
El chico tardó un poco en responder. Cuando lo hizo, su voz denotaba debilidad, pero al mismo tiempo cálida seguridad:
- Felicidades, Erika…- respondió él, que en ese momento levantó la cabeza y la miró fijamente a los ojos, con una tierna y dulce sonrisa- lo has hecho muy bien…

Sin embargo, el débil estado de su cuerpo no le permitía mantenerse en pie por más tiempo, y fue tras la última palabra cuando de repente sintió que le pesaban los párpados y entrecerró los ojos, a la vez que se disponía a perder el equilibrio. Fue en ese entonces cuando la llave espada cayó de su mano sin vida al suelo, donde desapareció mágicamente sin dejar ningún rastro.

La chica no lo dudó ni un instante cuando soltó la vara mágica y echó a correr hacia el joven, mientras su arma sagrada caía al suelo y desaparecía mágicamente, sin dejar ningún rastro. Llegó justo a tiempo para abrazar y sujetar a su amigo, rodeándolo con los brazos, y evitando que cayera al suelo.
Dejó que la cabeza de Eduardo se apoyara en su hombro, como punto de apoyo, mientras ella lo abrazaba y lo mantenía en pie, a su lado. Lloraba y sollozaba desconsoladamente, al sentir su propio cuerpo pegado a él y descubrir que el corazón del joven ya no latía ni palpitaba. Se había parado, y ahora era como un muñeco sin vida, un muñeco sin corazón:
- Edu…lo siento…- se disculpó ella, hundiendo la cabeza en el hombro del chico al que abrazaba, sin dejar de llorar.
- No, al contrario…así está bien…esto es lo que quería…- respondió el elegido, débilmente y con los ojos entreabiertos. Hablaba despacio y lentamente, como si no tuviera prisa en decirle las cosas, antes de morir- no sé si con esto pondremos fin…a la maldición de las armas sagradas…pero…al menos me quedo más tranquilo…sabiendo que lo hemos intentado…- a lo que luego añadió, diciendo- seguro que Marina, Mirto y todos nuestros guardianes…estarán muy orgullosos de nosotros…lo hemos conseguido…
Erika seguía llorando y sollozando, pegada a él. Lo abrazaba con tanta fuerza que parecía no querer soltarlo nunca:
- Erika, no estés triste…por favor, no llores…- le dijo dulcemente, y con una misma tierna sonrisa- si lloras, yo también lloraré…no quiero verte triste.
Sabía que aquello no serviría de nada. Ni todas las palabras que le dijera en ese momento bastarían para detener su llanto y sus lágrimas, las lágrimas de un corazón roto:
- No es justo… ¿por qué…por qué nosotros? ¿Por qué tú y yo? ¿Por qué no otros?- preguntó la chica, triste y afligida- yo no quería esto…yo no quería ser una elegida de las armas sagradas…no quería tener que llegar a esto…tener que acabar así, de esta manera…
Eduardo deseaba tener fuerzas para abrazarla, pero no le quedaban. No podía ni levantar los brazos para rodearla y corresponderla de la misma forma. Al detenerse su corazón ahora era como un muñeco sin vida y sin fuerzas. Se mantenía en pie gracias a ella, que lo abrazaba y sujetaba. Le entristecía no tener fuerzas para abrazarla:
- Erika…

Fue en ese momento cuando una diminuta estrella brillante amarilla surgió de pronto del cuerpo sin vida del elegido. Esta pequeña estrella brillante sorprendió a la chica de repente, al verla elevarse hacia arriba y desaparecer tras varios parpadeos en el aire.
Muy pronto empezaron a surgir con ella más diminutas estrellas brillantes amarillas, que salían del cuerpo de Eduardo, y se elevaban lentamente hacia arriba, parpadeando hasta desaparecer por completo en el aire. Aquel fenómeno dejó sorprendida y asombrada a la joven, con los ojos y la boca abierta de sorpresa:
- Edu…estás…estás desapareciendo…
Erika palideció en ese instante, al recordar la muerte de Derriper. El ser oscuro también tuvo la misma muerte cuando acabaron con él, envuelto en miles de diminutas estrellas brillantes. La única diferencia entre ambos era que las del séptimo eran negras y oscuras, mientras que las de Eduardo eran amarillas y claras. Al ser los dos parte de un mismo ser, de una única vida y existencia, debían de tener la misma y misteriosa muerte mágica:
- Ha llegado la hora…- afirmó el chico de rojo, muy seguro de sí mismo- debo irme con Derriper…dondequiera que esté ahora.

En ese momento Eduardo levantó la cabeza como pudo y alzó la mirada, observando fijamente a todos sus guardianes al otro lado del mirador exterior de Valor Alado. Fue a ellos, que contemplaban la escena con tristeza y pesar, a quienes les dirigió las siguientes palabras:
- Guardianes…compañeros…amigos…hasta aquí ha llegado nuestro viaje…donde termina nuestra aventura…- declaró el elegido, lento, despacio y emocionalmente- quiero agradeceros por todo lo que habéis hecho por nosotros…por habernos guiado…por haber luchado…y por habernos protegido todo el tiempo…nada de esto hubiera sido posible sin vosotros…sin vuestra ayuda, y sin vuestro apoyo…- dijo abiertamente el joven, con una media y dulce sonrisa agradecida- por eso y mucho más…no tenemos forma de compensar todo lo que habéis hecho…y no creo que la tengamos nunca…por eso y mucho más…os doy las gracias por todo…de todo corazón…
Algunos lloraban, otros contenían las lágrimas, pero todos mostraban una expresión de tristeza en sus rostros. Los guardianes también sentían la pérdida del elegido al que habían protegido todo aquel tiempo:
- Os digo adiós, a todos.

Y justo en ese momento, cuando terminó de pronunciar la última palabra, el cuerpo del chico empezó a elevarse lentamente en el aire, para sorpresa de la joven. Despegó las plantas de los pies del suelo y dejó que su cuerpo sin vida ascendiera hacia arriba, por sí solo, y mientras las diminutas estrellas brillantes amarillas seguían subiendo y resplandeciendo a su alrededor:
- Edu, no…por favor…- dijo Erika, todavía con los pies en el suelo y mirando arriba, al joven que poco a poco se apartaba de ella- no quiero separarme de ti.
Ya no estaban abrazados. Se había separado debido a la ascensión del elegido, que tampoco tenía fuerzas para quedarse allí con ella:
- Erika…me alegro mucho de haberte conocido…eres una persona increíble…- dijo, sonriendo mirándola a los ojos y elevándose lentamente frente a ella, rodeado de miles de diminutas estrellas brillantes- y también te doy las gracias…por todo lo que has hecho por mí…
Lo que le dijo Eduardo a continuación la hizo llorar todavía más, escapando una lágrima tras otra de los ojos de la chica. Las dos manos de ella agarraban un brazo de él, cuyo cuerpo ya se encontraba por encima de su cintura:
- Cuando llegues a casa, me olvidarás…no recordarás nada de mí…
- Edu, yo no quiero olvidar…- declaró Erika, triste y llorando, mirándolo a los ojos y con la mirada alzada- no quiero olvidarte…
El cuerpo de Eduardo ya estaba por encima de la cabeza de su amiga, y tan solo una única mano de ella agarraba ahora la suya muerta, al deslizarse de su brazo a la mano. Ahora tan solo la mano de la chica agarrando la de él era lo que los unía, impidiendo ella que se elevara más arriba. La triste separación estaba inminentemente cerca:
- Edu…
El chico le dedicó entonces sus últimas palabras, también llorando y con una media tierna sonrisa. Le dijo dulcemente y con el corazón:
- Hasta siempre, Erika.

Y fue justo en ese instante, tras pronunciar su nombre, que las manos de los dos jóvenes finalmente se separaron.

La chica y todos los guardianes permanecieron mirando arriba, con la mirada alzada, mientras veían el cuerpo de su amigo seguir ascendiendo lentamente en el aire. Las miles de diminutas estrellas brillantes por fin empezaron a devorar a Eduardo, desde las extremidades hasta poco a poco su tronco y luego su cabeza, igual que Derriper, no dejando tras ellas ningún tipo de rastro.
Así estuvo el chico durante todo el proceso, llorando y sonriendo dulcemente, mientras miraba abajo a sus compañeros cada vez más lejanos y desaparecía entre destellos y resplandores amarillos parpadeantes.

Al cabo de unos largos segundos, en los que no dejó de sonreír en ningún momento, Eduardo desapareció mágica y finalmente en el cielo, envuelto en miles de estrellas amarillas brillantes. Junto a él, los G.F. también desaparecieron de la misma forma y volvieron, cada uno, a su correspondiente esfera de invocación.

Cuando por fin la última de las estrellas dejó de parpadear y se apagó en el cielo, Erika no pudo aguantarlo más. Cayó de rodillas y apoyó sus manos abiertas en el suelo, mirando abajo, donde rompió a llorar desconsoladamente. Tan solo su llanto de profunda tristeza se oía en el mirador exterior de Valor Alado, ante las miradas tristes de los guardianes que habían contemplado con gran pesar toda la escena.

Y, mientras la chica lloraba en el suelo, los primeros rayos del sol salieron en ese entonces en el horizonte, indicando el amanecer de un nuevo día: el amanecer de un nuevo mundo.

La profecía, finalmente, se había cumplido.