sábado, 20 de junio de 2015

Crónicas de un amor platónico (parte 31)


El primer año en la universidad resulta ser todo un nuevo mundo para mí. No solo me doy cuenta de que las cosas son muy distintas a las del instituto, sino que también la formación y el calendario del curso difieren bastante de igual modo al anterior centro de educación secundaria. No me extraña, puesto que ahora ya me encuentro en los estudios superiores, en los estudios propios de los adultos. Ya no estudio en un centro para adolescentes, sino que me estoy formando y especializando en una auténtica facultad, empezando el camino para el que será mi futuro puesto laboral: el de profe o maestro de un colegio.

Lo primero que más me llama la atención es el alumnado. En la universidad, sin distinción, hay personas de todas las edades, tanto jóvenes de mi edad como también mayores de cuarenta o cincuenta años, casadas y con hijos. Algunos de mis nuevos compañeros de clase son puretas que vienen para conseguir un título universitario, y otros estudian aprovechando que están en el paro y desempleados, aunque la gran mayoría son jóvenes como yo aspirantes a maestras y maestros. Lo cierto es que hay caras y rostros de una gran variedad y diversidad. Al lado de algunos incluso sigo pareciendo un chiquillo de instituto, a pesar de tener la misma edad.

Otro aspecto importante son los profesores. A diferencia del instituto, en la universidad ninguno se preocupa por el ritmo de aprendizaje del alumnado. Se dedican a explicar sus asignaturas y a evaluarnos, sin más intervención que la de cumplir con su trabajo. Nos tratan como a adultos, y como tales somos los únicos responsables interesados en nuestra formación, de modo que si dejamos de acudir a alguna tutoría o faltamos a algún examen, es problema nuestro bajo cualquier excusa. Después de todo estamos aquí porque queremos, sin ninguna obligación, y pagamos por ello.

El calendario del curso también resulta diferente. Las épocas de exámenes son únicamente en dos meses: en Enero y en Junio / Julio, dependiendo de la convocatoria a la que se desea presentarse. El resto del tiempo nos dedicamos a realizar trabajos e informes, entre otras cosas, como parte del esfuerzo de las asignaturas. Aunque en teoría se debería ir estudiando poco a poco todos los días, en realidad lo que hace la gente es estudiar el mes antes de los exámenes, algo muy normal teniendo en cuenta la pereza de tocar los apuntes cuando se puede dejar para el día siguiente. Igual que el resto, yo también caigo en la misma rutina, con otro importante deber además de la carrera. Mientras que por las mañanas acudo a clase, por las tardes aprovecho para ir a la autoescuela. Así de paso me saco el carné de conducir, que ya tengo edad para tenerlo.

En general la universidad es todo un nuevo mundo para mí, que voy descubriendo a medida que pasan los primeros días y las primeras semanas, conforme me voy acostumbrando al nuevo sistema.

Echo de menos a mis antiguos compañeros de clase del instituto, y por supuesto a mis amigas Laura y Mandy. Echo de menos sus bromas, sus conversaciones, el intercambiar opiniones sobre temas que nos gustan, y sobretodo su compañía. A pesar de estar en la misma universidad, cada uno se encuentra ahora en facultades distintas. Laura por ejemplo está en la facultad de Ingeniería Informática, Mandy en el Campus Central y yo en la facultad de Educación, las tres separadas unas de otras. A veces, cuando a primera hora no tengo clase, voy caminando hasta los centros donde están ellas e incluso me acoplo en sus aulas, para saludarlas y hacerles compañía. También me hago pasar por un estudiante de dichas facultades, durante la primera hora.

Igual que el primer año de instituto, en clase hago nuevos amigos, la mayoría compañeros de trabajo. Conozco a gente experimentada de todo tipo, y ese contacto con personas tan diferentes y tan maduras me hace madurar a mí también, en el sentido de que descubro nuevas personalidades, nuevos casos particulares y en general nuevos puntos de vista. Todo ello me permite desde luego abrir la mente y expandirla hasta superar los límites a los que me ceñía siendo adolescente. Estoy dando grandes saltos de madurez personal, tanto que descubro cosas de mí mismo que antes desconocía.

Se trata de un año de cambios, y lo noto no solo a nivel de formación profesional sino también, e incluso quizá mucho más notorio, a nivel personal.

Esos cambios no vienen solos sino también acompañados de otras personas. Entre ellas la de Érika, con quien tengo más tiempo de pasar debido a que vamos a la misma facultad, estudiamos lo mismo e inevitablemente coincidimos en ocasiones que menos esperamos. Después de todo somos los dos únicos alumnos de nuestra promoción de instituto que elegimos estudiar Magisterio de Educación Primaria. Supongo que no me queda más remedio que verla, aunque en realidad eso ya me da igual. 

Total, como ya no sigo enamorado de ella, ¿de qué debería preocuparme?

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