sábado, 25 de abril de 2015

Crónicas de un amor platónico (parte 25)


En todo amor platónico llega una etapa en la que el sentimiento de amor propiamente dicho se debilita, se reduce, cae hasta un nivel tan bajo que uno al principio no imagina que fuera a estar así. Ese decrecimiento surge cuando la persona enamorada por fin se da cuenta de que las cosas en realidad no son y nunca fueron tal y como las imaginaba. Se topa de frente con la triste y cruda realidad, descubre evidencias que demuestran lo contrario a todo lo que pensaba, y asimila de una vez que ya va siendo hora de dejar de soñar despierto, fantaseando con sueños infantiles.

Es a partir de esa etapa cuando, por primera vez, se debilita el amor platónico. En ocasiones cayendo poco a poco, y otras directo en picado y sin remedio.

En esa misma etapa me encuentro yo ahora, durante mis dos años como estudiante de Bachillerato. Estoy en pleno auge de trabajos, tareas, deberes y demás quehaceres propios de un estudiante de cursos superiores. Los profesores no hacen más que hablarnos de la dichosa PAU, de repetirnos lo importante que es para nuestro futuro profesional y laboral, y de mandarnos montones de tareas y deberes para hacer, por no hablar por supuesto de los también molestos exámenes. Entre una cosa y otra lo cierto es que últimamente no tengo tiempo para relajarme. Siempre hay algo que hacer, siempre hay algo que adelantar, siempre hay algo que estudiar...y estoy empezando a agobiarme un poco. Algo que no quería desde un principio.

Tengo la mente y la cabeza tan ocupadas en los estudios que noto ya no pienso tanto en Érika. Ni siquiera me acuerdo de mirarla cada vez que ella pasa o la veo de casualidad por los pasillos. A veces incluso ella misma me saluda y tardo un poco en reaccionar, pero porque no me doy cuenta de que está ahí, no noto su presencia hasta que me habla. Me da vergüenza pensar en lo maleducado que soy a veces si me dirige la palabra y no le respondo, ignorándola por completo, pero porque estoy concentrado pensando en otra cosa. Me sorprende el tremendo cambio radical de intensidad de mis sentimientos por ella, hasta hace unos pocos años tan alto que parecía no tener límites, pero ahora tan bajo que ya hasta incluso me da igual lo que haga o deje de hacer, como si no me importara.

Ya no me preocupo por arreglarme ni de ponerme guapo cuando sé que voy a pasar delante de ella, porque en realidad me da igual lo que piense. Después de tantos años por fin he llegado a la conclusión de que, para Érika, solo he sido siempre otro compañero de clase más, alguien normal y corriente, uno más del montón. Lo sé porque nunca ha pretendido dar un paso más allá, nunca ha intentado referirse a mí como algo más que un compañero, y desde luego tampoco algo más que un amigo. Porque eso es lo que somos y hemos sido siempre: simples compañeros de clase.

Me doy cuenta de pequeños detalles de los que antes no era consciente por mi amor cegado, y son los que finalmente me hacen abrir los ojos a la realidad. Ahora que ya no soy un crío ni tampoco un niño ingenuo, asimilo por fin lo evidente: que yo no le gusto a Érika. Y si alguna vez le gusté, ahora ya ha dejado de hacerlo. Ella también ha crecido, también ha madurado. Ya no es una niña sino toda una mujer. Y yo personalmente la considero madura para su edad.

Siempre he pensado en la posibilidad de que le gustara a Érika, pero eso lo hacía cuando era más pequeño, más inocente y más ingenuo. Cuando todavía creía en el amor platónico. Sin embargo, ahora que se ha enfriado tanto y ha dejado de ser como antes, mis sentimientos también se han debilitado, también han caído. Ahora que he visto la realidad y he descubierto lo que hay, ya no estoy tan enamorado como antes, ya no me importa que Érika me mire o no. Porque a decir verdad, ¿Por qué iba ella a fijarse en mí?

Con este pensamiento en mente me desmotivo y entristezco un poco, supongo que decepcionado por bajar de las nubes. Trato de mirar el lado positivo, que consiste en que éste es el primer paso para olvidar lo que una vez sentí por Érika. Me alegro porque ya por fin puedo decir adiós a este maldito amor platónico, que no va a ninguna parte y con el que llevo cargando más de siete años. Lo cierto es que estoy deseando olvidarme ya de Érika.

Y mientras mantengo la cabeza fría ocupada con mis estudios, por fin llega el inevitable día para el que hemos estado preparándonos: la prueba de acceso a la universidad.

viernes, 10 de abril de 2015

Crónicas de un amor platónico (parte 24)



Los dos años de Bachillerato transcurren sin ningún tipo de momento o acontecimiento importante que destacar, salvo claro está los mismos estudios. Y resulta que es ahora cuando me doy cuenta de lo realmente importante que significa esta etapa para todas nosotras y nosotros, al contar con los estudios superiores pos obligatorios. Es ahora cuando de verdad siento la presión que supone estudiar en cursos avanzados, así como también la de prepararse para entrar en la universidad, objetivo hacia el que nos dirigimos la gran mayoría del alumnado.

Y hacia ese mismo fin también nos dirigen los profesores, quienes nos meten literalmente caña y nos ponen las pilas, mandándonos el doble de trabajo y el doble de esfuerzo. Lo noto principalmente en los ejercicios y los deberes, en las propuestas de trabajo y los seguimientos, en la cantidad de información y actividades específicas, en los exámenes y las pruebas de evaluación, y sobretodo en la repetida pronunciación de una palabra que de tanto oírla me tiene incluso hasta las mismísimas narices.

Sí. Todos los profesores y profesoras coinciden en la siempre cansina repetición de la existencia y próxima  cercanía de un monstruo llamado "PAU" (Prueba de Acceso a la Universidad), al cual nos preparan para enfrentarnos en menos de un año.

A pesar de que soy perfectamente consciente de que superar la PAU con una nota u otra cambiará mis posibilidades de estudios universitarios, lo cierto es que a diferencia de mis compañeros y compañeras, a mí no me asusta en absoluto. Mientras que los demás ya tienen claro lo que quieren estudiar y saben la nota mínima que deben alcanzar, yo por mi parte intento estudiar con tranquilidad y sin esforzarme demasiadas horas. Más o menos las mismas que dedicaba en la ESO, quizá un poco más o un poco menos, dependiendo de la ocasión y del examen en particular.
Como yo no tengo claro lo que voy a estudiar ni a qué me gustaría dedicarme, yo sigo estudiando a mi ritmo, sin prisa pero sin pausa, y sigo obteniendo las mismas notas que antes.

Mi plan es estudiar en la universidad una carrera a la que pueda aspirar con mi nota final obtenida en la PAU. Así de fácil y sencillo, sin complicarme la vida.

Y mientras sigo estudiando en un intento de tranquilidad, aunque desde luego más agobiado y con más presión que en la ESO, noto algo que me sorprende: que últimamente ya no pienso tanto en Érika. Pienso que debe de ser por los estudios, ya que al tener la cabeza ocupada de lleno en algo, apenas recuerdo pensar en ella. En cierta parte me parece bueno, porque al menos no sufro tanto pensando en lo poco que la veo, pero por otro lado también me resulta malo, ya que esto podría suponer el comienzo de olvidarme de ella, y quizá para siempre.

Sin embargo, algunas de las personas a las que hace años confesé mi amor por Érika todavía recuerdan las sinceras palabras de mi amor platónico. Y lo sé porque más de una me pregunta, si surge el típico tema de las relaciones de pareja años después, que si sigo enamorado de ella. A la gran mayoría les respondo con un rotundo no, afirmando que eso es cosa del pasado y que ya está olvidado, con la esperanza de que cierren el tema y me dejen de una vez en paz. Lo cierto es que no tengo ganas de seguir contando mi secreto a nadie, y por eso trato de cerrar el rumor vicioso para ir ganando fama de otra vez soltero y sin intenciones de compañía platónica.

No obstante, una de esas personas con las que tiempo atrás tuve más confianza, le respondo afirmativamente con un sí, declarando que aún estoy enamorado de ella. La pregunta que me hace a continuación, tras hacer cálculos y decirme que llevo ya más de siete años enamorado de la misma persona, me trastoca y me deja de pronto asombrado.

"¿Te gustaría tener hijos con ella?"

La pregunta me pilla por sorpresa, e inmediatamente respondo con una evasiva, mostrando aparente indiferencia. La verdad es que hasta ese momento nunca me he planteado la cuestión de un posible futuro con Érika, y mucho menos el de formar una familia con ella. A primera vista me parece un interrogante tan lejano que pienso todavía está a años luz, y que por supuesto tardará mucho en llegar. Aún soy demasiado joven para eso, y es algo de lo que desde luego todavía no debería preocuparme.
Además, como ahora mismo no estoy pensando tanto en Érika y no la veo igual que antes, en realidad la idea me echa un poco para detrás. Pienso que no es el momento de pensar en eso, y que ahora tengo otros asuntos mucho más importantes que tratar, como el terminar mis estudios. Y eso es en lo que debo concentrarme ahora.

Sin embargo, en el preciso momento en que esa persona me hace la pregunta, no puedo evitar imaginarme por un instante la situación, y de pensar a continuación con lógica en mi cabeza:

"¿Érika, la madre de mis hijos? ¿Pero qué disparate es ése?"

jueves, 2 de abril de 2015

Crónicas de un amor platónico (parte 23)


Me resulta raro, después de estos últimos tres años juntos en la misma clase durante la ESO, que ahora vuelva a estar separado de Érika. Esta sensación es muy parecida a la que viví en el primer año de instituto, cuando llegué por primera vez al centro. Por aquel entonces no conocía a nadie salvo a mis antiguos compañeros y compañeras del colegio, a los cuales echaba mucho de menos. Pero ahora es muy distinto. Ahora ya no me preocupa no conocer a nadie, porque ya los conozco a prácticamente todos, al menos de vista. Y también porque todavía cuento con la amistad incondicional de mis amigas Laura y Mandy, desde el primer año hasta ahora. Sé que no estoy solo, y por eso ya no tengo miedo...porque cuento con buenos amigos que me apoyan.

Sin embargo, y por mucho que me lo paso bien en compañía de Mandy y Laura, en el fondo no puedo evitar sentir un poco de tristeza, cada vez que giro la cabeza en todas direcciones y no encuentro el rostro de esa persona especial. Siento una especie de vacío, un hueco libre y reservado para una única persona, que estoy seguro ninguna otra podrá llenar. Ese vacío lo noto cuando, estando en clase, no oigo la voz de Érika hablando con el de al lado, no la veo sentada en una de los asientos de primera fila, o simplemente no detecto su presencia dentro del mismo aula. Porque para alguien como yo, que siempre se ha fijado en ella, enseguida sabe cuándo esa persona en concreto no está.

Por eso, cada vez que la encuentro en los pasillos o la veo pasar por fuera de la ventana, mis ojos la buscan, y cuando la encuentran se mantienen quietos fijados en ella, disfrutando de cada segundo que la contemplan. Trato de permanecer detenido e inmóvil como una estatua congelada, esperando con paciencia la pequeña posibilidad de que Érika también me mire y se fije en mí. A veces nuestros ojos no coinciden, pero cuando lo hacen ambos nos quedamos mirándonos fijamente, durante unos pocos segundos, hasta que ella sigue caminando y desaparece, cortando la comunicación visual.

Esos breves instantes en que nuestras miradas se cruzan y permanecen conectadas, sin saludarnos ni decirnos nada, son para mí valiosos momentos que no cambiaría por nada en el mundo.

Nunca hubiera imaginado, si antes en la ESO solo nos separábamos una o dos horas a la semana por dos asignaturas opcionales, que ahora solo nos veríamos una o dos horas a la semana, en una única clase que los dos elegimos como opcional y en la que casualmente coincidimos: Acondicionamiento Físico. En esta asignatura propia y exclusiva de Bachillerato, continuación de la ya desde siempre mítica e insustituible Educación Física, ambos coincidimos en actividades propias como el calentar, correr, trotar y nadar. Bastante parecido a cómo lo hacíamos en el colegio y en la secundaria, a los dos nos toca competir nuevamente en diversas actividades, además de participar en otras más tranquilas y relajadas.

En una de ellas tenemos que correr un kilómetro tan rápido como podemos y en el menor tiempo posible, en una avenida fuera del centro escolar. Cuando todos salimos disparados de la línea de salida, y los chicos y chicas en mejor forma física se adelantan hasta desaparecer en la lejanía, yo mantengo un ritmo considerable durante todo el trayecto, procurando no correr muy rápido y siempre pendiente mirando atrás a Érika. Ella va a un ritmo muy lento, y se le nota por la expresión del rostro y su respiración agitada y entrecortada que no puede ir más ligera.
Cuando, pasado más de la mitad del recorrido y casi a punto de llegar al final, la veo pararse de pronto y sentarse en un banco cercano, jadeando y con una mano en el pecho, yo también decido parar de repente y volver atrás, a su encuentro. Cuando me siento a su lado y le pregunto si está bien, ella me mira sorprendida, pero sin sonreírme dice que está cansada y a continuación me da las gracias, antes de volver a levantarse y continuar andando los pocos metros que faltan para llegar a la línea de meta. La acompaño y juntos caminamos en silencio, sin decirnos nada. La noto seria, quizá debido al cansancio o quizá debido a mi compañía.

En otra ocasión, estando sentados toda la clase en círculo en el pabellón, uno de los chicos sentados al lado de Érika bromea con ella diciendo que es su novia, y la rodea con un brazo por encima de los hombros al mismo tiempo que se ríe. La chica no está de buen humor y enseguida le quita el brazo de encima, mientras el resto de la clase somos testigos de la conversación que mantienen en voz alta y prestamos atención a lo que sucede en esa esquina. Érika y yo cruzamos en ese momento por un segundo nuestros ojos, y enseguida desviamos rápidamente nuestras miradas, en esa ocasión incapaces de mantener el contacto visual.

De esa forma, y a partir de entonces durante los dos cursos de Bachillerato, noto de repente una terrible y desagradable sorpresa, algo que nunca había sucedido antes: que Érika parece haberse enfadado conmigo. Lo sé porque la noto más seria, más fría y más distante, y ya no me saluda tan a menudo como solíamos hacerlo antes. En lugar de eso ahora va más directa a su trabajo, se concentra en lo que hay que hacer y trata de cumplirlo cuanto antes, sin demora. Si antes la consideraba una estudiante ejemplar, ahora la veo metida de lleno en su trabajo y de una forma quizá más obligada de la que debería. Me pregunto si no será por sus notas y calificaciones, las cuales trata de mejorar para obtener un mejor expediente académico. Sería lo más lógico, teniendo en cuenta que tenemos la prueba de acceso a la universidad a la vuelta de la esquina.

En sus relaciones la sigo viendo igual a como siempre, rodeada de sus amigas y amigos y ahora saliendo del instituto en los recreos a comprar comida con ellos (lujo que tenemos únicamente los de Bachillerato). Todo sigue aparentemente igual.

Sin embargo, sigo teniendo la sensación de que algo no cuadra, de que algo no marcha bien. Quizá sea por los cambios de la edad, o tal vez por la madurez personal ante la visión de estar ya en los estudios superiores de la universidad, pero lo cierto es que ella, y en general creo que todos nosotros, estamos cambiando, estamos madurando.

Y lo que más me preocupa es tener la impresión de que cada día se aleje más de mí, como si me evitara o no quisiera verme, como si estuviera enfadada conmigo. Puede que quizá esté así con todo el mundo, o tal vez solo conmigo, pero la verdad es que me entristece ver lo fría que está ahora nuestra relación como compañeros de clase, muy distinta a la de hace tan solo unos pocos años.

Porque estoy seguro, por mi parte, de que yo no le he hecho nada, y tampoco se me ocurriría jamás hacerlo.