lunes, 29 de diciembre de 2014

Crónicas de un amor platónico (parte 16)


La vida se compone de momentos. Pero no de cualquier momento, sino de momentos inolvidables. Esos momentos tan felices o tan tristes que marcan etapas, y que de alguna forma se convierten en instantes importantes que nunca se olvidan. Esos que llegan a emocionar, a llorar o a reír de verdad, a tocar el corazón como muy pocas veces se consigue. Esos, son los momentos inolvidables que quedan marcados para siempre en la memoria, y que nos acompañan a lo largo de la vida.

Durante la estancia en el campamento, son muchos los momentos inolvidables que paso junto a mis amigos y compañeros de clase. En algunos de ellos paso mucho miedo, y en otros me río de verdad como muy pocas veces he hecho en toda mi vida. La suma de todos esos recuerdos dan como resultado una experiencia increíble, algo que nunca antes había sentido, y que definitivamente nunca podré olvidar.

Uno de esos momentos ocurre una noche, justo cuando llega la hora de irse a dormir. Estando algunos en la cama y otros todavía de pie en la habitación, oímos el claro aullido de lo que parece ser un lobo, muy próximo a la casa. Enseguida corre la voz de que hay un lobo suelto ahí fuera, y que va a entrar en la cabaña a comernos a todos. El pánico y los nervios se extienden entre nosotros como la pólvora, pero solo por muy poco tiempo. Con el pijama todavía puesto, y el aviso de uno de los profesores al cabo de un rato, salimos de la habitación y de la casa para descubrir lo que hay fuera. Lo que antes era tensión y miedo al final se convierten en paz y alivio al descubrir la verdad: solo se trata de una persona que va con un perro andando por el bosque. Un perro además muy cariñoso, que se acerca a nosotros y se deja acariciar.

Otro momento muy divertido sucede la primera noche, cuando justo a las doce en punto se apaga el generador y se va la luz en toda la instalación. Estoy echado en mi cama cuando de repente oigo gritos y exclamaciones ahogadas sobre el corte de la luz, y justo en ese momento sale una chica del baño corriendo a trompicones, gritando igual que los demás. Lo gracioso es que, debido a la oscuridad de la habitación, no ve que delante suya hay otra compañera y una maleta tirada, y tropieza con ella cayendo ambas de narices al suelo. Para cuando encendemos las linternas, las encontramos ya tiradas en el suelo, y detrás de ellas otras personas quejándose y maldiciendo con palabrotas el estar a oscuras en el baño, cambiándose. Todos nos reímos a carcajadas, al ver la divertida situación que se presenta antes de ir a dormir.

Pero, por supuesto, no todos esos recuerdos son únicamente con mis amigos y compañeros de clase.

Con Érika también paso buenos momentos, desde el primer día hasta el último. Me hubiera gustado estar con ella en una de las dos grandes habitaciones con muchas literas, pero para no parecer demasiado raro me quedo en la otra con mis amigos y amigas, que son con quienes más suelo estar. Laura y Mandy están entre ellas.

Érika me sigue tratando como de costumbre, incluso fuera de las aulas y en un entorno de convivencia: cuando coincidimos a veces me saluda y sonríe, y otras trabajamos juntos cuando es necesario o tenemos alguna duda...e incluso nos ayudamos el uno al otro a encontrar materiales en el bosque, como uno de los deberes del cuaderno de aula. Salvo las pocas veces que hacemos algo juntos, el resto del tiempo lo pasamos cada uno con su grupo de amigos y amigas. A ojos de los demás, todo el mundo nos ve como lo que somos: simples compañeros de clase.

Pero no solo paso tiempo con Érika haciendo deberes, sino también trabajando en las labores diarias de convivencia, como en la limpieza o la preparación de las comidas. Así, nunca imaginé estar limpiando la casa, cortando tomates o fregando los platos en la cocina con ella. Sin embargo, y a pesar de tratarse de tareas domésticas que a primera vista no parecen gran cosa para que ocurra algo romántico, lo cierto es que a mí me encanta hacer todo eso si estoy con ella. Eso sí, muy nervioso y a veces temblando por dentro, aunque lo disimule por fuera.

Sin embargo, el que para mí se convierte en el mejor momento de todos, sucede la segunda noche. Una vez que todos terminamos de cenar, y también después de que Érika y yo ayudáramos a recoger la mesa, el profe nos dice que cojamos nuestros abrigos y salgamos fuera a dar un paseo. No nos imaginamos ni por un momento para qué nos pide eso hasta que, ya fuera, nos adentramos un poco en el bosque, no sin linternas a mano.
Al llegar a un amplio claro, y cuando nos dice que apaguemos las linternas y alcemos la vista arriba, nos sorprendemos y quedamos con la boca abierta, al ver lo que nunca antes habíamos visto con tanta claridad: un hermoso y bonito cielo estrellado.

Esa visión, esa belleza, esos millones de puntitos brillando en el cielo nocturno, me parece una imagen tan hermosa que me deja sin habla. Si bien es cierto que no es la primera vez que veo estrellas en el cielo, ésa sí es la primera en la que las contemplo con tanta nitidez y claridad. Desde luego, no es lo mismo verlo en una ciudad con contaminación lumínica, que en plena naturaleza abierta.

Tenemos el universo ante nuestros ojos, y ver las infinitas e incontables estrellas brillando sobre el firmamento junto a Laura, Mandy, mis amigos, amigas y Érika, para mí se convierte en un inolvidable momento que ya forma parte de mi memoria, y que perdurará para siempre en el recuerdo.

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