domingo, 30 de noviembre de 2014

Crónicas de un amor platónico (parte 12)


Siempre he creído que hay altibajos en toda etapa, y que cuando la vida te sonríe en ciertos momentos de repente ocurre algo que te deprime, de la misma forma que cuando uno está triste también puede suceder que la vida le sonría de pronto, así sin más. Y la verdad es que no me equivocaba.

Mi vida cambia desde el mismo instante en que entro por la puerta a mi nueva clase, la de segundo año en el instituto. Lo sé porque reconozco una cara familiar, un rostro que llevo todo un año buscando, y que estoy seguro podría reconocer enseguida en cualquier parte, aún incluso solo por la propia voz.

Ahí está ella. La chica con la que llevo soñando todos estos años, y que el pasado echaba tanto de menos, al no tenerla a la vista. Al principio parece no verme, ocupada saludando y hablando con todos sus amigos alrededor, pero cuando ya estamos todos sentados y se gira aún sentada en su silla, me descubre en mi sitio y me saluda con su típica sonrisa alegre y desenfada. Incluso escucho de nuevo su "¡Hola Edu!", con la misma alegría de siempre, y como si nada hubiera cambiado.

Sin embargo, no solo mi mayor sueño se cumple al estar otra vez en la misma clase que Érika, sino que también cambia mi vida social. Es ahora, en este segundo año, cuando vuelvo a coincidir con algunos de mis antiguos compañeros de colegio, con los que jugaba en los recreos de pequeño, y de quienes me separaron al pasar al instituto. Además de eso, también hay en la clase algunos de los chicos y chicas con los que competíamos en el colegio, los de "la otra clase", los que considerábamos "nuestros rivales".

Ahora, estando en la misma clase, nos damos cuenta de que ya no hay rivalidad, ya no hay necesidad de seguir compitiendo, de superar a los otros, de demostrar quienes son mejores o peores. Ahora, estando mezclados y en el mismo bando, en la misma clase, nos damos cuenta de que tenemos que trabajar juntos y estudiar juntos. Tenemos que dejar a un lado nuestras diferencias, y aceptar que el pasado quedó atrás.

Y de esa forma, poco a poco y con el paso del tiempo, acabamos madurando y dándonos cuenta de que, en realidad, tenemos muchas más cosas en común de las que imaginábamos. Siendo rivales en el pasado, ahora empiezan a nacer nuevas relaciones entre nosotros, amistades que nunca imaginamos, y que inevitablemente se convierten en unas de las más importantes de nuestras vidas.

Yo también conozco dos grandes e importantes amistades este nuevo año, dos amistades que cambian por completo mi vida y me sonríen, cuando creía que ya nada volvería a cambiar. Esas amistades llegan por parte de dos chicas, Laura y Mandy, ambas pertenecientes originalmente a la clase rival del colegio.

Ya las conocía de antes, de verlas en el colegio de pequeño. Sin embargo, a diferencia de los chicos y chicas de mi clase que pasábamos corriendo los recreos, ellas dedicaban el tiempo a estar de pie o sentadas en una esquina, en un amplio grupo de niñas. Ni siquiera en las ocasiones en que los de la clase rival se unían a nuestro gran pilla pilla ellas se apuntaban. Preferían quedarse hablando en su esquina, supongo que de cosas de chicas o temas que solo ellas compartían.

Nunca antes les había prestado tanta atención como ahora, sencillamente porque yo iba a mi rollo con los míos, y ellas al suyo con su grupo. Nunca antes nos habíamos hablado ni comunicado tanto. Sin embargo, poco tiempo después de empezar a hablar, nos vamos conociendo mejor, y también dándonos cuenta de que tenemos varias cosas en común, como los gustos o algunas de las aficiones que aún conservamos del colegio: las que, a ojos de los demás, resultan infantiles.

Gracias a ellas dos, y a un par de antiguas compañeras más del colegio, consigo entrar en un nuevo grupo de amigas, al que se suman varias personas más: todas ellas chicas. Entre ellas me siento muy cómodo ya que me gusta su compañía, bromeamos, nos reímos de nuestros propios chistes, y entendemos cosas que nadie más conoce. En resumidas cuentas me siento muy feliz, al volver a tener otra vez amigos y no sentirme solo en clase. Y tampoco me importa en absoluto ser el único chico del grupo, a pesar de las extrañas miradas que algunos me echan en el camino. 

Lo que realmente me importa es que ya no estoy solo. De hecho, la experiencia de mis años desde el colegio con mis amistades, hace que a partir de ahora me guste más estar entre chicas. Y no porque quiera intentar ligar con ellas ni nada por el estilo, sino porque simplemente me siento más cómodo y más seguro.

Y por si eso fuera poco, durante las primeras semanas de clase ocurre otra nueva sorpresa, una que me deja perplejo y desconcertado.

Estando en el aula, sentados y cada uno en su sitio, Érika de repente se gira en su silla y me pide prestado un material, al cual accedo y se lo dejo en su mano. La sorpresa no radica en el hecho de que me pidiera algo prestado, cosa que hace desde siempre en el colegio y no resulta para nada sorprendente, sino en las palabras que me dice otro chico que está sentado al lado mío. Tras ver la escena y los ojos de ella, me mira con una sonrisa pícara dibujada en la cara y me dice "Érika te ha echado el ojo".

Aquello me deja completamente sorprendido, puesto que conozco a ese chico de este año y probablemente proviene de otro colegio, ajeno a nosotros. No nos conoce de nada a Érika y a mí, y afirma en un solo momento de interacción entre ambos que ella se ha fijado en mí, como si hubiera detectado enseguida algo que a mí me es imposible. La conversación termina ahí, ya que prefiero no hacer ningún comentario al respecto, pero por dentro me quedo totalmente en blanco.

¿De verdad se habrá fijado Érika en mí? Lo cierto es que, después de cómo me suele tratar con normalidad, aparentemente no lo parece. ¿Sabrá quizá disimular igual de bien que yo? ¿Lo habrá estado escondiendo todo este tiempo? ¿O simplemente ha cambiado de repente y ahora me ve de otra manera?

En cualquier caso estoy contento porque, al parecer, la vida está empezando a sonreírme de nuevo.

jueves, 27 de noviembre de 2014

Crónicas de un amor platónico (parte 11)


A menudo pensaba que la vida está hecha a base de los conocimientos y las experiencias obtenidas, con el paso de los años, y que esos conocimientos y esas experiencias son las  que definen la misma vida. Pero hasta hace realmente poco me doy cuenta de que en realidad no es así. Y lo sé, no solo porque lo haya leído en los libros o visto en las películas, sino también porque lo siento y lo vivo en primera persona. Acabo de descubrir un gran secreto.

La vida no se compone de conocimientos...sino de recuerdos.

Porque ahora me doy cuenta, cada vez que giro la cabeza y miro atrás, que tanto la inmensa mayor parte de mi reciente infancia como de mi nueva preadolescencia, están hechas a base de recuerdos. Pero no de recuerdos cualquiera, sino de recuerdos especiales. Y esos recuerdos son todos de pequeños momentos, de breves instantes, de fugaces segundos que nunca olvidé e irremediablemente tampoco podré olvidar. Y lo más bonito de todo es que, en todos ellos, en esos momentos, en esos instantes, en esos segundos, por distintas razones y diversos motivos, era feliz.

Y así es exactamente cómo me sentía en cada uno de los recuerdos que conservo de Érika. En todos ellos, desde el instante del beso en que me enamoré de ella, hasta ahora, era muy feliz. Y puedo asegurar también que, la mayor parte de los recuerdos felices de mi vida, los tengo junto a ella.

Recuerdos tales como: hablar en clase o saludarnos, mirarnos por unos escasos segundos, salir juntos a la pizarra, correr juntos en educación física, jugar juntos en el recreo, sentarnos juntos en cualquier sitio, compartir comida en contadas ocasiones, ir cerca de ella en las excursiones, oír su voz llamándome, la mía tímida e insegura llamándola a ella, mirarla cuando no me ve, el momento en que le devolví su estuche de las manos de Daniel, o incluso el instante en que ella fue la única chica que acudió en mi ayuda y mencionó mi nombre como el de la persona que le gustaba...todos esos, y quizá muchos más de los que no me acuerdo, son parte de los recuerdos inolvidables que marcaron mi vida, y que estoy seguro no podré olvidar jamás.

Aún sigo pensando en Érika cada día, en algún momento y casi siempre de forma inconsciente, sacándome una dulce  y tierna sonrisa al instante. Me sorprendo de mí mismo cada vez que la recuerdo, llevándome a menudo una grata y agradable sorpresa.

Una de las mayores sorpresas la encuentro un día de fin de semana, mientras ayudo a mis padres y mis hermanos a ordenar el trastero del garaje. Cuando abro una reciente caja con libretas y material escolar del colegio, siento nostalgia al descubrir mis viejos cuadernos y libros de Primaria. Mientras ojeo las páginas de una libreta de hace por lo menos tres años, encuentro un nombre escrito que hace que me ruborice y la cierre enseguida.

Después de asegurarme de que nadie ha visto mi reacción, vuelvo a abrir despacio la misma libreta y por la misma página, aparentando tranquilidad y seguridad. Lo que encuentro no es otra cosa que la letra de un poema: una canción para dormir a una niña llamada "Elisa". Sin embargo, y a pesar de que la letra en sí no dice nada interesante, lo que más me llama la atención es que, en el lugar del nombre de Elisa, hay otro nombre escrito. Un nombre que, con solo oírlo o pronunciarlo, me hace temblar y a la vez sonreír.

La letra del poema dice así:

"Pajarillo que cantas
en la ventana,
ten cuidado que Érika
ya está acostada.
Pajarillo que cantas
en el almendro,
ten cuidado que Érika
se está durmiendo.
Pajarillo que cantas
en los olivos,
ten cuidado que Érika
ya se ha dormido.
Ten cuidado que Érika
va por las barcas
Si la despiertas puede
caerse al agua.
Ten cuidado que Érika
va por los pinos.
Si la despiertas puede
llorar de frío.
Ten cuidado que Érika
va por la nieve.
Ten cuidado, no cantes,
no la despiertes.
Pajarillo que vuelas
sobre la almohada,
en tu pico llevas las luces
de la montaña."

Al principio no me lo creo, pero luego me doy cuenta de que es real y tangible: yo mismo escribí ese nombre en los espacios donde iba el nombre de Elisa. Y encima seguramente la profe lo vio a la hora de corregir la libreta. ¡Mira que soy idiota!

Por suerte han pasado varios años después de eso, así que supongo que, entre tantos alumnos y cuadernos, ni siquiera la maestra se acordará de eso.

Tras ojear la libreta, vuelvo a cerrarla con una dulce sonrisa esbozada en mi rostro, y la dejo en su caja junto con el resto de material escolar del colegio. Prefiero dejarla y conservarla, igual que todos mis recuerdos del pasado junto a ella. Todavía sigo sin creerme que haya escrito su nombre.

Esa es una de las tantas sorpresas que me llevo a menudo al pensar en Érika, pero no es ni mucho menos más sorprendente que la que viene al llegar el segundo año de instituto. Una sorpresa cuyo recuerdo también pasa a formar parte de mi memoria, y a marcar de forma especial mi vida.

De nuevo ella y yo volvemos a coincidir en la misma clase.

sábado, 22 de noviembre de 2014

Dibujos e imágenes de los protagonistas de FF: MP

¡Hola, bloggers! Con motivo del reciente sexto aniversario de este fanfic, el pasado miércoles, hoy os traigo nuevas imágenes de los dos jóvenes protagonistas de FF: MP. Se trata de los dibujos que he estado haciendo poco a poco, a lo largo de estos meses, para la ocasión del cumple.



Como veis, se trata de los cuerpos de Erika y Eduardo vistos desde los ángulos frontal y perfil. Esto sirve para imaginarse a los personajes, tanto de frontal por delante y por detrás, como de perfil a ambos lados, para dibujarlos desde todas las perspectivas.



Y las dos siguientes imágenes muestran los rostros faciales de los mismos personajes, también vistos desde varios ángulos. Además de eso, también quise dibujarles distintas expresiones emocionales, para ir practicando eso de los gestos que dan vida a los personajes, como por ejemplo la alegría, el enfado, la tristeza o la sorpresa. ¡Lo mejor de todo es que Eduardo ya tiene por fin una forma definitiva para su pelo! (al que llevaba tiempo probándole distintos modelos, y que ninguno me gustaba xD).


Y por último, las cabezas de ambos vistas desde atrás, Con esta se completan todos los ángulos de vista de los dos jóvenes protagonistas de FF: MP.

Me ha llevado mucho tiempo hacer esto, pero quizá algún día me anime y haga el del resto de guardianes de este fanfic.

¡Espero que os haya gustado y, nos leemos en la próxima entrada! ;D

miércoles, 19 de noviembre de 2014

FF: MP cumple 6 años + Capítulo 1 remasterizado


¡Hola, bloggers! Como muchos que llevan siguiendo este blog desde hace dos años, sabrán que hoy es el día en que este fanfic cumple años: ¡ni más ni menos que 6 años!

Y, por supuesto, como tal día de hoy escribí el primer capítulo hace seis años, hoy también vuelvo a publicarlo, pero completamente reescrito.

La razón a esto es que, después de terminar la historia en verano y con unos resultados notablemente mejores de lo esperado, me daba pena que este fanfic tuviera un primer capítulo tan cutre y mediocre (seamos sinceros, los primeros capítulos no le llegan ni a la suela de los zapatos a los últimos xD). Por eso, y con bastante tiempo de antelación, estas semanas he estado reescribiendo de nuevo el capítulo 1, el cual presento hoy con motivo del sexto aniversario de FF: MP.

Para los que leyeron la primera versión ésta les resultará casi en su totalidad completamente nueva, con nuevos diálogos y escenas nunca vistas hasta ahora, y para los que no ésta puede ser la oportunidad perfecta para descubrir, por primera vez, mi propio fanfic de Final Fantasy.

¡Disfrutad de la lectura y de este nuevo primer capítulo! ^^

Primera parte: Búsqueda
Prólogo-Capítulo I

EDUARDO

Amanecía en la ciudad de Eleanor. Los primeros rayos del sol surgieron del horizonte, iluminando con su resplandor las costas de una pequeña localidad al lado del océano, y tanto el mar como el cielo se vestían de maravillosos colores cálidos, en diferentes tonalidades mezcladas de rojo, rosa y amarillo. Pero sin embargo, de todos los colores, el naranja era sin duda el protagonista. El naranja de un bonito y hermoso amanecer, reflejado en las nubes y en el cielo cálido sin límites.

Un joven estudiante de catorce años, Eduardo, despertaba de su sueño profundo. Lo había despertado el estridente sonido de un pequeño despertador que tenía en la mesa de noche, al lado de la cama. Tras tantear varias veces con la mano por fuera de la cama hasta dar con la fuente del sonido, finalmente logró dar con ella y pulsar el botón superior, que cesó de repente el ruido igual que se enciende y apaga la luz de una habitación. Todavía más dormido que despierto, el chico dejó caer de nuevo su brazo por fuera de la cama, aún acogido entre los brazos del sueño. Después de varios minutos en los que deseaba seguir durmiendo, al final acabó levantándose, a una velocidad tan lenta que parecía estar literalmente entre las nubes.

Cuando se hubo puesto en pie, tras lo cual se tambaleó y casi cae al suelo, trató de situarse en la vida real. Como sabía que aún seguía medio dormido, con los ojos entrecerrados, decidió seguir inconscientemente con su rutina diaria de cada mañana. Lo primero que hizo fue dirigirse al baño y darse una ducha de agua fría, que acabó despertándolo por completo. Una vez limpio, seco y despejado, lo siguiente era abrir las puertas del armario y elegir con cuidado la ropa que iba a ponerse.

Tras vestirse y estar decentemente arreglado, su siguiente parada era la cocina, donde se sirvió un desayuno rápido compuesto por una taza de leche fría, cacao en polvo que disolvió en la misma, cereales y un par de tostadas con mermelada.

Después de cepillarse los dientes y acicalarse lo mínimo frente al espejo del baño, el joven regresó de nuevo a su habitación, donde preparó la mochila con materiales poco habituales para una jornada escolar. Metió en ella un saco de dormir, todos los objetos necesarios para una correcta higiene personal de baño, dos o tres camisas y pantalones cortos, varios pares de ropa interior, calcetines, una chaqueta, una cantimplora y una linterna.

Debido a lo llena que iba su mochila, tardó más de lo que esperaba en cerrar la cremallera, con mucho esfuerzo. Incluso no descartó la idea de llevar el saco de dormir en una bolsa a mano, pensando más en la comodidad.

Sin embargo, cuando por fin cargó con la pesada mochila a su espalda y ya iba a dejar su habitación, de repente recordó algo muy importante, y volvió sobre sus pasos. En la mesa de noche que había junto a su cama, al lado del despertador, había un colgante del cual pendía una pequeña piedra transparente y cristalina, casi como un cristal. Tenía una forma cuidadosamente tallada, y a la luz del sol resplandecía con una bonita luz cálida.

Tras coger el colgante e introducir la cabeza en el agujero formado por el cordel con ambas manos, el chico suspiró de alivio. Sentía que se olvidaba de algo muy importante, y notar aquel colgante alrededor de su cuello le devolvía parte de la tranquilidad. Cuando miró la piedra cristal por un momento y la cerró en la palma de su puño derecho, sonrió al sentirla. Ya tenía todo lo que le faltaba.

Y de esa forma, con la seguridad de quien sabe que no se le olvida nada, salió de la habitación y de su propia casa, cerrando la puerta con llave tras de sí.

Por alguna extraña razón, tenía la sensación de que aquel día iba a ocurrir algo emocionante, algo increíble. Y tenía razón, pues, aunque no lo supiera, la rueda del destino ya había comenzado a girar.
Irremediablemente aquel día cambiaría su vida para siempre.

Debido a que había tardado más de lo que esperaba en preparar su mochila, Eduardo apuró la marcha y no tardó en empezar a correr, bajando a toda prisa por las escaleras del edificio en el que vivía, hasta llegar a la planta baja. Allí corrió esquivando a una señora mayor que justo iba entrando en ese momento, a la que sorprendió de un repentino susto, y abrió entonces la puerta principal que comunicaba con el exterior.

El joven continuó su carrera sin descanso por entre las calles de la ciudad de Eleanor, subiendo y bajando cuestas empinadas, y transitando por en medio de la gente que iba y venía de un lado a otro. Gracias a su torpeza chocó con varias personas en su camino, e incluso al cruzar un paso de peatones en rojo un coche frenó en seco, a pocos centímetros de Eduardo. Tanto las personas como el conductor del vehículo se mostraron muy enfadados ante tan poca prudencia por parte de él, y todos coincidieron en gritarle, molestos:
- ¡Eh tú, ten más cuidado, chaval!- le dijo un transeúnte.
- ¿Pero será posible?- exclamó una mujer, frunciendo el ceño.
- ¡Maldito crío estúpido!- le gritó el conductor del coche asomado por la ventanilla, haciendo sonar la pita del vehículo- ¡Mira por dónde vas!
El chico solo se disculpaba rápidamente ante aquellas quejas y molestos comentarios, y de la misma forma continuaba su camino, sin dejar de correr en ningún momento. Sabía que le quedaba poco tiempo, y no podía permitirse perder ni un solo segundo si quería llegar cuanto antes a su objetivo. Sabía que podía llegar tarde cualquer otro día corriente del curso, pero no aquel día. No precisamente aquel día.

De modo que Eduardo continuó su interminable carrera, cada vez más agotado y asxifiado por el esfuerzo. El peso de la mochila que cargaba ese día tampoco ayudaba mucho, puesto que iba muy llena, y eso le restaba velocidad y agilidad para esquivar obstáculos.
Podría haber compartido el peso de la misma en una bolsa a mano, pero ya era demasiado tarde. Si se detenía ahora a administrar el peso de la mochila, lo más probable era que perdiera el tiempo necesario para llegar al instituto, y eso era lo que menos quería en aquellos momentos. Así, continuó corriendo con todas sus fuerzas, como si su vida dependiera de ello, por entre las calles de la ciudad de Eleanor.


Cuando llegó al instituto quince minutos más tarde, sorprendentemente sus amigos todavía continuaban allí, esperándole. No tardó en descubrir que el chófer del autobús tenía problemas técnicos con el vehículo, y que se encontraba agachado y con el capó abierto registrando el motor del mismo. Eduardo agradeció en silencio y para sí mismo aquel repentino fallo técnico, totalmente imprevisto y a todas luces inesperado.
- Una avería del motor- oyó decir al chófer, mientras el joven paseaba cerca del vehículo, andando hacia el resto de estudiantes.
- ¿Suele pasar a menudo?- preguntó uno de los profesores tutores, junto a él.
- ¡Qué va! ¡Si casi nunca da fallos de este tipo!- afirmó el conductor, todavía ojeando el motor- ¡Y además, ayer pasó perfectamente bien por la revisión! No entiendo por qué se avería hoy de nuevo. Es como si...
- ¿Como si quisiera dar la lata...expresamente hoy?
Ambos se miraron a los ojos por un momento, y enseguida los dos soltaron una carcajada, riendo por la gracia del chiste. Fue entonces cuando el chófer añadió, con una amplia sonrisa en la cara.
- ¡Sí, seguro que esto es cosa del destino!- bromeó el conductor- ¡Alomejor hoy también me toca la lotería!
Eduardo continuó su camino, oyendo las risas de ambos hombres a su espalda. Por un breve momento pensó en las últimas palabras del chófer, pero enseguida las apartó a un lado en su mente, al recordar que había llegado a tiempo al instituto.
Podía estar seguro de que, de no ser por aquel pequeño percance de última hora, el chico habría perdido definitivamente el autobús, y por consiguiente el viaje organizado. No sabía si aquello era cosa del destino, que lo tenía todo cuidado y meticulosamente preparado, o si simplemente tenía mucha suerte. Con entusiasmado optimismo, prefirió elegir la segunda opción, ya que la primera le resultaba ligeramente siniestra.

El chico no tardó en encontrar a su grupo de amigos del instituto, todos ellos esperando en una de las largas filas de estudiantes, a la espera del funcionamiento del vehículo. Ese día su clase haría una excursión al monte, de acampada, durante tres días. Ésa era la razón por la que todos llevaban grandes mochilas de montaña cargadas a la espalda, o por mayor comodidad a los pies de uno, ya que pesaban lo suyo.

Eduardo llegó junto a sus amigos andando lentamente, todavía sudando y jadeando del cansancio. Sus compañeros enseguida notaron la fatiga en su rostro, e imaginaron la tremenda carrera que acababa de hacer el joven para llegar hasta allí.
- Ya...ya estoy...aquí... - dijo él, aún respirando con dificultad, cuando llegó junto a ellos.
- ¡Llegas tarde, Edu! - dijo Bruno, con cara de pocos amigos. Se notaba que estaba cansado de esperar- ¡Como de costumbre!
- Has tenido mucha suerte, ¿sabes? - le animó Mandy, con una media sonrisa - hoy dio la casualidad de que el motor del autobús se averió, ¡y justo antes de que saliéramos!
- ¡Y tanto que tiene suerte! - intervino Laura, mirando y ladeando la cabeza en todas direcciones, siguiendo algo invisible con la mirada. No parecía ni que estuviera prestándole el mínimo asunto a la conversación- ¡Este tío siempre se las arregla de alguna forma para que todo le salga bien! ¡No sé cómo lo hace!
Y justo en el momento en que la chica dio una fuerte palmada en el aire, como queriendo aplastar a una mosca invisible, otro de sus amigos aprovechó para intervenir.
- Es la primera vez que acampamos todos juntos, ¡seguro que será divertido! - dijo Lionel, integrándose de lleno en la conversación - siempre había querido hacer esto con todos mis amigos.
- No creo que sea para tanto, sólo es una excursión - aclaró seriamente Bruno- ¿por qué os ponéis todos tan contentos?
- ¡Bruno, no estropees la magia del momento!- dijo Mandy.
- ¡Es que llevo aquí esperando desde las siete y media de la mañana, y ya estoy harto de esperar!- se quejó el chico, frunciendo el ceño- ¡Encima esta mierda de mochila pesa que no veas, y ahora para colmo se estropea el motor del autobús! ¿Qué será lo siguiente? ¿Que se cancele el viaje en el último momento?

Bastó que el chico pronunciara aquellas palabras para que, en ese momento, el profesor que acompañaba al chófer alzara la voz, haciendo a la vez señas con las manos en alto para que todos prestaran atención. El siguiente comunicado de que, en caso de que no arreglaran el motor, no tendrían más remedio que cancelar el viaje, hizo que un profundo desaliento unánime surgiera por parte del patio entero del alumnado. Sin duda, aquello supuso el colmo de todos los colmos, sobretodo para Bruno, que no pudo evitar reprimir su ira gritando palabrotas y quejándose frunciendo el ceño.

En medio de toda la confusión del grupo y del patio en general, que resignados tuvieron que seguir las siguientes instrucciones del profesor de que lo intentarían una vez más, Eduardo giró la cabeza, y su corazón empezó a latirle de repente a un ritmo acelerado. Sus ojos contemplaron durante largos segundos a una persona especial para él, que despertaba sentimientos incondicionados en su alma.
Se llamaba Erika. Tenía la misma edad que él, estaba en su misma clase y la conocía desde que eran niños pequeños.
Se quedó un buen rato observándola, recordando todos los momentos que habían pasado juntos desde entonces. Sin embargo, de todos ellos, el recuerdo más especial que tenía era la noche en que le prometió que la protegería y la cuidaría siempre.
Cuando le hizo esa promesa tan sólo tenían siete años. Al mirarse todavía en el espejo, aún se reía al pensar en las tonterías infantiles que hacía de pequeño, y en muchas ocasiones se sonrojaba y avergonzaba de que una vez le hiciera esa promesa a la chica que le gustaba.
Habían pasado muchos años desde entonces, y el chico se decía a sí mismo que probablemente ella se hubiera olvidado de aquella promesa infantil, que en algunas ocasiones deseaba no haber hecho por vergüenza. Lo que sí tenía claro y sus gestos y comportamiento indicaban, además de los sentimientos que despertaba de su corazón cuando la veía, es que estaba perdidamente enamorado de ella. Lo había estado durante toda su vida, desde aquella noche, y nunca le había confesado lo que sentía. Junto a ella se mostraba tímido e introvertido, y se sonrojaba cuando la tenía cerca o sabía que lo veía.

En ese momento sus ojos se encontraron, y ella enseguida lo saludó con una dulce sonrisa, al mismo tiempo que agitaba la mano abierta de un lado a otro. Él inmediatamente le desvió la mirada, sorprendido y completamente rojo.
Su amigo Lionel le vio en ese momento y notó algo raro. Preguntó confuso.
- Eduardo, ¿qué te pasa? Estás totalmente colorado.
El chico, un poco paralizado, tardó en responder.
- ¡Nada, nada, cosas mías…! - contestó, temblando y riendo, en un claro intento de aparentar seguridad.

Y justo en ese momento, el mismo profesor de antes volvió a hacer señales con las manos en alto y hablando en alta voz. Con una gran sonrisa, anunció diciendo las siguientes palabras.
- ¡Buenas noticias, chicos!- exclamó el docente- ¡Finalmente nos vamos de acampada!
Un nuevo grito de júbilo se extendió por todo el patio del instituto, expresando alivio y alegría. Incluso Bruno cambió de repente la expresión de su rostro, quedando finalmente satisfecho tras sus largas horas de espera.
- ¡Por fin, ya era hora! - asintió éste.
- ¡Menos mal! - dijo Mandy.
- ¡Por poco no lo contamos! - añadió Lionel.
Y justo en ese momento Laura, que no había prestado la menor atención a nada de lo que había ocurrido, por fin logró aplastar a la mosca invisible que llevaba todo el rato intentando matar, siguiendo con la mirada.
- ¡Ja, te tengo! - exclamó la chica, sonriendo con astucia y picardía.

Momentos después, se inició el proceso de carga de mochilas en el compartimento inferior del vehículo, en el que los estudiantes fueron metiendo sus pertenencias en el autobús y luego subiendo al interior del mismo en fila.
Sin embargo Eduardo, justo cuando iba a caminar igual que sus amigos, se detuvo de repente en seco, quedándose en su misma posición. Sus ojos y expresión de la cara palidecieron repentinamente de terror, cuando en ese momento oyó decir por primera vez una misteriosa voz en su cabeza.

"Adelante, ya puedes pasar...tu viaje empieza ahora"

El chico de rojo se quedó totalmente congelado de repente, con los ojos y la boca abierta mudo de terror. Nunca antes había oído otra voz que no fuera la suya cuando hablaba mentalmente consigo mismo, y desde luego estaba seguro de que aquello no podía ser su conciencia. Pues, si no era su conciencia ni tampoco él mismo, ¿de quién podía ser aquella misteriosa voz?

No tuvo tiempo de meditarlo, puesto que en ese momento sus amigos lo llamaron a lo lejos, apartándolo de sus pensamientos.
- ¿Edu, pero qué haces? - gritó Laura, junto al resto - ¡No te quedes ahí parado y ven a guardar tu mochila, que te vas a quedar atrás!
El joven asintió con la cabeza, todavía tratando de pensar en la misteriosa voz de su mente. Ésta no volvió a manifestarse en su cabeza, y parecía claro que solo él la había escuchado. Incluso fue tan corta y efímera que Eduardo pensó que se lo había imaginado, pero el extraño escalofrío posterior que sentía en su cuerpo le demostró que se equivocaba.
- ¡Edu, espabila! - gritó Bruno, al ver a su amigo indeciso.
El nuevo aviso de su compañero hizo que el chico reaccionara. Agitó la cabeza rápidamente a ambos lados para despejarse, y echó a correr inconscientemente. Pero justo en ese momento, cuando iba corriendo hacia sus amigos, tropezó con otra persona en el camino, a quien no vio porque todavía estaba distraído, y ambos chocaron hombro con hombro.
- ¡Oye, ten más cuidado! ¿Quieres? - replicó la otra persona.
Eduardo enseguida descubrió, cuando se dio la vuelta, que había tropezado ni más ni menos que con Erika, quien también se dirigía al autobús a dejar su mochila.
Tanto ella como él se mostraron los dos sorprendidos de repente, con los ojos abiertos y mirándose fijamente. La chica había perdido todo rastro de furia o enfado en su rostro.
- Edu, tú...
- ¡Lo...lo siento, Erika! - se disculpó enseguida él, titubeando - ¡Ha...ha sido sin querer...yo...yo solo quería...!
- ¡Vamos chicos, deprisa! - repitió uno de los profesores tutores en voz alta en ese momento, llamando la atención de todos los estudiantes - ¡Más rápido, que llegamos tarde!
La interrupción del docente quebró el instante en que ambos se miraron a los ojos, y la chica enseguida entendió que debían embarcar cuanto antes. Volvió a mirar al joven de rojo, y su sonrisa se estrechó un poco cuando le dijo.
- No pasa nada, ha sido un accidente - justificó Erika, que luego añadió diciendo - venga, subamos de una vez al autobús.
- Sí - respondió Eduardo, también algo más frío y seco.

Ambos se separaron de nuevo y continuaron distintos caminos para guardar sus mochilas en el compartimento inferior. Cuando el joven llegó por fin junto a sus amigos, éstos habían contemplado toda la escena del choque de hombros.
- ¡Hay que ver, Edu! - dijo Mandy, sonriendo jovialmente - ¡Siempre estás en las nubes!
- ¡Tierra llamando a Eduardo! - bromeó Lionel, con otra sonrisa pícara - ¡Baja de una vez, que es hora de partir!
- ¡Venga, guarda ya esa maldita mochila! - dijo Bruno - ¡Parece incluso que pesa más que la mía!
Sin embargo, mientras los demás guardaban sus pertenencias Laura, que solía ser la que percibía cosas que nadie más veía, fue la única en darse cuenta de que algo le pasaba al chico. Le preguntó, ladeando la cabeza y mirándolo a los ojos.
- Oye, ¿estás bien? Parece como si hubieras visto un fantasma o algo así.
Eduardo supo que estaba en lo cierto. Todavía no dejaba de pensar en la misteriosa voz de su cabeza, que desapareció de la misma forma en que apareció: rápida y efímeramente, como una estrella fugaz. Sin embargo, prefirió no contarle nada de lo sucedido a su amiga, por temor a que pensara que estaba loco.
- ¡Ah, no, nada, nada! - respondió él, con una media sonrisa forzada - ¡Es solo que acabo de tener un escalofrío, nada más!
La chica se quedó largo rato mirándolo, fijamente. Eduardo supo de alguna forma que quizá Laura sabía que estaba mintiendo, pero al parecer prefirió no hacerle más preguntas, por respeto. Lo único que le dijo tras mirarlo fueron las siguientes palabras.
- Pues deberías preocuparte. A menudo los escalofríos auguran malos presagios.

Y con estas mismas palabras dio media vuelta y se dispuso a guardar su mochila, acercándose al compartimento de carga con pasos ligeros y demasiado infantiles para una chica de su edad. Eduardo se quedó con los ojos y la boca aún más abierta de lo que la tenía antes.

Al cabo de un rato, cuando ya había guardado su mochila e iba a subir al autobús, Eduardo echó un último vistazo al instituto, antes de entrar. De repente, una profunda preocupación invadió su ser, recordando las palabras de la misteriosa voz desconocida, y pensando que tal vez estaría cometiendo un error. Sin embargo, al cabo de unos instantes, y después de pensarlo durante un momento, finalmente movió la cabeza rápidamente a ambos lados. Trató de decirse a sí mismo que se estaba inventando cosas raras, y que era muy probable que su imaginación le estuviera jugando una mala pasada.

Después de todo, él no creía en eso del destino, ni tampoco en los malos presagios originados por repentinos escalofríos.


Finalmente entró en el autobús, decidido. Pues, tal y como le había dicho la misteriosa voz desconocida, su viaje ya había comenzado.


Como veis, es mucho más largo que la anterior versión, y además cuenta con mejores diálogos más trabajados y elaborados. Lo que más me gusta de este capítulo es ésa incertidumbre y ese sabor a misterio que deja en la boca, con el tema del destino y de que nada ocurre por casualidad. Yo personalmente pienso que ahora esto sí es un buen primer capítulo, una buena introducción, y que deja con ganas de seguir leyendo, con ganas de querer saber más.

¿Y a vosotros qué os parece? ¿Os gusta este nuevo primer capítulo reescrito? ¿Pensáis que es un buen prólogo para FF: MP?

¡Nos leemos en la próxima entrada! ;D

viernes, 14 de noviembre de 2014

Crónicas de un amor platónico (parte 10)


Los días pasan, al igual que las semanas y los meses. Todo el tiempo transcurre de una manera sorprendentemente normal, sin grandes cambios ni eventos o acontecimientos importantes a destacar. Mi vida escolar continua de forma habitual como lo ha hecho siempre desde años atrás: la rutina diaria de cada mañana para ir a clases, las tardes de estudio y deberes, algún rato libre para despejar la cabeza, y a continuación llega la hora de cenar e irse a dormir. Cada día se repite a menudo con la misma rutina y los mismos quehaceres de la vida de un estudiante corriente, salvo por pequeñas excepciones diarias que rompen con la monotonía habitual.

Una de esas excepciones ocurre a veces y solo por la mañana, en horario de clase, y que me cambian el día por completo, haciéndome ver la vida de otro color y de otra forma completamente distinta. En esas excepciones sonrío de inmensa alegría y felicidad, y no puedo evitar sentirme feliz para el resto del día. Son esas pequeñas excepciones las que deseo que ocurran cada día en el instituto, porque me hacen afrontarlo todo con gran alegría y optimismo.

Me sorprendo del tremendo cambio que he dado últimamente con respecto a mis sentimientos. No me asusto porque sé que siguen siendo los mismos, pero sí descubro con gran asombro que han evolucionado. Lo noto por dos grandes razones. La primera; si antes pensaba a menudo en Érika, ahora lo hago continuamente mucho más; y la segunda, que he empezado a preocuparme por mi aspecto físico, cuidando peinarme y mantenerme decentemente guapo cada vez que me ve. Esto implica de igual manera mirarme bien en el espejo cuando tengo ocasión, y comprobar que mi aspecto es el que me gustaría para llamar la atención de alguien.

Mis partes favoritas de la mañana en el instituto son: la entrada, el recreo y la salida. Si bien las tres son distintas y se ven de diferente manera emocional, en todas ellas casi siempre tengo la posibilidad de ver a Érika. Cada vez que puedo la contemplo durante unos largos minutos, cuando no me ve, o durante unos escasos segundos cuando sí me ve, en los que sigo con la misma vieja costumbre de girar la cabeza y fingir que miro hacia otro lado. Solo que, ahora por desarrollo emocional de la preadolescencia, además de eso echo a andar y a alejarme de ella. A veces incluso, de forma notablemente descarada.

Y es que no tardo mucho en descubrir, totalmente perplejo, que ahora noto que sí me importa cómo me vea Érika. Antes no lo hacía, pero ahora sí me preocupo por todo ante la presencia de ella: desde la ropa que me pongo, hasta el peinado que me hago, pasando incluso por los gestos que hago o la forma de hablar y de dirigirme a ella en persona. Me preocupa todo, pero absolutamente todo, lo que concierne a Érika y a mi aspecto físico y personal. He empezado a preocuparme por cómo me ve ella, y de cómo podría mejorar mi aspecto para llamarle la atención.

No soy consciente de que estos intentos por gustarle a una persona son inútiles, teniendo en cuenta que solo la veo un par de veces al día, y muchas veces quizá solo una. Esas contadas veces son, además, un par de segundos de comunicación visual, y luego se rompe. Se acaba de la misma forma que lo hace un suspiro, en un abrir y cerrar de ojos.

Sin embargo, es precisamente por esos breves instantes por lo que trato de ponerme guapo, disimuladamente y cuando nadie me ve. Llamar la atención de cierta persona es una de las razones, además de mis estudios, por las que voy al instituto. Ver a esa chica en concreto aunque solo sea un par de segundos, y no a ninguna otra persona en especial, se ha convertido en uno de mis principales y más animados motivos por los que convivo diariamente con la gente de mi centro.

La mayor parte del tiempo, cuando estoy en clase mirando la pizarra y a la vez la ventana, pienso en Érika, y en lo que estará haciendo ahora. También miro el reloj y cuento los minutos que faltan para que acabe la clase y salir al pasillo, lugar donde a veces suelo encontrarla. Incluso cuando me acerco a mi taquilla para guardar o sacar algo, no puedo evitar mirar la de ella, un poco más lejos y a la vista de la mía. Aunque a veces por casualidad la vea empleándola y otras no, lo cierto es que siempre dirijo la mirada inconscientemente a su posición, como una costumbre habitual y que hago todos los días.

Y en lo que respecta a Érika, ella sigue siendo igual a como la recuerdo del colegio. Siempre que la veo lleva una sonrisa dibujada en la cara, y se ríe estando rodeada de sus amigos y amigas, algunos del colegio y otros nuevos de este año. Me encanta que se acuerde de las viejas amistades y compañeros de clase, ya que, cada vez que ve a alguien del colegio, lo saluda y sonríe, como si todo siguiera igual que antes. Parece no olvidarse de nadie que haya pasado por su vida, y eso es algo que me gusta mucho de ella.

Pero sin embargo, el momento que más me gusta de todos y con diferencia, es la hora de salida del instituto. Desde el momento en que suena el timbre y todos dan por acabada la jornada escolar, yo sonrío interiormente mientras recojo los libros y el material. Cuando guardo todo en mi mochila, salgo apresuradamente detrás de mis compañeros de clase, y camino con mucho gusto bajando las escaleras y atravesando los pasillos del centro.

Una vez fuera, cuando cruzo la gran puerta abierta, cambio de repente la marcha y ando despacio, aparentando tranquilidad y serenidad. Durante mi camino me encuentro con la madre o el padre de Érika, que la está esperando dentro o fuera del coche a su llegada. A veces se acuerda de mí y me saluda y otras no lo hace, pero para mí eso es lo de menos. Aún así, siempre sonrío cada vez que la veo abrazar y besar a uno de sus padres.

El verdadero saludo que me importa es el de ella, a quien a veces espero sentado en el muro cerca del camino, fingiendo esperar a alguien, o casualmente la pillo llegando al coche. La mayoría de las veces consigue verme, y me saluda y sonríe con su típico "¡Adiós Edu!" mientras continúa su camino. Las veces que no me ve, o simplemente lo hace pero me ignora por cualquier razón que desconozco, me deprimo y entristezco un poco.

Ése es mi momento favorito del instituto y, si me saluda, mi momento favorito del día. El que espero siempre cada día cuando me acuesto y me levanto de la cama, y el único capaz de dejarme una sonrisa de felicidad marcada para el resto del día.

Porque son esas pequeñas excepciones las que me cambian el día por completo, haciéndome ver la vida de otro color y de otra forma completamente distinta. Esos pequeños instantes inolvidables. Esos pequeños momentos, insignificantes a primera vista pero increíblemente valiosos para mí, que hacen que me enamore cada día más de Érika.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Book tag: Si yo fuera un libro

¡Hola, bloggers! ¡Hoy os traigo algo nuevo e imprevisto, para variar! ¡Se trata de un tag hecho por Mary Vásquez en su blog "In a relationship with a book" (tageada a su vez por otra persona xD), que descubrí a través de Yurika Sekai, y en el que hay que responder a las siguientes preguntas pensando exactamente como si fueras un libro!

Después de leerlas me pareció demasiado interesante, así que me animo yo también a hacerlo ahora. Como devorador de libros que soy, no puedo dejar pasar este fabuloso tag, que empieza así:

"Si yo fuera un libro..."

1. ¿Cuál sería el formato del mismo?
Papel, lo tengo más claro que el agua xD. Es cierto que también mola leer a través de una pantalla, pero para mí personalmente el primer formato lo encuentro más atractivo.

2. ¿Cuál sería el género del libro?
Fantasía y aventuras; una combinación perfecta. Aunque si a eso le damos un toque de romance, se convierte en la perfección de las perfecciones xD

3. ¿Tendría algo de ficción?
¡Hombre, obviamente! ¿Pues qué sería la fantasía entonces, si no? xD

4. ¿Un período corto o largo de tu vida?
Lo prefiero largo. El corto se olvida enseguida.

5. ¿Habría algún malote en el libro? ¿Algún villano?
En toda historia realmente interesante SIEMPRE, pero SIEMPRE (xD), hay algún villano.

6. ¿En qué tiempo estaría basado tu libro: presente, pasado o futuro?
El presente, que es el que cuenta.

7. ¿Cómo estaría acomodado el tiempo en tu libro?
Casi toda la acción sucedería en el presente, pero también habrían ligeros recuerdos del pasado, para explicar cosas que luego dieron lugar al presente.

8. ¿Habría algún giro en la trama?
Sí que lo habría, pero no muy brusco, ya que luego los lectores se pierden. Sería un giro previsible, pero tampoco exactamente acertado.

9. ¿Quién debería hacer este tag? Taguea a varias personas.
Pues a todos los que están leyendo esta entrada. ¡En definitiva, a todos aquellos que se sientan libros y quieran mostrarse a sí mismos como si estuvieran en una librería! xD

¡Nos leemos en la próxima entrada! ;D

domingo, 9 de noviembre de 2014

Mini Quiz: ¿Cuánto me conoces?


¡Hola, bloggers! Recientemente estaba pensando en que hace mucho que no publico nada por aquí (ya sabéis por qué), y por eso gracias a la seguidora Yuka Lockhart, cuya reciente entrada de su blog miré por casualidad, me apeteció publicar una nueva entrada especial.

Se trata de un Quiz, una encuesta para hacer a los amigos y descubrir cuánto te conocen, y se me ocurrió hacer el mío propio, pensando que podría ser divertido. Sí queréis probar suerte y averiguar cuánto me conocéis, queridos bloggers, por favor clicar aquí.

Comentad si queréis compartir vuestros resultados. De la misma forma os animo a hacer vuestro propio Quiz y compartirlo con vuestros amigos y seguidores. ¡Seguro que será divertido! :D

¡Nos leemos en la próxima entrada! ;D

sábado, 1 de noviembre de 2014

¡Se abre la sección "Galería"!

¡Hola, bloggers! Después de mucho tiempo pensándolo y con la idea en mente gracias a la seguidora Yuka Lockhart, por fin he decidido abrir esta nueva sección del blog, destinada a la visión de todas aquellas imágenes y dibujos relacionados con FF: MP. Aquí se incluirán tanto los dibujos hechos por mí como por los fans del fanfic. ¡Disfrutad con la galería oficial de FF: MP!






























Poco a poco iré añadiendo más dibujos, los cuales tengo en proceso desde hace mucho tiempo pero que por causas ya conocidas no he podido acabar. También tengo varias ideas pendientes en la cabeza, y que me gustaría plasmarlas en un papel. ¡Pero como siempre, cuando pueda! xD

¡Gracias por vuestra visita! ;D