sábado, 21 de febrero de 2015

Crónicas de un amor platónico (parte 20)


¿Es verdad eso de que los sueños, si crees en ellos, tarde o temprano se cumplen? ¿Realmente pueden hacerse realidad?

Siempre he creído, a lo largo de toda mi vida, que los sueños existen para cumplirse, y lo más importante para que esto suceda es tener el valor de atreverse a hacerlos, además de no perder nunca la esperanza. Porque si esto último se pierde, los sueños también mueren con ella, por mucho valor que uno tenga.

Cierto día en clase, en una hora libre en la que nos aburrimos y no sabemos qué hacer o de qué hablar, a Laura se le ocurre la idea de invitarme a participar en el próximo baile típico de nuestra tierra, organizado por el instituto para el día especial de nuestra comunidad autónoma, que se celebra muy pronto. La verdad es que al principio no me agrada la idea, pero luego de contarme que andan escasos de bailarines y que necesitan más chicos varones para emparejarlos con la tremenda cantidad de chicas que participan, pues al final me decido a apuntarme.
Laura lleva ya un tiempo en el grupo de baile, así que como ando medio perdido y tampoco es que sea un buen bailarín, pues bromeo diciéndole que ojalá me toque con ella, que es amiga mía, antes que bailar con cualquier otra desconocida.

Durante las primeras sesiones aprendo los pasos básicos, además de saber moverme con un mínimo de decencia, empleando para ello muchas veces las horas de descanso de los recreos. Para no llegar tarde a las sesiones incluso Laura y yo comemos rápido nuestro desayuno de media mañana, para luego ir corriendo al pabellón a ensayar. Durante esos días apenas descansamos en los recreos, pues falta muy poco tiempo para el gran día, y para lo cual Mandy también nos desea buena suerte.

Sin embargo, la verdadera sorpresa ocurre en una de esas sesiones, cuando estoy bailando y tengo como pareja a la misma profesora de educación física, que me está enseñando los nuevos pasos más difíciles. En eso que me está explicando dónde y cómo colocar los pies, de repente llega otra alumna para pedirle ayuda, ya que también tiene problemas, interrumpiéndonos a ambos. La profesora se dirige a ella y, al ver que el asunto no se resuelve con una simple respuesta, decide ayudarla igual que lo está haciendo conmigo.
Para ello me deja solo y se va con ella, indicándole a quien esa chica tiene como pareja que se venga conmigo a seguir bailando. De esa forma nos cambiamos de parejas.

Y de repente me sorprendo y quedo mudo, con el corazón latiéndome con fuerza, al descubrir en ese momento que mi nueva pareja es nada más y nada menos que Érika.

Ella se acerca y los dos nos quedamos solos, frente a frente y mientras las demás parejas siguen bailando a nuestro alrededor, hasta que por fin nos agarramos como corresponde a cada uno y empezamos a movernos. Enseguida noto que Érika sabe perfectamente los pasos de baile, al moverse con soltura, y le pido que por favor vayamos despacio, para seguirla y tratar de imitar sus pasos. Ella accede y los dos bailamos un poco más lento y despacio, enseñándome cada uno de los movimientos. Me resulta muy difícil no temblar y trato de disimularlo, a la vez que bailo, mientras me fijo en los pies de Érika y en cómo se mueven.
Me cuesta creer de verdad lo que estoy haciendo con ella.

Al acabar nos despedimos y cada uno va por su lado, aparentemente normal, cuando se acaba la sesión. Sin embargo, durante los siguientes días, me emociono al seguir teniéndola a ella como pareja, que se acerca diciéndome que la profe va a seguir ayudando a la otra chica con problemas. De esa manera acabo aprendiendo los pasos del baile con Érika, que a medida que acudo a las sesiones cada vez bailamos más rápido y lo hacemos mejor.

Y con ese mismo disimulo de estar siempre con ella, al final la profesora nos ve tantas veces juntos que decide ponernos como pareja fija para el gran día, algo en lo que Érika parece estar de acuerdo y asimila comentando con su ya típica sonrisa: "Si es que al final, después de tanto bailar juntos, tenías que ser mi pareja, ¿no?"

Sonrío de inmensa felicidad, incluso cuando llega el gran día. Me siento tan feliz que incluso soy capaz de ocultar el nerviosismo que tengo, antes de salir al escenario y de que empiece nuestro turno. Vestidos con nuestros trajes de gala típicos de nuestra tierra, para la ocasión, por fin bailamos lo ensayado delante de todo el instituto. A mi alrededor siento las cientos de miradas del resto de cursos, de los profesores, de nuestros amigos y compañeros de clase, y de nuestros padres. Incluso Laura, que está bailando con su propia pareja, y Mandy, observándonos desde el público, me miran muy asombradas por estar bailando con el que ha sido desde siempre mi amor platónico.

Al igual que cada persona debe estar pendiente de su pareja, Érika y yo también estamos pendientes el uno del otro, mirándonos y listos para realizar cada uno de los movimientos ensayados. El resultado no puede ser mejor, moviéndonos a veces juntos y a veces separados, pero en ambos casos estando en perfecta sincronización con el ritmo y los pasos al mismo tiempo. Además pienso que somos una de las parejas más observadas, no solo por nuestros trajes típicos más elaborados, sino también por nuestra danza y manera de movernos. Resaltamos con el resto de parejas presentes a nuestro alrededor.

Al acabar el baile, el público nos aplaude y grita por el espectáculo. Todos los participantes despejamos el escenario y volvemos a los baños a cambiarnos, momento en el que, estando solo, por fin sonrío de pura y auténtica felicidad. Tardo en creerme lo que acaba de pasar hasta que, ya en la salida del instituto y con ropa normal, Érika me felicita por el buen trabajo, y con la misma se despide de mí caminando hasta el coche de sus padres. La veo alejarse hasta desaparecer en la lejanía, y sonrío dulcemente con una agradable sensación de paz y bienestar, como nunca antes la he sentido.

Porque ese día, ese momento, para mí, es como un sueño hecho realidad. Porque creo haber vivido una de las fantasías infantiles con las que soñaba de pequeño, y que después de tantos años deseándolo, por fin se ha cumplido. Y gracias en gran parte a Laura, que ajeno a sí lo tenía todo planeado o no desde un principio, lo cierto es que este evento me ha hecho tan feliz que siempre lo recuerdo como uno de los momentos más felices de mi vida.

Sea o no un plan tuyo, te doy igualmente las gracias, Laura, ya que sin ti y sin tu invitación a que me apuntara al grupo de baile, nunca hubiera podido bailar con Érika. En ese sentido siempre te estaré enormemente agradecido.

Porque como acabo de comprobar con mis propios ojos y experiencia, los sueños también pueden hacerse realidad.

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