jueves, 2 de abril de 2015

Crónicas de un amor platónico (parte 23)


Me resulta raro, después de estos últimos tres años juntos en la misma clase durante la ESO, que ahora vuelva a estar separado de Érika. Esta sensación es muy parecida a la que viví en el primer año de instituto, cuando llegué por primera vez al centro. Por aquel entonces no conocía a nadie salvo a mis antiguos compañeros y compañeras del colegio, a los cuales echaba mucho de menos. Pero ahora es muy distinto. Ahora ya no me preocupa no conocer a nadie, porque ya los conozco a prácticamente todos, al menos de vista. Y también porque todavía cuento con la amistad incondicional de mis amigas Laura y Mandy, desde el primer año hasta ahora. Sé que no estoy solo, y por eso ya no tengo miedo...porque cuento con buenos amigos que me apoyan.

Sin embargo, y por mucho que me lo paso bien en compañía de Mandy y Laura, en el fondo no puedo evitar sentir un poco de tristeza, cada vez que giro la cabeza en todas direcciones y no encuentro el rostro de esa persona especial. Siento una especie de vacío, un hueco libre y reservado para una única persona, que estoy seguro ninguna otra podrá llenar. Ese vacío lo noto cuando, estando en clase, no oigo la voz de Érika hablando con el de al lado, no la veo sentada en una de los asientos de primera fila, o simplemente no detecto su presencia dentro del mismo aula. Porque para alguien como yo, que siempre se ha fijado en ella, enseguida sabe cuándo esa persona en concreto no está.

Por eso, cada vez que la encuentro en los pasillos o la veo pasar por fuera de la ventana, mis ojos la buscan, y cuando la encuentran se mantienen quietos fijados en ella, disfrutando de cada segundo que la contemplan. Trato de permanecer detenido e inmóvil como una estatua congelada, esperando con paciencia la pequeña posibilidad de que Érika también me mire y se fije en mí. A veces nuestros ojos no coinciden, pero cuando lo hacen ambos nos quedamos mirándonos fijamente, durante unos pocos segundos, hasta que ella sigue caminando y desaparece, cortando la comunicación visual.

Esos breves instantes en que nuestras miradas se cruzan y permanecen conectadas, sin saludarnos ni decirnos nada, son para mí valiosos momentos que no cambiaría por nada en el mundo.

Nunca hubiera imaginado, si antes en la ESO solo nos separábamos una o dos horas a la semana por dos asignaturas opcionales, que ahora solo nos veríamos una o dos horas a la semana, en una única clase que los dos elegimos como opcional y en la que casualmente coincidimos: Acondicionamiento Físico. En esta asignatura propia y exclusiva de Bachillerato, continuación de la ya desde siempre mítica e insustituible Educación Física, ambos coincidimos en actividades propias como el calentar, correr, trotar y nadar. Bastante parecido a cómo lo hacíamos en el colegio y en la secundaria, a los dos nos toca competir nuevamente en diversas actividades, además de participar en otras más tranquilas y relajadas.

En una de ellas tenemos que correr un kilómetro tan rápido como podemos y en el menor tiempo posible, en una avenida fuera del centro escolar. Cuando todos salimos disparados de la línea de salida, y los chicos y chicas en mejor forma física se adelantan hasta desaparecer en la lejanía, yo mantengo un ritmo considerable durante todo el trayecto, procurando no correr muy rápido y siempre pendiente mirando atrás a Érika. Ella va a un ritmo muy lento, y se le nota por la expresión del rostro y su respiración agitada y entrecortada que no puede ir más ligera.
Cuando, pasado más de la mitad del recorrido y casi a punto de llegar al final, la veo pararse de pronto y sentarse en un banco cercano, jadeando y con una mano en el pecho, yo también decido parar de repente y volver atrás, a su encuentro. Cuando me siento a su lado y le pregunto si está bien, ella me mira sorprendida, pero sin sonreírme dice que está cansada y a continuación me da las gracias, antes de volver a levantarse y continuar andando los pocos metros que faltan para llegar a la línea de meta. La acompaño y juntos caminamos en silencio, sin decirnos nada. La noto seria, quizá debido al cansancio o quizá debido a mi compañía.

En otra ocasión, estando sentados toda la clase en círculo en el pabellón, uno de los chicos sentados al lado de Érika bromea con ella diciendo que es su novia, y la rodea con un brazo por encima de los hombros al mismo tiempo que se ríe. La chica no está de buen humor y enseguida le quita el brazo de encima, mientras el resto de la clase somos testigos de la conversación que mantienen en voz alta y prestamos atención a lo que sucede en esa esquina. Érika y yo cruzamos en ese momento por un segundo nuestros ojos, y enseguida desviamos rápidamente nuestras miradas, en esa ocasión incapaces de mantener el contacto visual.

De esa forma, y a partir de entonces durante los dos cursos de Bachillerato, noto de repente una terrible y desagradable sorpresa, algo que nunca había sucedido antes: que Érika parece haberse enfadado conmigo. Lo sé porque la noto más seria, más fría y más distante, y ya no me saluda tan a menudo como solíamos hacerlo antes. En lugar de eso ahora va más directa a su trabajo, se concentra en lo que hay que hacer y trata de cumplirlo cuanto antes, sin demora. Si antes la consideraba una estudiante ejemplar, ahora la veo metida de lleno en su trabajo y de una forma quizá más obligada de la que debería. Me pregunto si no será por sus notas y calificaciones, las cuales trata de mejorar para obtener un mejor expediente académico. Sería lo más lógico, teniendo en cuenta que tenemos la prueba de acceso a la universidad a la vuelta de la esquina.

En sus relaciones la sigo viendo igual a como siempre, rodeada de sus amigas y amigos y ahora saliendo del instituto en los recreos a comprar comida con ellos (lujo que tenemos únicamente los de Bachillerato). Todo sigue aparentemente igual.

Sin embargo, sigo teniendo la sensación de que algo no cuadra, de que algo no marcha bien. Quizá sea por los cambios de la edad, o tal vez por la madurez personal ante la visión de estar ya en los estudios superiores de la universidad, pero lo cierto es que ella, y en general creo que todos nosotros, estamos cambiando, estamos madurando.

Y lo que más me preocupa es tener la impresión de que cada día se aleje más de mí, como si me evitara o no quisiera verme, como si estuviera enfadada conmigo. Puede que quizá esté así con todo el mundo, o tal vez solo conmigo, pero la verdad es que me entristece ver lo fría que está ahora nuestra relación como compañeros de clase, muy distinta a la de hace tan solo unos pocos años.

Porque estoy seguro, por mi parte, de que yo no le he hecho nada, y tampoco se me ocurriría jamás hacerlo.

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